La plaza de Miguel Hernández, memoria de un poeta valenciano
El final del franquismo propició la recuperación de parte de la memoria secuestrada de la ciudad. Se volvieron a ver calles rotuladas en valenciano dedicadas a Blasco Ibáñez o a Miguel Hernández.
Luis Fernández callejeando por el barrio de Na Rovella
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Valencia
A finales de los años 70, España y la ciudad de Valencia vivían con esperanza y expectación el fin del franquismo y el inicio de una nueva era democrática. El aperturismo al que había sido forzado el régimen desde el principio de la década, tomó impulso tras la muerte del dictador, y a pesar del tozudo inmovilismo de algunos sectores, en Valencia empieza a aparecer algún destello de luz en la onomástica urbana, siempre termómetro de los cambios sociales y políticos. En mayo de 1977 el Ayuntamiento aprobó el uso del valenciano para la rotulación de los nombres de calles, y por fin se pudo pasear por la avenida de Blasco Ibáñez o por la más escondida pero digna plaza del poeta Miguel Hernández.
Eran momento de cambios, sin duda. También en lo concerniente al desarrollo urbano de la ciudad. Para el sector sureste se había aprobado en 1969 el plan parcial del Polígono Fuente de San Luis, una zona en forma de triángulo rectángulo delimitada por la avenida de la Plata, Ausias March y la avenida diagonal Alcalde Gisbert Rico. Dentro de este polígono se levantó entre 1971 y 1976 el grupo de viviendas conocido con el nombre del entonces Ministro de Vivienda, Vicente Mortes, la última promoción en Valencia de la Obra Sindical del Hogar, el organismo creado durante el franquismo para promover y administrar la construcción de viviendas baratas. La fisionomía del barrio llamó la atención en su momento, y sigue siendo muy reconocible en la actualidad, al estar formado por torres de doce plantas y grandes espacios abiertos. En uno de los jardines escondidos a la sombra de las altas fincas encontramos rotulada la plaza dedicada al muchachón de Orihuela, como la llamaba Pablo Neruda.
La plaza de Miguel Hernández fue reclamada en 1977 por un grupo de poetas y escritores valencianos para reparar la figura de uno de los poetas españoles más sobresalientes del siglo XX, cuya memoria había sido vilipendiada por un régimen que le dejó morir en la cárcel de Alicante en marzo del 42. El acto en desagravio también sirvió para reivindicar la valencianía de Miguel Hernández, muchas veces tan diluida en las comarcas del sur, pero de la que el poeta hizo gala en multitud de ocasiones. No en vano, en 1931 recibió el primer y único premio literario de su vida, concedido por el Orfeón Ilicitano por su poema titulado Canto a Valencia, en el que podemos leer:
Para cantar Valencia tú hermosura,
no empuño el arpa de oro
que Apolo toca con experta mano;
sino el guitarró moro
del trovador huertano.
El árabe instrumento,
que al dejarlo como un ave en el nido,
del arbusto pulido
donde lo hallé, sobre la florescencia,
oigo que dice con dulzón acento,
al rozar su cordaje el limpio viento:
¡Salve! ¡Salve, Valencia!...