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Javier Malla

'Condenados al abismo'

Cuando era un niño, en mi Bajadilla, la vida era bella, sin problemas, tenía mis padres, mis hermanos y mis amigos y todo era un paraíso

Javier Malla. / Javier Malla

Javier Malla.

Algeciras

Cuando era un niño, en mi Bajadilla, la vida era bella, sin problemas, tenía mis padres, mis hermanos y mis amigos y todo era un paraíso.

'Condenados al abismo'

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Cuando uno es un niño, las enfermedades y las muertes de los mayores están tan lejos que son anécdotas que suenan muy de vez en cuando.

Y fui creciendo y mi universo fue el colegio y después el instituto, y los grandes males pasaron a ser el amor de adolescencia, los aprobados y los suspensos y el baloncesto.

Me casé y se casaron mis amigos. Tuve hijos y mis amigos también tuvieron los suyos. Descubrí el miedo de la responsabilidad la primera noche que miré a mi hijo Javi en la cunita de al lado de mi cama y llegaron las enfermedades de mi madre.

Mis hijos crecieron y yo crecí con ellos, murieron amigos y llegaron las enfermedades de mi madre. Los miedos se multiplicaron y la realidad dejó de ser rosa.

Mi María nos dijo adiós y la vida empezó a golpear en el entorno. Accidentes, enfermedades y tragedias se llevaron a muchos de los míos y hace muy poco, el hombre de mi vida, mi padre, también dijo adiós.

Llevo unos días en el hospital y veo a viejecitos enroscados en sus camas sin nadie al lado, puerca vida, puerca vida sin valores que nos lleva hasta una habitación del Punta Europa para decir adiós casi en soledad.

Una mano, una mano de consuelo antes del abismo, tampoco parece tanto, una mano que devuelva el mismo amor que dimos cuando nos tocó darlo.

El Punta Europa está lleno de mayores que lloran en soledad con el único consuelo del personal sanitario. Asquerosa especie la nuestra que se olvida a sí misma y se abandona ante corazones encallecidos. Pena que dejemos todo el amor para la adolescencia y nos condenemos todos a morir enroscados y solos en una cama del hospital Punta Europa.

 
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