El ejército y la política
La firma de Manuel Ortiz Heras, Catedrático de Historia Contemporánea
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Cadena SER
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Albacete
Una parte significativa del escalafón militar en la reserva, que ingresó en la academia en 1964, ha tomado la iniciativa de contar con el Rey para influir en sus decisiones por el supuesto "deterioro" del país. Usan un lenguaje agresivo y mentiroso con el que denigran al Gobierno legítimo por "social-comunista, apoyado por filoetarras e independentistas". Dicha misiva se suma a otra reciente de jefes jubilados del Ejército del Aire.
Es sobradamente conocido el fenómeno del militarismo en la historia contemporánea y sus frecuentes pronunciamientos. La crisis del 98 agravó el problema y forzó la creación de un ejército macrocefálico que mostraba tanta susceptibilidad como incompetencia. Para evitar que se pidiesen responsabilidades en 1923 el ejército puso fin al orden constitucional. Luego vino el golpe de estado del 36 y una guerra civil que instituyó una dictadura de 40 años, que arrancó hasta las últimas raíces liberales.
También en España pudo haber un derrocamiento de la dictadura mediante un golpe militar como el portugués de abril del 74 o unas semanas después en Grecia donde las fuerzas armadas acabaron con la dictadura de los coroneles. Sin embargo, aquí se impuso la idea de que la democracia debería establecerse con la cooperación de los militares. En Portugal, donde la dictadura se había establecido antes y por medios mucho menos sangrientos, los militares fundacionales habían sido reemplazados por civiles mucho tiempo atrás. Aquí ningún general encabezaría o apoyaría un golpe contra la dictadura.
Durante la transición fue permanente el ruido de sables. La política militar combinó el ensalzamiento de los generales "liberales" y "moderados" con la adulación al conjunto del aparato militar y la timidez a la hora de sancionar los cada vez más frecuentes –sobre todo hasta 1982– actos de indisciplina porque nada sería posible sin su consentimiento y mucho menos contra su concepción de las realidades nacionales.
Los altos mandos militares veían al Monarca accesible y como una instancia superior al Gobierno. La reforma militar de la transición procuró no irritar a las Fuerzas Armadas, no aplicó una depuración militar y respetó sus derechos adquiridos durante el franquismo. En definitiva, se procuró alejar al Ejército del poder político, someterlo a la dirección civil del Estado y que se centrara exclusivamente en sus actividades profesionales.
Parece inverosímil que en sus primeros tres lustros la democracia lograra eliminar el problema como un factor político desestabilizador. La reacción al 23-F, la integración en la OTAN, la política militar de Felipe González, la profesionalización de las Fuerzas Armadas y sus labores humanitarias han conseguido integrar al ejército en el orden constitucional. Se pensó que la única amenaza podría venir del descontrol de los nacionalismos periféricos, pero la radicalización política de extrema derecha y la actitud irresponsable de sus palmeros, deslegitimando al gobierno y acusándolo falazmente de cuantas fantasías osan utilizar, pueden reverdecer la cuestión militar.