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Óscar Pinar en el recuerdo: el pintor que modeló el paisaje colorista de Cuenca

Recorrió la provincia pintando sus paisajes casi que pueblo a pueblo. En la SER recordamos su figura con un programa especial

Cuadro de Óscar Pinar con el paso de San Juan Evangelista. / Archivo José Vicente Ávila

Cuadro de Óscar Pinar con el paso de San Juan Evangelista.

Cuenca

Desde el pasado 23 de marzo y hasta el 23 de mayo, la sala del Museo de Cuenca, en la calle Princesa Zaida, 6 de Cuenca capital, ofrece una exposición antológica del pintor conquense Óscar Pinar, organizada por la Real Academia Conquense de Artes y Letras de la que el fallecido artista fue miembro numerario. Una muestra en la que se recoge, en más de medio centenar de cuadros, la trayectoria plástica de este pintor popular que, con su gorra, su caballete y sus lienzos, formaba parte del propio paisaje, recreando al óleo un expresionismo muy personal. En el programa Páginas de mi desván, que coordina José Vicente Ávila, y que se emite los martes en Hoy por Hoy Cuenca, recordamos a este singular personaje conquense.

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Óscar Pinar en el recuerdo: el pintor que modeló el paisaje colorista de Cuenca

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Habría que empezar diciendo que Óscar Pinar Álvaro nació en Cuenca, en la plazoleta de las Escuelas, el 6 de septiembre de 1927, es decir un día después de que se inaugurase la plaza de toros de Cuenca. Aquella tarde, en la segunda corrida, torearon Antonio Márquez, “El Niño de la Palma” y Félix Rodríguez, que sustituyó a Nicanor Villalta. Cito el dato porque Óscar solía decir que tenía los mismos años que la plaza de toros; cuando el coso taurino que proyectó el arquitecto Fernando Alcántara, cumplió los 80 años le encargué un dibujo alusivo que él captó muy bien para la portada de “El Día” en San Julián, pues Óscar era una persona muy accesible a colaborar con los medios cuando se le requería, y en mi caso incluso le solicité algunos dibujos deportivos que también fueron publicados.

Óscar Pinar en una exposición sobre Semana Santa, 1980.

Óscar Pinar en una exposición sobre Semana Santa, 1980. / José Luis Pinós

Óscar Pinar en una exposición sobre Semana Santa, 1980.

Óscar Pinar en una exposición sobre Semana Santa, 1980. / José Luis Pinós

De mozalbete y recién acabada la guerra, con trece años, Óscar entró a trabajar en la Librería Pedagógica, que era propiedad de los hermanos De la Rica, convertida luego en tiendas de gorras y pañerías. Dejó la librería para poder recibir clase de pintura en la Escuela de Artes y Oficios, que estaba en la Diputación, de la mano de Fausto Culebras, que le descubrió secretos de la técnica pictórica y siempre se consideró como un alumno del gran escultor de Gascueña, al que por cierto recordaremos próximamente en el 60 aniversario de su muerte.

Su hermano Jaime Pinar, tres años más joven que él, le sustituyó en la Librería Pedagógica, y Óscar, que ya había ganado sus primeros premios en acuarela, alternando con sus tíos Gregorio y José Álvaro, se presentó a unas oposiciones de pintor en Renfe que ganó y se marchó a Madrid. Allí pintaba vagones de color “sangre de toro”, como solía referir, pero el poco dinero que ganaba era para la patrona de la pensión, con lo que tenía que hacer “chapucillas” con otro compañero para poder subsistir en aquel Madrid de color plomizo. Y volvió a su Cuenca de grises alegres. Así, Óscar Pinar y Jaime (fino futbolista que se distinguió en la Unión Balompédica Conquense y más tarde como entrenador), comenzaron de pintores, siguiendo la estela de sus tíos Gregorio y José. Mientras Jaime jugaba al fútbol y se dedicaba al noble oficio de “pintura en general”, Óscar sintió la llamada del arte y se fue hasta Madrid para completar estudios de Bellas Artes. Depuró su técnica y fueron llegando más premios.

En una entrevista que le hizo el que fuera notable periodista conquense Carlos Briones, a Oscar Pinar en junio de 1956, al obtener el cuarto premio en una Exposición Nacional en Barcelona, cuando tenía 28 años, y vivía de la pintura de “brocha gorda” como él decía, comentaba que su mayor ilusión entonces era crear estilo propio, pues su vocación era la de pintar. Así describía Briones a Óscar:

Cartel de Óscar Pinar para la Semana Santa de Cuenca de 1995.

Cartel de Óscar Pinar para la Semana Santa de Cuenca de 1995. / Archivo José Vicente Ávila

Cartel de Óscar Pinar para la Semana Santa de Cuenca de 1995.

Cartel de Óscar Pinar para la Semana Santa de Cuenca de 1995. / Archivo José Vicente Ávila

“Pinar es un muchacho de estatura media, alegre, amable y siempre optimista. Tiene éxito en sus exposiciones y su pintura tiene el doble mérito de tenerla que hacer en los ratos libres”, aunque apuntaba Briones, “este chico, lleno de juventud, triunfará porque tiene todo su empeño en ello”.

“¿Qué te parece Cuenca para la pintura, le preguntaba Carlos Briones y Óscar le respondía que “la veo muy distinta de cómo la gente cree, sombría y oscura; yo la veo alegre en sus tonos grises, que es lo que predomina”. Contaba entonces Oscar Pinar una anécdota que le ocurrió cuando visitó Marsella, tras conseguir un premio que le llevó a París, y que siempre lo tuvo presente cuando pintaba en el campo o alejado de las urbes. “Me marché a visitar el Museo de Marsella y cuando quise volver me había perdido y estaba lloviendo a cántaros y, hasta encontrar el autobús, me encogió el traje un palmo y la gente me confundía con un pescador”.

Por los años cincuenta, Cuenca era ya un “vivero” de artistas como Marco Pérez, Fausto Culebras, Martínez Bueno o José Navarro, con los que Óscar tenía una excelente relación artística, además de Víctor de la Vega, Carboneras, Luis Roibal, José Luis Brieva, Torallas, Marcelino Pulla, Pedro Mercedes, Encarnación Cañas, Tete Manzanet, Leonor Culebras, Real Alarcón o María Teresa de la Muela. Óscar ya tenía nombre propio en la pintura conquense. Recorrió toda la provincia con su bicicleta, viajando en la “Catalana” o en el tren, que para eso pintaba vagones. ¡Cuánto sabe Óscar de los trenes de Cuenca, vía Utiel o vía Madrid pasando por Aranjuez! Anécdotas de invierno crudo, de verano tórrido, de primavera refulgente o de otoño esplendoroso, porque las cuatro estaciones las ha sabido reflejar Óscar en sus obras, primero en acuarela y definitivamente al óleo.

Cartel de Óscar Pinar para la feria de San Julián de 1988.

Cartel de Óscar Pinar para la feria de San Julián de 1988. / Archivo José Vicente Ávila

Cartel de Óscar Pinar para la feria de San Julián de 1988.

Cartel de Óscar Pinar para la feria de San Julián de 1988. / Archivo José Vicente Ávila

Podemos decir que Óscar era un pintor tan amante de su tierra como reivindicativo. A Óscar te lo encontrabas en cualquier rincón de la ciudad con su peculiar gorra y su cuadro a medias en el caballete. Y su sonrisa con toda su llaneza, reflejada en el hoyuelo de su barbilla. Pintaba los rincones de Cuenca y le dolían las “heridas” que tantas veces le han salido al Casco Antiguo. O las demoliciones sin venir a cuento. “Se están cargando el paisaje”, decía con cierta tristeza. Ahí estaba Óscar como notario de la pintura para dar fe que allí estuvo aquella casa encorvada de rojas y pardas tejas, con chimeneas humeantes…

Han sido numerosas las exposiciones, no sólo en Cuenca, sino en Españañ. Pintor de pura cepa conquense, Óscar Pinar Álvaro se entregó en cuerpo y alma a esta profesión de “retratar” con sus espátulas, y su diversidad de mil expresivos colores el paisaje: Callejuelas y rincones, arboledas y ríos, mares y montañas; las torres de las iglesias con cigüeñas o relojes, y toda la Serranía de Cuenca, la Alcarria y La Mancha y de numerosas ciudades y pueblos de España forman parte de su repertorio paisajista. Pero Oscar Pinar no sólo exponía su obra en salas o galerías, pintaba al aire libre y exponía a cielo descubierto. Antonio Rodríguez, en su “Cuenca en el recuerdo”, al hablar de la apertura de la calle Madre de Dios con escalerillas a San Felipe, recuerda que “por la segunda mitad de los años 50 del siglo XX, en este agradable rincón de la capital, vi en mis años jóvenes una exposición de pintura al aire libre donde colgó sus cuadros Oscar Pinar, pintor y amigo, que supo captar con acierto y expresividad el paisaje de la tierra que lo vio nacer”.

Cartel de Óscar Pinar para las fiestas de San Mateo de 2002.

Cartel de Óscar Pinar para las fiestas de San Mateo de 2002. / Archivo José Vicente Ávila

Cartel de Óscar Pinar para las fiestas de San Mateo de 2002.

Cartel de Óscar Pinar para las fiestas de San Mateo de 2002. / Archivo José Vicente Ávila

Pero no fue esa la única exposición al raso, sino que en 1959, volvió a colocar sus cuadros en el “Boulevar de Caquito”, junto a la Trinidad, por lo que Federico Muelas le dedicó en “Ofensiva” una de sus cartas, titulada “Casi disculpas a Óscar Pinar”, en la que decía: “De haberlo sabido, hubiera venido exprofeso a sorprenderte inaugurando tu exposición al aire libre con unos minutos de palabras más al viento”.

Y añadía Federico en su “carta sobre la mesa”: “Creo en ti, Óscar Pinar, como creía en Fausto, aunque nunca te lo dijera con tanta claridad. Creo en ti porque he seguido atentamente el pulso de tus líneas y el anhelo de tus colores, tu brega frente al paisaje, tus esperanzas y tus desalientos. Bien hiciste en colgar tus cuadros al aire libre de aquel lugar conquense a la misma puerta misma de tu casa (…)

Por entonces, un grupo de jóvenes pintores madrileño había elegido el callejón donde el espíritu de Fausto reza en la piedra limpia de una virgencilla… La luz y los rincones de Cuenca hacen de la ciudad una sala gigantesca de exposiciones.

“Cuenca te espera muy de mañana y al final de la tarde –tus horas libres—para mirarse en tus lienzos”, escribía Muelas en su misiva.

Cuadro de Óscar Pinar con el paso del Cristo de los Espejos por la Puerta de Valencia.

Cuadro de Óscar Pinar con el paso del Cristo de los Espejos por la Puerta de Valencia. / Archivo José Vicente Ávila

Cuadro de Óscar Pinar con el paso del Cristo de los Espejos por la Puerta de Valencia.

Cuadro de Óscar Pinar con el paso del Cristo de los Espejos por la Puerta de Valencia. / Archivo José Vicente Ávila

La primera entrevista de José Vicente Ávila con Óscar había sido en marzo de 1975 en su enésima exposición ante sus paisanos. Se titulaba “De la Alcarria a Levante”, esa nueva comparecencia de Óscar ante el público de Cuenca, el 17 de marzo de 1975, en la que exponía 60 obras, que era como el resumen de tres años de trabajo, y por aquello de exponer en la patria chica, el pintor se sentía más responsabilizado. Decía: “Quiero que los conquenses y mis compañeros artistas observen la evolución que he tenido”.

-Pero, ¿en qué sentido has evolucionado, Óscar?, le preguntaba yo un tanto sorprendido después de conseguir numerosos premios y ver cómo la sala estaba abarrotada de un gentío muy interesado en su obra…

Cuadro de Óscar Pinar con la entrada del Jardín de los Poetas.

Cuadro de Óscar Pinar con la entrada del Jardín de los Poetas. / Archivo José Vicente Ávila

Cuadro de Óscar Pinar con la entrada del Jardín de los Poetas.

Cuadro de Óscar Pinar con la entrada del Jardín de los Poetas. / Archivo José Vicente Ávila

-“Mi obra evoluciona de una sola forma. Entiendo la pintura desde que era niño y pienso que la evolución consiste en irse uno superando, tanto técnicamente, como en el concepto del tema que se muestra en el cuadro. Creo que el color lo llevo dentro”.

Entonces me contaba, en su estudio de la Puerta de San Juan, que “a veces pinto cosas que me imagino cuando no tengo el paisaje delante. Y es que el color lo vivo, lo combino. Puede ser un don que yo tengo”. Y yo le decía en broma, “debe ser el don del algodón, que no engaña…”

Además del paisaje, la pintura de Óscar Pinar no tendría sentido sin sus cuadros de la Semana Santa, pues una de sus últimas exposiciones fue en 2015 en el Museo nazareno.

Es que Óscar no sólo tenía alma de artista, sino también alma de nazareno, como buen conquense. “Pintor y cofrade”, escribí cuando en marzo del 80 expuso su colección de obras de Semana Santa en la Sala Jamete, y nos dimos un abrazo cuando expuso en 2015 en el Museo, incluso con un cuadro enmarcando la “Página de mi Desván” que le dediqué en 1990 en “El Día” con el título de “La pintura racial de Óscar Pinar”. Sabía palpar y sentir la Semana Santa porque fue bancero de su Cristo de los Espejos y hermano igualmente de San Juan Bautista y Jesús de las Seis. Se tardó mucho en elegirle como cartelista, en 1995, tras haber participado en diversos concursos. Diseñó el lienzo de Jesús Caído y la Verónica, en recuerdo de su hijo Óscar, fallecido en la flor de su vida. Vida rota que supo sobrellevar con su vocación por la pintura.

Caricatura de Miguel Zapata sobre Óscar Pinar.

Caricatura de Miguel Zapata sobre Óscar Pinar. / Diario 'Ofensiva' 1956

Caricatura de Miguel Zapata sobre Óscar Pinar.

Caricatura de Miguel Zapata sobre Óscar Pinar. / Diario 'Ofensiva' 1956

También pintó carteles de feria y vaquillas, es decir, ilustró las tres celebraciones anuales de Cuenca.

Lo hizo en la Feria de San Julián de 1988 y en la Vaquilla de San Mateo de 2002, amén de otros carteles y portadas de periódicos extraordinarios. Escribía Enrique Domínguez Millán en aquella exposición de 1975, que “Óscar Pinar es un artista racial que necesita la ayuda de todos, y en especial la comprensión de su propia tierra, en la que no ha encontrado el eco justo que la importancia de su obra merece”.

Quince años después, Óscar Pinar pasaba a formar parte de la Real Academia Conquense de Artes y Letras. Su discurso de ingreso en el salón de actos de la Diputación, el 18 de mayo de 1989, llevaba el título de “Plástica y arte de mi tiempo”, que supuso una gran aportación para conocer a pintores conquenses de la década de los 30 a los 70 del siglo pasado. Carlos de la Rica escribía sobre el desafío de Oscar Pinar con el color:

Entre nuestros pintores quizá sea Oscar Pinar el más insistentemente pregonado en las calles: quiero decir que el desafío del urbanismo o el paisaje forman parte de este artista que con el color se mete e introduce por los ojos aquello que contempla. Oscar Pinar no pinta de memoria, el mismo planta el caballete donde sea y despreocupado por los curiosos prende en el lienzo cuanto delante tiene.

Ilustración de Óscar Pinar para el boletín de la UB Conquense en 1988.

Ilustración de Óscar Pinar para el boletín de la UB Conquense en 1988. / Archivo José Vicente Ávila

Ilustración de Óscar Pinar para el boletín de la UB Conquense en 1988.

Ilustración de Óscar Pinar para el boletín de la UB Conquense en 1988. / Archivo José Vicente Ávila

Enamorado de los colores vivísimos es como un expresionista de la perspectiva, desafiante de la realidad a la que traslada en su versión de planos, horizontes y lejanías. Los secretos del paisaje se afilan en el fotograma del ojo. Su territorio es la crónica de su desvelo por las tierras, las durezas y asperezas del roquedal, los cielos que se pierden en lontananza o afirman su violencia en la totalidad de la visión.

La voz del pintor vocea por los cuatro costados las composiciones que le regala cuanto a él se enfrenta y le posee. Oscar Pinar narra el paisaje pues éste, paisaje natural y urbanización, refunden colores y visión”, expresaba Carlos de la Rica.

Cuando Óscar Pinar falleció en julio de 2017 escribí que “Él, que durante prácticamente toda su vida ha pintado a Cuenca, de rincón a rincón, de hoz en hoz, de cuesta en cuesta, bien merece que “su ciudad” le dedique una calle para recordar a este pintor sencillo, colorista a raudales, que creó un estilo propio, pues la pintura de Pinar no se confunde con ninguna otra, hasta el punto de conseguir no sólo ese sello particular, sino el “made in conquense”. En junio de 2018 el pleno municipal acordó dedicarle un Mirador bajando por la Puerta de San Juan… que espera abierta a que se coloque la respectiva placa.

 

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