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Carlitos nos invita a ser partícipes del mundo que le rodea

"¿Pero sabes una cosa Carlitos? Las fiestas siempre van a estar"

Carlos Ortuño en el estudio de Radio Elda SER / Cadena SER

Carlos Ortuño en el estudio de Radio Elda SER

Elda

Carlos Ortuño, sociólogo y escritor a ratos, siempre tiene historias y recuerdos que contar. En el siguiente texto relata una conversación inolvidable entre Carlitos y su padre, en el cuartelillo de fiestas de la comparsa de Piratas. Corría el año 1980…

"4 de junio de 1980", texto de Carlos Guillermo Ortuño Falcó

05:31

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Texto : 4 de junio de 1980 | Carlos Guillermo Ortuño Falcó.

4 de junio de 1980…Faltan dos días para las Fiestas de Moros y Cristianos de Elda.

Carlitos, como así lo llamaban todos, ahí estaba. En el cuartelillo de fiestas de la comparsa de Piratas. Acompañaba a su padre, pirata de toda la vida. Como era habitual por esas fechas, los miembros de la directiva se afanaban en poner todo en orden para los días grandes que estaban a punto de arrancar.

Las banderitas de papel, la bebida y comida, las sillas, miles de vasos de plástico…

Los responsables del cuartelillo Iban llegando poco a poco de las fábricas de zapatos.

A Carlitos le encantaba poder vivir esos momentos.

Le cautivaba sentarse en una de esas sillas de madera, esas plegables que te dejaban el pompis como la camiseta del Atlético de Madrid, pero que tenían su especial encanto. Con una fanta de naranja en la mano, que entonces le parecía enorme, Carlitos descubría como, lo que hace poco era un simple local, se iba transformando en un auténtico barco pirata.

Esa noche Carlitos y su padre se quedaron de los últimos. Mientras volvían a casa a pie, a la altura de la Feria Calzado, Carlitos recordó la broma que un compañero de clase les gastó hace unos días. Les dijo en el recreo que este año las fiestas de Moros y Cristianos no iban a celebrarse. Su padre, cuando le narró lo ocurrido, soltó una carcajada.

-Pero ¿Y te lo creíste? -le dijo.

-Pues claro que no -respondió Carlitos.

En todo caso, el pequeño, pensativo y tras unos segundos en silencio se dirigió de nuevo a su padre.

-Pero papá, ¿eso podría ocurrir? -le preguntó.

-¿El qué? - le interrogó su padre.

-Pues que, un año no tuviéramos fiestas de Moros y Cristianos, respondió el pequeño.

Su padre, mientras seguía caminando, le respondió que eso no pasaría nunca.

-De acuerdo -contestó aliviado Carlitos.

De pronto, su padre paró el paso. Respiró profundo y le dijo.

-A ver hijo, podría ocurrir. Pero, no sé, tendría que ser por algo muy gordo. Un terremoto, una guerra, algo así. Pero esas cosas, que lamentablemente a veces pasan, a nosotros no nos va a pasar- le tranquilizó su padre.

-Claro, sería muy triste -replicó Carlitos.

-Sí, si ocurriera estaríamos tristes. Pero como sería por algo grave, pues que no se hicieran las fiestas no sería lo más importante. Lo que realmente querríamos es que nosotros estuviéramos bien de salud, que no nos faltara comida, ni casa. Eso sería lo que más nos preocuparía. ¿No crees? – e preguntó su padre.

-Si claro -le respondió Carlitos.

-Pero, papá, es que no me imagino estar un año sin fiestas – insistió Carlitos.

Su padre quedó unos segundos callado.

-Ya hijo, yo tampoco. Pero a veces ocurren cosas que hacen que no puedas disfrutar de las fiestas. Yo conozco gente, que por enfermedad u otras cosas, pues se van al campo, o simplemente no salen de casa esos días -le dijo con ternura.

Su padre prosiguió.

-¿Pero sabes una cosa Carlitos? Las fiestas siempre van a estar. Ellas siguen su curso, como un río. Puede que un año no te puedas quedar. O que, imagínate, un año ocurra algo y no se puedan hacer las fiestas. Pero seguro que el siguiente estarán. ¿Sabes por qué? Porque igual que Elda tiene sus calles, sus árboles, sus montes, o sus fábricas de zapatos, la plaza Castelar, o el descampado donde jugáis al fútbol, también tiene sus fiestas de moros y cristianos. La gente a la que nos gustan la fiestas las vivimos como una parte de nuestra vida. No sé si me entiendes – le comentó.

El niño escuchaba con atención.

-A ver Carlitos, ¿A ti por qué te gustan las fiestas?, le preguntó su padre.

-¿A mí? Porque puedo beber fantas de naranja. ¡Y pintarme el pelo de color de plata, como buen pirata! -espondió Carlitos riéndose.

-Pues eso siempre estará ahí esperándote pase lo que pase. Eso es parte de las fiestas. Anda vamos a casa que hay que descansar -le dijo su padre pasándole la mano por el cabello rubio.

Esa noche Carlitos se durmió tranquilo. Y esas fiestas, las de 1980, y pese a todo, fueron unas buenas fiestas. Y él se bebió algunas fantas de naranja de más.

4 de junio de 2020.

Carlos se ha despertado más pronto de lo normal. Marcha a la cocina a prepararse el desayuno. Sentado frente a un café con leche, mientras el resto de familia duerme, abre su agenda en la página del día. No puede evitar lanzar un suspiro, al ver que, escrito a mano, en ese día, 4 de junio de 2020, pone “Fiestas de moros y cristianos”.

Y le viene un vago recuerdo, quizá un sueño. Y ve de nuevo a su padre, el cuartelillo de los piratas, viejas sillas de madera y una fanta de naranja. Que tontería, se dice ¿por qué una fanta de naranja?

Le llega un sentimiento. Que las fiestas siempre estarán ahí porque, como un día le dijo su padre, hay que seguir convirtiendo locales en barcos corsarios y e ilusionándose con niños deseosos de pintarse el pelo de color plata. Como los buenos piratas.

 
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