Otro virus
Miguel Pérez Aguilar
Jerez de la Frontera
Ahora que casi todos tenemos más tiempo para pensar y que nos hemos bajado de ese tren frenético en el que viajábamos para ir a no se dónde, intento observar desde una posición tranquila el escenario político actual.
Para ello es de vital importancia intentar protegerme, no del COVID_19, eso ya lo hago, sino de la cantidad fakes en forma de videos, audios y fotos que inundan las redes sociales y algunos medios de comunicación. Hay de todo, desde unos videos grabados por ciudadanos que se esconden tras el anonimato, hasta agencias especializadas.
Intento abstraerme para obtener una opinión objetiva, pero esto resulta casi imposible porque los niveles de intoxicación son altísimos. Se ha creado un ambiente de crispación mediática e informativa que raya lo insoportable.
Es el imperio de la mentira, en el que los mentirosos poseen herramientas novedosas para lanzan a discreción y masivamente mensajes falsos. Y tras el lanzamiento de esos fakes, una legión de ciudadanos que los reenvían, amplificando el alcance a la generalidad de sociedad. Son las nuevas formas propagandísticas que recuerdan, salvando las distancias, a períodos de guerra en los que desde los aviones se lanzaban en territorio enemigo panfletos. Se mandaban mensajes falsos que intentaban por ejemplo, desmoralizar a la población.
La gran diferencia estriba en que hoy tenemos a nuestra disposición una tecnología y unos medios muy potentes, pero por lo demás hay coincidencia en la estrategia, que no es otra que crear un estado de ánimo determinado para conseguir un desgaste. Opiniones infundadas que suplantan a la verdad, es la otra verdad, o lo que ha venido a llamarse la post-verdad.
Defender que este tipo de maniobras encajan en el ámbito de la libertad es lo mismo que legitimar “el todo vale”. Me entristece que los manipuladores campen libremente en las redes, incluso con agencias especializadas que como mercenarios disparan contra el derecho a ser informados de una forma veraz. Los ciudadanos de buena fe no merecen esta continua contaminación informativa, es una ofensa contra la sociedad en general.
Por ello es muy importante que en cuanto se restablezca la normal actividad parlamentaria, el Congreso se ponga manos a la obra para poner coto a estas conductas, y la mejor forma de hacerlo es tipificarlas en el Código Penal de una forma amplia pero precisa.