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Cuenca

Una visión cómica de Cuenca relatada en verso hace 130 años

Recuperamos los "apuntes de viaje" de Sinesio Delgado, director de la publicación satírica Madrid Cómico que se publicaron en 1888 junto a los divertidos dibujos de Ramón Cilla

Vista de Cuenca hacia 1870. / Grabado de Sierra

Vista de Cuenca hacia 1870.

Cuenca

En la amplia hemeroteca de artículos literarios sobre Cuenca, de famosos escritores y poetas, de los dos últimos siglos, figura un extenso poema de 150 líneas en la denominada serie “España Cómica, Apuntes de viaje: Cuenca”, que nos trae José Vicente Ávila bajo el título de “Sinesio Delgado liberó el sambenito de Cuenca en el Madrid Cómico de 1888”, al espacio radiofónico Páginas de mi desván que emitimos cada martes en Hoy Por Hoy Cuenca. Un trabajo que ocupó cuatro páginas del popular semanario, con la portada dedicada al director de El Progreso Conquense, Santiago López, incluidas dos páginas centrales del dibujante Ramón Cilla, que reflejaban los rasgos típicos y las notas del paisaje de aquella Cuenca y sus gentes de hace 130 años. Versos o ripios que fueron publicados de nuevo en 1927 en la revista mensual conquense Ilustración Castellana con el epígrafe “Del Cuenca antiguo”. En 1996, en El Día Cultural, el crítico literario Florencio Martínez Ruiz sacaba de nuevo a la palestra aquella publicación de Sinesio Delgado con un titular muy expresivo: “Aquel verano en que Cuenca exorcizó sus demonios en el “Madrid Cómico”.

Una visión cómica de Cuenca relatada en verso hace 130 años

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“La primera vez que pude leer esos versos de Sinesio Delgado y conocer los dibujos tan ilustrativos de Ramón Cilla, que retrataba la cachaza retranca de nuestras gentes, fue en una publicación que realizó Diario de Cuenca en una edición especial de 1973, de la Cuenca ‘camp’, con la reproducción de páginas de la citada revista Ilustración Castellana”, relata Jose Vicente Ávila. “De aquellos dibujos de Cilla me llamó entonces mucho la atención una viñeta con tres flacos curillas con bonete y un orondo canónigo delante, con un pie que decía: media población; dibujo que se repetía invertido con este otro pie: la otra media. No faltaba el jarro de vino en las manos de aquellos jóvenes o la multitudinaria merienda del domingo en la Alameda. Los ilustrativos dibujos de Cilla se publicaron sueltos en la Ilustración, pero en su original edición aparecían formando conjunto en la doble página del célebre semanario madrileño. Madrid Cómico era una revista de carácter jocoso, satírico, castizo y festivo, que se editó desde 1880 hasta 1923, que contó con ilustres escritores como Clarín, Emilia Pardo Bazán, Vital Aza o Miguel Echagaray, entre otros muchos, y dibujantes y pintores luego muy cotizados”.

En Páginas de mi desván hemos comentado en diversas ocasiones que en aquellos finales del siglo XIX y comienzos del XX, se ponía en solfa la existencia de Cuenca, como si fuese la ciudad de las cavernas, y el mismo Sinesio Delgado se preguntaba en una estrofa de sus ripios “¿Por qué? ¿Será un poblachón / donde ladran los vecinos / y del que la Ilustración / no ha encontrado los caminos?”

Doble página con los Apuntes de Cuenca.

Doble página con los Apuntes de Cuenca. / Madrid Cómico, 1888

Doble página con los Apuntes de Cuenca.

Doble página con los Apuntes de Cuenca. / Madrid Cómico, 1888

Pues bien, Florencio Martínez Ruiz recordaba que Cuenca y provincia, entre dimes y diretes, cargaba desde hacía décadas con el sambenito, tanto más irritante cuanto menos aceptado, de su existencia en el mapa, y que tal bulo figurase en decenas de trabajos de escritores y humoristas. “Mejor muerta que calumniada”, señalaba Florencio, hasta que un día, de bromas o de veras, un escritor festivo, aprovechando la canícula madrileña, se llegó por estos andurriales para comprobar si en realidad Cuenca existía, y de ello dio fe en sus páginas entre versos y ripios, y entre dudas y realidades.

Sinesio Delgado no tuvo más remedio que venir a Cuenca porque desde que se hizo cargo de la revista, como director, recorrió España con el dibujante Ramón Cilla, obligado por la serie “España cómica” (Apuntes de viaje)”. El de Cuenca era el número 46, lo que indica que fue de los últimos, si tenemos en cuenta que el trabajo fue publicado el 7 de julio de 1888. El tren desde Aranjuez a Cuenca empezó a llegar cuatro años antes. En diversas publicaciones se ha citado que Sinesio Delgado la visitó “un día cálido de julio”, pero dado lo que cuenta en sus ripios, con la verbena en la Alameda, debió ser a finales de junio, pues por entonces Cuenca celebraba el día 24 las verbenas de San Juan en la pradera de su nombre y la de San Pedro, el día 29, en la Alameda y en ocasiones por San Julián “El Tranquillo”, como así es la verdadera cita del paraje.

Foto antigua de Cuenca finales siglo XIX.

Foto antigua de Cuenca finales siglo XIX. / Archivo José Vicente Ávila

Foto antigua de Cuenca finales siglo XIX.

Foto antigua de Cuenca finales siglo XIX. / Archivo José Vicente Ávila

Es obligado señalar que Isidro Sinesio Delgado García fue un periodista y escritor palentino que colaboró en más de cincuenta periódicos y revistas, nacido en 1859 en Támara de Campos, y fallecido en Madrid el 13 de enero de 1928. Autor de numerosas obras de teatro y zarzuelas, fue el creador en 1895, de la Sociedad General de Autores.

¿Cómo encontró Sinesio Delgado aquella Cuenca de 1888, lejos de las comunicaciones, con todos esos adjetivos que la maltrataban al decir de sus gentes? Pues la vio con la luz del verano y a través de sus versos o ripios la fue redescubriendo. No podemos olvidar que hacía catorce años la ciudad había sufrido a sangre y fuego los “sucesos” carlistas de 1874, aunque su paisaje desde la Hoz, con el puente de San Pablo de piedra y la torre de la Catedral, le daban una belleza de impresión, no muy bien reflejada en sus cuartetas. Pero como muy bien apuntaba Martínez Ruiz, sus dones líricos los revela en la visión altiva de la ciudad, sin que falten alusiones coyunturales a la guasa que suscitaba el nombre de Cuenca o sus gentes. Estos son los apuntes de Delgado:

Madrid Cómico, 1888

Madrid Cómico, 1888

Tiene Cuenca nombradía,

pero con tan poco encanto,

que acaso preferiría

que no la nombrasen tanto.

Que en su nombre envuelta lleva

del ridículo la masa,

y no falta quien se atreva

a tomar el nombre a guasa.

--Soy de Cuenca, --dice alguno,

y, en esta frase quizás,

hallando un chiste oportuno,

se le ríen los demás.

No hay pieza de poco fuste

en que Cuenca no haga el gasto,

ni público a que no guste

y lo halle vulgar y basto.

Y es en los cuatro versos siguientes donde incluye las interrogantes sobre las gentes de Cuenca y su forma de ser, y la malévola idea de reírse de cuanto de Cuenca sea, para expresarse así a renglón seguido más adelante:

Madrid Cómico, 1888

Madrid Cómico, 1888

¡Y para mí es evidente

que vive en Cuenca escondida

la más simpática gente

que he conocido en mi vida!

De tal modo me han colmado

de obsequios y de atenciones,

y hemos allí disfrutado

tales consideraciones,

que por no seguir la ruta

de la vanidad, que engaña,

no digo que es, sin disputa,

el mejor pueblo de España…

El deber principal del periodista es el de ser imparcial y Delgado continúa con sus apuntes en verso:

Sinesio Delgado, director de Madrid Cómico. Dibujo de Cillán.

Sinesio Delgado, director de Madrid Cómico. Dibujo de Cillán. / Bibliotena Nacional

Sinesio Delgado, director de Madrid Cómico. Dibujo de Cillán.

Sinesio Delgado, director de Madrid Cómico. Dibujo de Cillán. / Bibliotena Nacional

Empecemos: Cuenca, pues,

si de cerca se repara,

no es muy buena, pero es

artísticamente rara.

Edificada en un cerro

parece un pilón de azúcar,

cuyo magnífico encierro

forman el Huécar y el Júcar.

Un montón de casas viejas

que se agrupan sobre el foso

y cruzadas por callejas

de un desnivel espantoso.

Pisos quintos junto al suelo,

jardines sobre la roca,

torres cerquita del cielo

que parece que se toca;

en fin, conjunto sin arte,

de extravagantes caprichos,

palacios por una parte,

y por otra parte nichos,

sótanos, arcos y puentes,

abismos, encrucijadas,

cien épocas diferentes

y cien leyendas mezcladas.

Allá abajo, en la llanura,

más luz y más alegría;

lo que allí se me asegura

que llaman carretería,

donde hay modernas barriadas,

donde afluyen los caminos,

y donde están las posadas,

las fondas y los casinos.

Arriba, el pueblo valiente

sobre abismos y barrancos,

con sus muros en el frente

y sus peñas en los flancos;

y abajo, el pueblo moderno

de vías anchas y extensas,

que busca el sosiego eterno

y no organiza defensas.

Total, nos es cosa grandiosa;

pero decid, francamente,

si Cuenca es tan mala cosa

como la pinta la gente.

(…)

En las seis cuartetas siguientes refieren los versos al “saco de Cuenca de 1874”, con estas líneas de resumen: “Total: se cubrió de gloria / quien resistió la conquista, / y echó una mancha en su historia / el ejército carlista”.

El relato poético nos lleva ahora a un día de merienda veraniega entre la Hoz del Huécar y la Alameda. Y así continúan los ripios de Sinesio Delgado:

Reproducción en Ilustración Castellana, 1927.

Reproducción en Ilustración Castellana, 1927. / Archivo José Vicente Ávila

Reproducción en Ilustración Castellana, 1927.

Reproducción en Ilustración Castellana, 1927. / Archivo José Vicente Ávila

Para olvidar los quebrantos

de aquella lucha feroz,

son precisos los encantos

de una merienda en la Hoz.

Junto al Huécar sobre el puente,

nos sentamos a la mesa,

respirando aquel ambiente

que ha perfumado la fresa,

medio ocultos en el fondo

de aquella estrecha garganta

que hace cada vez más hondo

la sombra que se levanta,

bajo el espeso ramaje

que mezcla constantemente

los rumores del follaje

al rumor de la corriente;

el alto cerro a la espalda

escueto, triste y pelado,

luciendo sólo en la falda

las flores que le han tocado,

y enfrente, dura y sombría

la magnífica silueta

de la ciudad, que podría

entusiasmar a un poeta,

alzándose altiva y brava

en su pedestal de roca

con el valor de una esclava

que al fiero opresor provoca,

y que parece que sube

cubierta de negro manto

desafiando a la nube

que el sol tiñe de amaranto.

¡Qué magnífica pintura

sin más detalles ni adornos

que la sombra en la figura

y la luz en los contornos!

¡Qué líneas tan caprichosas

de las enormes siluetas!...

¡Y qué fresas tan sabrosas!

¡Y qué vino! ¡Y qué chuletas!

La Alameda, junto al río

donde acude el pueblo entero,

es un paseo sombrío

o mejor dicho un sendero,

en cuyas encrucijadas

se aprovechan los danzantes

bajo las copas cerradas

de los álamos gigantes,

y se baila la mazurka

tomando la cosa en serio,

y se coge cada turca

que canta el santo misterio.

¡Qué atrocidades, Dios mío,

el vecindario sabría

si las junqueras del río

rompieran a hablar un día!...

El extenso poema finaliza en sus cuatro cuartetas para recordar un concierto en el casino y la belleza de la mujer conquense que exterioriza con este ripio: “porque allí se ve al instante / que hay, entre rocas y flores / en Cuenca un grupo brillante / de mujeres superiores…”

 
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