Yo caí, la libertad triunfó

A veces, en la cama, tengo que subir el volumen de la radio para que el ruido de mis pensamientos no me impida dormir. Suceden tantas cosas estos días que cuesta saber dónde estás en cada momento. La realidad se ha vuelto tan loca que parece que cada semana existan mayorías distintas para cosas distintas, como si todo fuera a derribarse y cambiarse por una estructura de papel que aguantará lo que tarde otra lluvia.

Solo hay un mercado más difícil hoy que el del material sanitario, el de las certezas. Apenas quedan proveedores. Los expertos sufren desengaños a la velocidad del amor en Tinder. Descubren cada semana impresiones fallidas y teorías cojas, hechos inesperados que muestran una cara nueva del virus que no habían previsto. Persiguen la ciencia a la velocidad que imprimimos las noticias, lo cual, claro, no es posible, como nunca un periódico fue un libro de historia. Así y todo, solo del decantado de su confusión podrá salir algo útil.

Está también la confusión de los que jamás callan y siempre tienen la solución. Últimamente la emplean en torno al término libertad. La estrategia en sí ya es rara porque consiste en repetir mucho la palabra para que, de alguna manera, nos parezca que no está. Parece ser que la idea es que la libertad es tan suprema, tan inteligente y desconectada de cualquier otra consideración que no le hacen falta las personas, por sí sola se basta. De ahí que esté por encima de la salud de todos.

Bendita sea la libertad de cada uno para tocar la cacerola (o lo que guste). La cuestión es si detrás de esto hay algún proyecto, o si cuando se corra la cortina solo quedará un neón brillante que pone libertad y todos podremos enfermar libremente, porque empieza a parecer utilizan la palabra libertad como si fuera ruido y ya me están entrando ganas de subir la radio.