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Rosario Pérez Villanueva

Controles Parentales

Sobre el "veto parental", ojalá algunos progenitores se preocuparan tanto de controlar el móvil de sus hijos

Rosario Pérez. / Rosario Pérez

Rosario Pérez.

Algeciras

El otro día tuve noticias, después de mucho tiempo, de una antigua compañera de colegio, y no pude evitar recordar algunas de las cosas que compartimos de pequeñas, cuando todavía no sabíamos que la vida nos llevaría por caminos distintos. Recordé, entre otras, su tristeza cuando me dijo que ella no podría ir conmigo al instituto, y que tampoco iría nunca a la Universidad, porque sus padres le habían dicho que como no valía para estudiar, lo mejor era que ayudara en casa, cuando acabara la escuela, y que luego se pusiera a aprender peluquería.

'Controles Parentales'

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No recuerdo si alguien le preguntó si quería ser peluquera, aunque los 13 años me parecen un poco pronto para saberlo, como tampoco creo que casi nadie pueda decidir a esa edad, con más o menos criterio, si quiere ser mecánico, farmacéutico, albañil o ingeniera de caminos.

Eran los tiempos de la E.G.B., ya saben, cuando la enseñanza obligatoria acababa, más o menos, a los 13 años. A partir de ahí, estudiar Bachillerato o hacer un ciclo de Formación Profesional era algo voluntario, opcional… Voluntario y opcional para los padres, claro, que al final eran los que decidían estas cosas, en unos casos escuchando los deseos de sus hijos y, en otros, no tanto. Todos, o al menos la inmensa mayoría, imagino, creyendo hacer lo mejor para su descendencia… Aunque lo mejor para los hijos no siempre coincida, ni tiene por qué, con los intereses, las convicciones o los deseos, más o menos frustrados, de sus padres y sus madres. Los progenitores, como se dice en estos tiempos de lenguaje inclusivo.

Ahora, como entonces, a la inmensa mayoría de los progenitores se nos presupone un interés común: querer lo mejor para nuestras crías. A partir de ahí, cada uno y cada una es de su padre y de su madre, nunca mejor dicho, y la realidad demuestra que no todos, por el simple hecho de habernos reproducido, disponemos de los mismos conocimientos, las mismas herramientas formativas ni las mismas habilidades sociales, emocionales, afectivas y culturales.

No sé ustedes, pero yo he conocido a alguna madre capaz de afirmar en público, sin ruborizarse, que ella no cree en los virus ni en las bacterias, como si la existencia de los virus o las bacterias fuera una cuestión de fe, como el espíritu santo. También he escuchado a algún padre venirse arriba criticando, a su manera, la teoría de la evolución de las especies, asegurando que “eso de que venimos del mono es un cuento chino”, y a algún otro sosteniendo, como si le fuera la vida en ello, que las pirámides no la construyeron los egipcios, sino unos extraterrestres que pasaron por aquí.

Todavía no me he topado con nadie afirmando en voz alta que la Tierra es plana, o que los demás planetas no existen, pero seguro que hay por ahí alguno o alguna que lo piensa. Se leen cada día tantas barbaridades en los muros de Facebook que ya pocas cosas me sorprenden.

Tal vez por eso me da escalofríos que haya quien pretenda, a estas alturas, que los padres y madres juguemos a ser maestros y profesores, o peor aún, censores de maestros y profesores, y metamos las manos en los contenidos de las asignaturas que se imparten a nuestros hijos. Para opinar, dar ideas, realizar críticas o expresar descontentos ya están, en la escuela pública, las reuniones y los Consejos Escolares, en los que padres y madres estamos representados, y en los que, por cierto, la participación dista mucho de ser masiva.

Y puestos a ejercer eso que algunos llaman el “veto parental”, ojalá algunos progenitores se preocuparan tanto de controlar el móvil de sus hijos, el tiempo que pasan wasapeando con váyase usted a saber quién o enganchados a videojuegos de dudoso contenido, como parecen preocuparse ahora por alguna que otra charla informativa. Nos iría mejor a todos, incluidos a los profesores, que bastante tienen con lo suyo.

 
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