Princesa
Fabián Alcázar
Bilbao
El niño duerme plácidamente, yace rendido sobre mi tras derrochar energía a raudales. Lo observo y vienen a mi mente los recuerdos. Me veo ahí, en esas imágenes. Tendría unos tres o cuatro años, era la princesita de casa; llevaba un vestido rosa, mi pelo lucía una larga melena, mis mejillas sonrosadas coloreaban la pálida piel de mi cara y mis ojos negros brillaban de ilusión al ver todos los juguetes en la tienda donde me habían llevado mis padres ese día. Ellos la eligieron, esa muñeca que parecía una versión en miniatura de mí, de la que no me separé desde aquel momento. Pasaba el tiempo peinándola, vistiéndola y cuidando de ella porque, según me habían dicho, aquello era lo que hacían las princesas.
Vuelvo al ahora. El niño sigue durmiendo. Mientras ruego para que nada interrumpa este silencio miro hacia ese rayo de luz que entra por la ventana. Un pensamiento viene a mi mente: “Mamá, papá, ¿Por qué no me regalasteis una pelota?”