Las arrugas del espejo

Las Palmas de Gran Canaria

La crisis del coronavirus me ha hecho valorar mucho más a un grupo de personas que nos suelen marcar de por vida: los abuelos. Yo desgraciadamente ya no puedo disfrutar de los abrazos y besos de mi Fefita y de Miguel, mis abuelos maternos que, sin duda, fueron los primeros amores de mi vida. Y lo fueron porque los abuelos, normalmente, son una mezcla perfecta de cariño y comprensión, al menos así me trataban los míos. Te cuidan con el mismo cariño que tus padres, te consienten como un tío, son cómplices como un hermano y todo eso con la experiencia que sólo te da el peinar canar. Una conexión que te marca de por vida porque son los que te moldean de niño y se quedan dentro de tus sentidos y de tu memoria. Aún cuando huelo un puchero de papas oigo la voz de mi abuela o cuando camino por Las Canteras puedo ver a mi abuelo sentado en uno de los bancos del paseo.

Con la cuarentena me he dado cuenta de que se amor, que esa unión entre un abuelo y su nieto, es casi universal. Con abuelos que siempre tienen presentes a los hijos de sus hijos y nietos que se siguen preocupando de los padres de sus padres. Negándose incluso a verse o darse un beso por el amor que se tienen los unos a los otros.

Aunque también, las noticias nos han demostrado que no todos los abuelos, o las personas que por edad pueden serlo aunque no tengan nietos, son tratados como se merecen. Algunos siguen sufriendo lo peor del aislamiento y la soledad durante esta pandemia. Muchos aún ven a los mayores como cosas de las que se pueden olvidar en una cama o como animales que no importan si enferman. Las nuevas generaciones están viendo cómo tratamos a nuestros mayores y es el momento de enseñarles humanidad y respeto hasta en los peores momentos, sobre todo en los peores momentos. Porque el paso del tiempo no se puede evitar. Y como decía mi Fefita y mi abuelo Miguel, con los años todos, si tenemos suerte, descubriremos arrugas en el espejo.