Tardes de Ribera, vueltas a vivir

Córdoba

Posiblemente Julio Romero nunca hubiera imaginado un paseo por la Ribera actual. Pero llevarle a ella noventa años después de que se nos fuera no deja de tener algo de entrañable. Seguimos sin saber en qué carroza de estrellas se marchó y si el puente de San Rafael conoce donde se fué. Pero tengo la sospecha de que tras adentrarse en la profundidad de los ojos de sus modelos, no siempre negros, decidió irse a morar al fondo de todos ellos para resolver, de una vez por todas, el misterio de sus miradas. Como todos sabemos las formas de mirar también se heredan. Y ello nos permite seguir encontrando su espíritu atesorado en las pupilas de muchas cordobesas. Tanto más en los tiempos que corren donde las mascarillas hacen que busquemos en los ojos la información que el resto de nuestro rostro no puede transmitir. No pudo encontrar Julio mejores carrozas ni mejores luceros.

Este allí, o en otro lugar, hasta mediados de enero podremos encontrarlo paseando por la costera del Guadalquivir. Y adentrarnos mucho más en la realidad de su figura gracias a las fotos y documentos, en general bastante desconocidos del gran público, que integran unos peculiares “cubos de la memoria” que, sin querer, nos permiten también rizar el rizo e imaginarnos otro diálogo, con Ibarrola y el equipo 57, además del que mantiene en el museo con Pepe Espaliú y el otrora departido con Joaquín Sorolla.

Y en cualquier momento, por qué no, cumplir con la tradición. Desempolvar el picú y oir a Doña Concha – porque a la Piquer hay que oírla en vinilo- dibujar con la voz aquella carita de cera que Julio iba pintando y pintando al laíto del brasero… Seguro que mis compañeros de la emisora tienen estos días el disco muy a mano.