Ophelia
Mercedes Vega
Bilbao
Su rostro se quebró cuando la cara de acritud paterna irrumpió en la estancia y la halló leyendo aquel diminuto libro que había adquirido a través de su preceptor. Llevaba varias semanas escondiéndolo entre sus vestimentas o bajo el lecho. La hija de un noble no debía contradecir las normas pero Ophelia se había atrevido. Se atrevió a disfrutar de las lecturas que tanto inquietaron su alma y su mente. Y las letras fluyeron desde su cabeza hasta su corazón.