Un músico callejero
Mercedes Vega
Bilbao
Durante aquellas vacaciones en Zumaia descubrí algo especial. Encontré a Daniel musicando la calle. Al reconocerlo mi respiración se entumeció. Atrás quedaron los días de desayunos con poesía y noches de melodías y exposiciones entre Paris y Nueva York, donde se prescribía la improvisación.
Ahora parecía un espectro. Únicamente su guitarra lo ataba a la vida. Un baño y una comida hicieron que ondeara aquella sonrisa desterrada. Desplegamos nuestras vidas cual abanico y, entre sollozos, disfrutamos juntos rememorando el pasado.
Pero tras aquellos días, y aunque quise reincorporarlo a mi vida, tuve que abandonarlo de nuevo, impotente ante su anhelo de libertad.