El cólera en la pintura de Ignacio Pinazo
Las sucesivas pandemias de cólera que ocurrieron en Valencia durante el siglo XIX tuvieron un gran impacto en la sociedad del momento y dejó su huella también en la vida y obra de Ignacio Pinazo.

Valencia
Después de casi tres meses conviviendo con la primera gran pandemia del siglo XXI todavía no sabemos hasta qué punto va influir a medio plazo en nuestra vida diaria, lo que es seguro es que esta no volverá a ser la misma: las relaciones sociales, el contacto físico, los eventos multitudinarios, etc. Pasará mucho tiempo hasta que volvamos a recuperar la confianza y perdamos el miedo a un contagio que ahora mismo sigue atemorizando a gran parte de la población. El impacto mundial de la covid-19 está forzando la aparición de nuevos paradigmas urbanos, laborales o sanitarios y el año 2020 será marcado a fuego en las crónicas futuras como el drástico punto de inflexión que marca el inicio y el fin de una generación.
El siglo XIX en España fue un seguido de guerras, revoluciones y pandemias de tal virulencia que influyeron sobremanera en la conformación del estado contemporáneo, y como es obvio, en el imaginario colectivo. En Valencia, los sucesivos brotes de cólera acaecidos durante la segunda mitad del siglo tuvieron un efecto devastador en la población por las consecuencias que generó el miedo y la incertidumbre de su procedencia. La huella del cólera en nuestra ciudad la hemos recorrido a través de los testimonios de Ruiz de Lihory, Jaume Ferran o el primado Reig, pero es especialmente impactante en la vida de uno de nuestros pintores más universales: Ignacio Pinazo.
Ignacio Pinazo Camarlench nació en nuestra ciudad en 1849, en el seno de una familia humilde y numerosa. Con tan solo ocho años el cólera mató a su madre y con catorce, otro brote de la misma enfermedad acabó con la vida de su padre y su madrastra, un trauma que el joven Pinazo nunca superaría y que afectó para siempre a su vida y obra. Antes de triunfar como pintor tuvo que ejercer de panadero, sombrero o platero para poder sacar adelante a sus hermanos aunque su abuelo le facilitó el acceso a la pintura y ya en 1871 consiguió su primer gran premio de relevancia.
Una infancia dura y su condición de huérfano marcaron la obra de Pinazo hasta el punto de obsesionarse con el retrato infantil, una de sus características más sobresalientes. Pero de nuevo el cólera se cruzó en su vida y temeroso de una enfermedad que ya se había cobrado la vida de algunos de sus seres más queridos, huyó de la ciudad de Valencia que en el verano de 1885 estaba sufriendo el enésimo brote de cólera del siglo. La familia Pinazo se confinó en la casa de campo de un amigo para evitar el contagio y el nuevo entorno bucólico le sedujo tanto que terminó fijando su residencia habitual en la vecina población de Godella. El descubrimiento de este nuevo entorno natural dio un giro a la temática de su obra, pero su aislamiento fuera de la gran urbe le desvinculó de los ambientes artísticos e intelectuales, lo que supuso que no llegara a tener el prestigio internacional que si alcanzó, por ejemplo, Joaquín Sorolla.
En cualquier caso, Ignacio Pinazo es considerado uno de los pintores más destacados del arte español de finales del siglo XIX y el gran pionero de la pintura moderna valenciana. Fue condecorado con la Medalla de Honor en la Exposición de Bellas Artes en 1912, año en el que el Ayuntamiento de Valencia también aprovechó para homenajearle bautizando con su nombre la entonces plaza del Picadero. El nombre de la plaza del pintor Pinazo fue cambiado a final de los años setenta del siglo XX para dar cabida en el mismo rótulo a sus hijos, José e Ignacio, que también se habían convertido en grandes artistas. Desde entonces ese pequeño rincón comercial de la ciudad es conocido como plaza de los Pinazo.