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Entrevista al sacerdote Francisco Carlos: "Vivan con ilusión"

"Estamos aprendiendo que la soledad y el aislamiento no son lo mismo: ¡puedes sentirte solo incluso en medio de una gran multitud"

Francisco Carlos, en el estudio de Radio Elda SER / Cadena SER

Francisco Carlos, en el estudio de Radio Elda SER

Elda

Francisco Carlos, albaceteño de El Bonillo, es el titular de la parroquia de San Pascual. Llegó a Elda “ciudad acogedora”, afirma, hace 23 años. El programa Hoy por Hoy Elda Vinalopó le ha preguntado por la labor de la parroquia de San Pascual durante el estado de alarma para frenar la expansión del Covid-19. Durante todas esas semanas, este sacerdote ha realizado “escucha espiritual” a quien necesitaba ser reconfortado o simplemente por hallarse solo: “La esperanza en el Seños está ahí”, les decía a sus feligreses, y les invitaba a hacer una “comunión espiritual”. También nos ha contado que “las parroquias eldenses han contado con el apoyo de tres psicólogos que han ayudado a llevar el duelo a los familiares de personas fallecidas debido al Covid-19”.

Como capellán del Hospital Universitario Virgen de la Salud de Elda su misión es la de visitar a los enfermos, acompañarlos y escucharlos. Durante los meses más duros de la pandemia ha experimentado “como nuestros sanitarios se desviven por dar vida, por sanar”. Como sacerdote lo más duro que vivió fue no poder entrar a las habitaciones para dar el último de los sacramentos, la extremaunción, hasta que llegaron los equipos de protección (EPIS) y ya pudo acceder a las habitaciones y a las UCIS. De esta pandemia ha aprendido a “tener paciencia, a tener esperanza”.

Entrevista a Francisco Carlos, parróco de San Pascual en Elda

20:48

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 Artículo publicado en la Revista Fiestas Mayores 2020

A LOS QUE AMAN A DIOS, TODAS LAS COSAS LES AYUDAN A BIEN

Casi sin darnos cuenta ha pasado un año. Aunque este año está siendo un tanto particular. Pues, debido a la pandemia hemos tenido que aprender a vivir con ciertas limitaciones: primero, meses de confinamiento, ahora a llevar mascarillas, a respetar distancias, a nuevas formas de saludar y de convivencias…Pero, ya estamos en el mes de Septiembre. Los eldenses en este mes tenemos una cita importante; es la celebración de nuestras Fiestas Mayores, en honor al Stmo. Cristo del Buen Suceso y la Virgen de la Salud. Desde este libro que edita la cofradía de los Santos Patronos deseo felicitaros en estas bonitas y entrañables fiestas; aunque sean unas fiestas que vivamos de una manera especial; pero siempre con el amor y devoción que nuestros Santos Patronos se merecen.

Cuenta un cronista de San Camilo de Lelis, patrono de los enfermos de los hospitales, en los años de la epidemia de peste que: Algunos agricultores en el campo de Pavía, en el invierno de 1594 trataron de detener a un grupo de hombres que cabalgaban al ducado de Milán. Conociendo del brote de la peste, Camilo había reunido una media docena de sus compañeros en Génova, y partió inmediatamente con el fin de ayudar. Aquellos agricultores dijeron: "¡Alto! ¿Adónde vais?! En Milán hay peste” Ante las advertencias, Camilo respondía sin detener la marcha: “Precisamente por eso vamos allí”.

En estos días, caracterizados por las graves consecuencias de la emergencia sanitaria por el Covid-19, todos estamos llamados a enfrentarnos y, de cierta manera, a reconciliarnos profundamente con nuestra humanidad. Cuando usamos esta palabra 'humanidad', generalmente lo hacemos de una manera muy solemne y a veces presuntuosa. Evocamos esta preciosa palabra, en la que nos reconocemos, para distinguirnos de otras criaturas vivientes, en el sentido de una excelencia que damos por sentada y adquirida. En realidad, esta palabra se refiere radicalmente a ese “humus” del que fuimos atraídos y hacia el cual estamos llamados a regresar con serenidad, después de haber caminado, con humildad, nuestro viaje de la humanidad.

Aceptar las propias pausas

La experiencia difícil de tener que enfrentar una pandemia como la provocada por el coronavirus está demostrando ser un shock casi ensordecedor: no pensábamos que éramos vulnerables y tan terriblemente frágiles. Nos habíamos convencido de que habíamos obtenido una inmunidad sustancial y duradera del miedo y de un sentimiento humano de inseguridad.

La ausencia agudiza la presencia: la pandemia está cambiando dolorosamente nuestra convivencia con la muerte y el duelo. De repente, nos encontramos catapultados en un contexto surrealista y suspendido, en el que la muerte invade cada espacio, pensamiento y discusión; especialmente por el hecho de no poder estar cerca del ser querido que está muriendo, acompañándolo de manera digna, con la enorme importancia de que en estos momentos tengan una caricia, un gesto de cercanía, una palabra susurrada o un intercambio de miradas.

La pandemia cambió todo en un instante. Si antes vivíamos “mucho espacio” en “poco tiempo”, de repente nos encontramos viviendo en “poco espacio” con “mucho tiempo” disponible.

En realidad, hemos tratado de posponer este clic tanto como sea posible: algunos de nosotros, que siempre hemos estado acostumbrados a vivir nuestra vida cotidiana de acuerdo con los altos ritmos de actividad y la relación interpersonal, hemos vivido la repentina experiencia de la cuarentena, en la propia habitación o en espacios privados de las casas. Hemos comenzado a comprender que, en una habitación, incluso en una pequeña, nos podemos sentir aislados o solos, dependiendo de si la soledad en la que se vive es capaz de proporcionar contenidos humanos y espirituales que permitan a nuestro corazón estar abierto, de no perder la esperanza. Estamos aprendiendo que la soledad y el aislamiento no son lo mismo: ¡puedes sentirte solo incluso en medio de una gran multitud!

Hemos aprendido a "permanecer separados", pero la solidaridad, la fraternidad y la hermandad, la comunión entre nosotros, entre familias, entre amigos, a nivel eclesial y/o civil, han sido aún más intensas, alegres, espontáneas y genuinas: las mascarillas, guantes, oxímetros de pulso y medidores de temperatura han dejado de ser simples, aunque necesarios, EPIS (equipo de protección personal) para convertirse en nuestras imágenes diarias en objetos de regalo e intercambio entre personas y de hospitales, un símbolo de preocupación mutua y apoyo en la batalla diaria por el cuidado de las personas más frágiles.

La percepción de fragilidad.

Incluso detrás de nuestras mascarillas, incluso con las manos goteando gel desinfectante o enfundadas con guantes de látex, hemos tratado no tanto de protegernos del otro, sino de darle la bienvenida con un exceso de palabras llenas de empatía, capaces de aliviar las incertidumbres; para limpiar las lágrimas de miedo, de duelo, de esperanza; interpretar sonrisas y miradas que buscaban nuestra complicidad; sentir la profunda nostalgia para poder abrazar, poder apretar, reafirmar que "yo, para ti, estoy ahí", incluso si el toque, la caricia, el saludo no palpó una cara o un hombro, sino momentáneamente el escritorio de un PC o una tablet!

Estamos aprendiendo a “darle una nueva forma al tiempo”: estamos asimilando el desafío de pasar de la avalancha de emociones y sensaciones a la degustación pacífica de cada fragmento de la vida: nos quedamos más tiempo y nos relajamos en la capilla para rezar individualmente; nos centramos más intensamente en una línea particular de un buen libro; pasamos más tiempo en el teléfono, en Skype o en Zoom, con el deseo de saber, consolar, hacer comunión con nuestro interlocutor, convertirnos en casi su aliado, en un contexto de tremenda y compartida vulnerabilidad, incluso si a veces nos encontramos sin el alfabeto más apropiado para narrar y transmitir alegrías y esperanzas, duelos y angustias .

Esta vulnerabilidad radical en la que el Covid-19 nos ha expuesto, sin mucha mediación, nos ha dejado con el deseo de explorar el gran misterio del que somos parte, sin ser el centro: hemos comenzado, pero debemos continuar el viaje, para reflexionar sobre la precariedad de la salud y la vida, sobre la naturaleza temporal de las certezas y los bienes adquiridos, sobre la realidad o la posibilidad de mortalidad de los propios seres queridos y de los demás. ¡La introspección es una oportunidad saludable! El virus nos está proporcionando un baño de realismo existencial y nos recuerda que la tendencia a discriminar puede revertirse rápidamente en ser discriminado repentinamente.

El testimonio propiamente.

La pandemia, que socava el olvido generalizado de nuestra fragilidad hasta el punto de ocultar el sufrimiento y la muerte, nos impulsó como discípulos del Señor Jesús que creen en la resurrección del Señor a compartir esta fe con nuestros hermanos y hermanas enfermos, compartiendo con ellos, las muchas muertes que debemos atravesar en la vida, como parte integral de nuestra aventura humana.

En una situación que nos hace conscientes de que todos estamos potencialmente enfermos, para nosotros, animados y apasionados por Jesús de Nazaret, el anuncio de la esperanza cristiana se vuelve aún más urgente y quizás aún más audible por nuestros hermanos y hermanas en la humanidad.

Hemos sido penalizados por el hecho de que en algunos contextos de atención o en situaciones de asistencia no pudimos, por razones de precaución, alcanzar físicamente a los enfermos: sin embargo, vimos con asombro que los voluntarios, trabajadores sanitarios laicos.... se han reinventado para estas personas enfermas, con los familiares, en afectos, amigos en solidaridad, sacerdotes en el confortar de la fe, compañeros en el miedo y la esperanza, sacrificando, por semanas, sus afectos personales, amistades, familias…, hasta el agotamiento de sus energías físicas y, en varios casos, hasta el contagio y la muerte.

En la actualidad, la consagración al servicio de los enfermos, tanto en hospitales como en cualquier otro lugar, incluso con el riesgo de la vida, lo hemos visto heroicamente vivido por muchos religiosos, sacerdotes, pero también por muchos profesionales laicos del mundo de la salud, que lo aceptaron y lo reinterpretaron dentro de la ética de su profesión sanitaria. En este momento de fragilidad, estamos llamados a dar un testimonio discreto y apasionado de la "esperanza" (1 Pedro 3:15) que nos habita y nos anima. Anunciar el Evangelio de la vida, la compasión y el cuidado, implica la capacidad de evangelizar y humanizar el sufrimiento y la muerte.

Compartimos la fatiga y la angustia frente a una pandemia, que ha socavado no solo nuestra ilusión de seguridad adquirida para siempre, sino también nuestra forma de vivir la fe y nuestra consagración. El Evangelio nos muestra que, el corazón de ese corazón revelado en Jesús del rostro misericordioso del Padre de todos y creador de todas las cosas, es la compasión.

Con gracia y resiliencia

Lo que estamos experimentando en este período es una oportunidad para hacer un balance de nuestra maduración en humanidad, una invitación a aceptar nuestro límite personal para honrar a aquellos que son los límites de todos nosotros y reunirlos.

El servicio al enfermo identifica nuestra misión de manera contundente y se convierte en una vocación indomable de acercarse incluso a riesgo de la vida: una llamada, que incluso en el distanciamiento social actual, no elimina la proximidad a aquellos que están enfermos y en la prueba, sino que se acerca con creatividad con el fin de que el amor maternal puede extraer de las profundidades de su propia inteligencia que ama y de su corazón que piensa.

La pandemia que estamos atravesando no es un flagelo divino, es una señal para ser leída con humildad y llevada con paciencia y compasión. La emergencia de salud, con todas sus inquietudes e incertidumbres sobre la salud, está y estará acompañada por la urgencia económica y la inestabilidad social: esto también es y será una base para comparar nuestro estilo de ser en la historia, como personas con fe.

El sufrimiento nunca nos deja iguales: nos hace mejores o nos hace peores. La muerte de algunos, el sufrimiento de muchos y el miedo de todos es una señal que nos llama a una conciencia humilde y serena: ¡todos somos humanos! <<El hombre es solo una vara, la más frágil de la naturaleza; pero una vara que piensa>>(B. Pascal) y que ama: es precisamente la comprensión cada vez más radical de nuestra humanidad, expuesta a la precariedad biológica y la fragmentación emocional y relacional, lo que nos puede preparar más fácilmente, de igual a igual, a reconocer la misma necesidad en todas las demás personas, identificando también en ella todo el potencial resiliente para renacer.

La novedad radical que se presenta: una sociedad renacentista, la cultura humanista exalta al "hombre" como ser excelente y centro del universo. ¿Pero a qué hombre está apuntando? Al hombre ideal, el hombre excepcional, el hombre brillante, el artista creativo, el descubridor de nuevos mundos. En este mundo cultural, los pobres sin prestigio y sin poder, además enfermos o descuidados, los ancianos no encuentran consideración. Jesús de Nazaret nos descubre a este otro hombre, o más bien lo busca, nos lo descubre que es una persona con la misma dignidad que cualquier otra persona.

Y aquí la oración - en el sentido más amplio y variado- es un ancla segura: recurriendo al Altísimo como criaturas entre criaturas, encontramos nuestra justa dimensión. De esta manera, podremos madurar la capacidad de asumir incluso la muerte sin dejar de amar la vida y luchar apasionadamente, para que todos la tengan en abundancia. Ciertamente, todo esto no es fácil, pero está a la altura de nuestra creación "a imagen y semejanza" (Génesis 1:26) de Dios. Nuestro límite de criaturas debe ser aceptado, honrado y amado. Solo en estos términos podremos decir: todo estará bien, porque, con el testimonio de nuestra vida y nuestras buenas obras, entenderemos más profundamente que "a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien" (Rom 8, 28).

Que nuestros Santos Patronos, la Virgen de la Salud y el Cristo de Buen Suceso, nos bendiga y nos proteja. Felices fiestas Mayores.

Francisco Carlos Carlos.

 
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