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Los misterios que no se tragaron las aguas del embalse de Buendía

Las ruinas de Ercávica, Santa María de Poyos, el balneario de La Isabela... Las aguas del conocido como Mar de Castilla esconden aún muchos secretos

Ruinas del antiguo balneario de La Isabela. / Cadena SER

Ruinas del antiguo balneario de La Isabela.

Cuenca

El Mar de Castilla es el nombre que recibe el conjunto de embalses formado por Almoguera, Bolarque, Entrepeñas, Estremera y Zorita, situados en el Tajo medio, entre las provincias de Guadalajara y Cuenca. Entre ellos destacan los pantanos de Entrepeñas y Buendía. Su principal función es de riego, generación de electricidad, turismo y pesca.

En este entorno del reino de las aguas, que esconden retazos de épocas pasadas, afloran las ruinas de una cuidad celtíbera a orillas de la ciudad romana de Ercávica. Encontramos restos de dos pueblos con una historia sobre su desaparición muy diferente: Santa María de Poyos, hundido tras el espolio de construcción del embalse y La Isabela donde se levantó un balneario nacido del capricho de un rey, lugar de aguas curativas, y que albergó desde la más alta nobleza hasta enfermos mentales en la Guerra Civil. Restos de una historia que se hace visible en temporadas de sequía, para poder imaginarnos cómo era esa vida llena de altibajos sociales y económicos que lo llevaron a su inmersión.

De todo esto hemos hablado este martes en el espacio Misterios Conquenses, en Hoy por Hoy Cuenca, con Sheila Gutiérrez y Miguel Linares.

Los misterios que no se tragaron las aguas del embalse de Buendía

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Muchos de los mitos y leyendas que hablan de ciudades sumergidas nos hacen transportarnos a épocas y lugares lejanos, a la ciudad china situada bajo el Lago de Quiandao, la antigua Alejandría, o como algunos apuntan a la Atlántida, pero todo queda en un segundo plano cuando nos hablan de un lugar que se encuentra en nuestro país, en nuestra provincia, donde se han encontrado restos de pueblos que quedaron sumergidos por diferentes razones.

En ese momento el nombre del Embalse de Buendía nos parece aún más interesante, estamos hablando del llamado Mar de Castilla.

Ruinas de la ciudad romana de Ercávica, en Cañaveruelas (Cuenca).

Ruinas de la ciudad romana de Ercávica, en Cañaveruelas (Cuenca). / monsaludyercavica.com

Ruinas de la ciudad romana de Ercávica, en Cañaveruelas (Cuenca).

Ruinas de la ciudad romana de Ercávica, en Cañaveruelas (Cuenca). / monsaludyercavica.com

En el pantano de Buendía muy cerca a este mar nos encontramos en un promontorio sobre el río Guadiela, las ruinas romanas de Ercávica situadas en Cañaveruelas, antigua ciudad romana, que adquiere el estatus de municipio, dentro de la provincia Hispania Citerior Tarraconensis, cuidad de gran importancia, y os contamos esta curiosidad porque el historiador romano Tito Livio, narra cómo la célebre y poderosa ciudad de Ercávica, horrorizada por los sufrimientos de otros pueblos, abrió sus puertas a los romanos, y habla de una ciudad celtibérica situada a escasos kilómetros del margen contrario del río.

Ciudad que correspondía en realidad a un campamento militar datado en las guerras sertorianas, conflicto vivido entre los años 82 a. C. y 72 a. C. en la península Ibérica, a consecuencia de la primera guerra civil romana, cuidad hoy inundada por las aguas del pantano. Es aquí donde encontramos los primeros restos de diferentes épocas que se pueden encontrar sumergidos en el Mar de Castilla.

La antigua ciudad celtíbera quedó destruida tras un levantamiento contra los romanos, lo que dio pie a la reconstrucción y romanización de la ciudad que actualmente podemos visitar erigida encima de un castro.

Ruinas de La Isabela, en el embalse de Buendía.

Ruinas de La Isabela, en el embalse de Buendía. / Fernando Carreras (EcoExperience.es)

Ruinas de La Isabela, en el embalse de Buendía.

Ruinas de La Isabela, en el embalse de Buendía. / Fernando Carreras (EcoExperience.es)

Restos sumergidos

Bajo las aguas de este embalse podríamos rescatar historias y leyendas que nos ofrecen legajos y testimonios desde épocas romanas como estamos comprobando, pero lo interesante es que nos encontramos con una realidad contundente de la que, a diferencia de otros casos que hemos narrado, sí que tenemos pruebas y restos palpables.

En la profundidad nos encontramos con el pueblo de Santa María Poyos, hundido desde 1956 bajo las aguas del embalse de Buendía, devorado literalmente por la construcción de los monstruosos muros de hormigón para crear dicho embalse.

La mayor parte de sus habitantes fueron trasladados a la localidad vallisoletana de San Bernardo. Otra parte a la población conquense de Paredes de Melo, donde se les facilitó viviendas e indemnizaciones debido al desalojo imperativo que habían sufrido.

Al pie de la carretera que bordea el pantano está la pequeña ermita de San Andrés, cerca de donde se hallaba el pueblo y donde celebran una romería en honor a la Virgen de la Soterránea.

La Isabela

Las ruinas de La Isabela se hacen visibles en épocas de escasas lluvias, cuando la sequía se hace evidente. Un pueblo que contaba con medio centenar de vecinos en la década de los 40.

Momento en los que algunos de los que allí vivieron a día de hoy son capaces de reconocer sus casas e incluso el colegio cuando los restos se hacen visibles.

A priori os parecerá un pueblo sumergido como muchos otros que conocemos a lo largo de nuestra geografía, pero hay algo de especial en él. Cuando uno visita Ercávica y desde una esquinita de un montículo de esta ciudad romana, se da cuenta de que es un lugar especial.

Nacido en 1826 gracias a sus aguas y agonizando 130 años después. Fundado a raíz del capricho de un monarca, enamorado por el entorno, pero sobre todo de los rumores que le habían llegado de que sus aguas tenían propiedades curativas. Un lugar que ha visto pasear a lo más selecto de la burguesía española del siglo XIX pero que también sufrió el terror de la Guerra Civil.

Fernando VII era conocedor de las propiedades del agua, enamorado por el paraje en el que se encontraban, rodeado de montañas y de naturaleza, decidiendo alzar un lugar donde sus iguales fueran a curarse de los males que en aquella época sufrían debido a los excesos.

Lugar donde existía un manantial de agua caliente que los romanos y posteriormente los árabes, utilizaban para curar los problemas intestinales, problemas en la piel, que calmaba los nervios y ansiedades. Decidió construir un balneario rodeado de jardines y estancias para el descanso, llamado La Isabela en honor a su esposa la reina Isabel de Braganza.

Durante un tiempo gozó de buena salud este balneario, visitado por la alta sociedad hasta que en 1868, y a consecuencia de la desamortización de Madoz, el real sitio pasó a manos privadas con el fin de hacerlo accesible a todo el mundo y aprovechar esas aguas curativas para el tratamiento de muchos males.

Durante los meses de verano el pueblo y el balneario se llenaban de gente que se acercaba a curarse y a desintoxicarse de los excesos en la mesa y en las tabernas. Los habitantes del pueblo se dedicaban exclusivamente al funcionamiento del balneario, vacío en épocas invernales. Se convertían en camareros, cocineros, jardineros y masajistas, algo que les permitía vivir de forma airosa durante todo el año restante de ahí que se les llamara por gente de otros pueblos « los señoritos de los baños».

Un gran abanico de posibilidades se abrían en el campo de la medicina y el bienestar estas calientes aguas, incluso el doctor Gregorio Marañón acudió a este balneario en varias ocasiones y con una misma conclusión al visitarla: “Me es grato volver sobre este tema predilecto a propósito de las aguas de La Isabela, por las que de antiguo he mostrado especial predilección (…). Están a un paso de Madrid, su emplazamiento es delicioso, con esa delicia aguda del oasis, tan frecuente en España (…). Yo he pasado horas de paz inolvidables bajo los negrillos de La Isabela y quisiera que la recobrasen allí cuantos la han de menester, que son tantos y tantos”.

Como en muchos otros lugares en la Guerra Civil muchos edificios pasaron a tener otras funciones diferentes a las originales. La Isabela se convirtió en un lugar en la que dar cabida a enfermos mentales, comenzó a funcionar como psiquiátrico, algunos testimonios cuentan que llegaban camiones llenos de personas con dichas enfermedades, desalojados de donde estaban para convertirlos en cuarteles durante la guerra. Algo que supuso una gran problemática ya que algunos se hacían pasar por enfermos para ser destinados a aquel paraje, evitando la cárcel o incluso la muerte,.

Al acabar la Guerra y volviendo la normalidad, muchos de ellos escaparon ante la posibilidad de ser devueltos a unos psiquiátricos oscuros y tétricos, o escapando de un pasado por el que podrían ser juzgados y apresados en cárceles donde serían torturados.

El pueblo ya nunca volvió a ser lo que era, tras algún intento de remodelación no consiguieron devolver la plenitud de días pasados en los que la más alta nobleza de disputaba la estancia en aquel balneario. El abandono progresivo de los habitantes del pueblo había comenzado, trasladaron los cuerpos del cementerio a otros lugares, el 1955 se fueron los últimos, aquellos que aguantaron con la esperanza de que aquel pasado se volviera a repetir, dicen que al marcharse el agua ya llegaba al pueblo y el tiempo hizo que aquel pueblo despareciera por completo.

Lo que también se hundió fueron los cuerpos de los que murieron en aquel improvisado psiquiátrico, enterrados en una fosa común y de los que nadie se acordó. Un lugar que da la sensación que a veces aparece cuando necesita ser recordada.

 
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