La juventud del bar Cristina
Rafael Benítez Toledano
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Jerez de la Frontera
En el bar Cristina, en la Alameda, sin álamos, como todas, del mismo nombre. Según se entra a la izquierda en el salón, se reúnen, se reunían, todas las mañanas sobre las 11 los miembros de un frente de juventudes de lo más vigoroso.
El guitarrista Manuel Morao, que a sus 90 años aún puede con la melena, el sombrero, el pañuelo, el bastón y conmigo. Antonio Mariscal, que encuentra la manera de repartir su jornada de jubilado de la botica entre sus libros -leídos y escritos-, sus amigos y su señora, que lleva un tiempo delicada. Y todo con esa cachaza de prisa aplazada. O Pepe Castaño, el peluquero de mi niñez, retratista literario de personajes locales. O el sastre Sollero y el periodista Andrés Cañadas. Al venenciador y acuarelista Genaro Benítez y a Juan Luis Vega los han traído directamente de lo alto de una andana.
Bueno, pues en esa tertulia de jovenzuelos con artritis, en la que de vez en cuando me dejan sentarme, callarme y escuchar. En esa cátedra jerezana, ya digo, se refugia un Camelot un tanto achacoso, de caballeros a la búsqueda de un Santo Grial que es ese jerez perdido que volverá cuando ellos lo recuerden de nuevo. Una de estas mañanas.