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Granada Ciudad del Rock

Lapido escribió 'la P de poema... y puñal'

Crónica del concierto en el Auditorio Manuel de Falla de Granada

Concierto de Lapido en el Auditorio Manuel de Falla de Granada / Sergio Berbel

Concierto de Lapido en el Auditorio Manuel de Falla de Granada

Granada

El Auditorio Manuel de Falla merecía a José Ignacio Lapido y viceversa. Se trata de dos mundos paralelos que no se habían tocado desde hace más de 30 años y con anterioridad al incendio y posterior reconstrucción del espacio musical más prestigioso de la ciudad. Por eso la noche se pintaba con un evidente tono de acontecimiento especial, y también porque se trataba del concierto fin de gira de "El alma dormida", el último trabajo en solitario del poeta eléctrico, previo a una tesitura en la que la rumorología lo sitúa cerca de nuevas aventuras más grupales sobre cuya viabilidad real solo el tiempo dictará implacable sentencia.

El Manuel de Falla es el habitáculo donde se desarrolla la épica de la música clásica en Granada, y Lapido hace mucho tiempo que es el rockero más clásico, certero, honesto, incontestable y genuino de este país, ese poeta de primera magnitud cargado de electricidad, que se ha ganado por derecho propio un lugar de privilegio entre lo mejor de la cultura de este país.

Debe ser por todo ello que hasta las fanfarrias que llaman al público a ocupar sus localidades hicieron acto de presencia sutilmente rimadas, porque llamaban al momento de la mejor poesía de este país recitada a trallazos de exquisito rock&roll.

Cuando la estratosférica banda que acompaña al maestro andaluz hizo acto de presencia en el escenario, decidió arrancar el evento histórico con un inicio cadencioso y melancólico quizás porque, lo que esa noche iba a ocurrir en el prestigioso auditorio, iba a ser "Largo de contar".

Inmediatamente después, el rock decidió romper el hechizo del momento y hacerse con la platea del Auditorio, porque con los músicos lapidianos "Nunca se sabe" si el momento es para medios tiempos o para explosiones rockeras. A la que siguió "Nuestro trabajo" y donde el público, aún en el primerizo tercer tema de la noche, ya desgarró todo protocolo propio de un espacio musical tan selecto e hizo vibrar el suelo que tantos mitos musicales ha sostenido. Era evidente que la banda de rock de Lapido venía a ganarse el sueldo "haciendo lo que había que hacer" y "reconstruyendo los sueños" de todos los asistentes.

Lapido retó al respetable a no poder seguir estando en estado sedentario, utilizando para ello armas de destrucción masiva infalibles como "Luz de ciudades en llamas" y "Lo creas o no".

Era la hora de que el profeta Lapido saludara a las legiones de adeptos que abarrotaban el lugar y de aclararles que esta noche venía a hacer el mejor rock jamás soñado con más respeto que nunca porque "no es lo mismo hacer música en la casa de Don Manuel de Falla que en la taberna de Antonio", expresó el maestro. Ya se sabe que el destino es impredecible y, por eso, era la hora de "Mañana quién sabe". Quiso también Lapido subrayar a sus adeptos entregados la profunda paradoja de la noche: "una noche de rock siempre supone acción, pero estamos en plena jornada de reflexión". La paradoja se rompió, eso sí, a golpe del mejor rock que pudiera existir, que seguramente debe estar en algún punto entre las cuerdas de la Gibson SG de Lapido y el elixir poético de sus letras.

Había asistido tanta gente al evento que era evidente que estábamos ante el momento en el que "No queda nadie en la ciudad", en una versión cargada de buen rock de uno de los temas que derrocha más calidad literaria en la discografía del genio granadino.

La poesía musicalmente acompasada subió enteros cuando sonó "En el ángulo muerto", un temazo de tamaña magnitud como para que el mismísimo Miguel Ríos lo haya adoptado en su propio repertorio como ineludible.

El momento cumbre (para quien suscribe esta crónica) de tan magno evento estaba a punto de llegar ante la atenta mirada de los dioses de la música: la interpretación encadenada de "El principio del fin" (con uno de los mejores epílogos instrumentales de toda la carrera de Lapido) y "La antesala del dolor", sin duda el tema mejor recibido por el público constatada empíricamente su reacción y que marcó el momento más álgido del histórico concierto.

Decidió el poeta eléctrico que era la hora de presentar su último trabajo, "El alma dormida", justo en el postrero momento de despedirlo, y fue desgranando los temas que lo componen, dejando los centenares de almas asistentes en barbecho para "Cuando el ángel decida volver" y "Cuando por fin" los músicos abandonen el escenario en loor de multitudes.

Comenzaron los bises con la suavidad aterciopelada y mimosa del teclado de Raúl Bernal en "Algo me aleja de ti", para destrozar por la mitad con posterioridad y por contraste la platea con la fuerza incontenible del mejor rock&roll de "Noticias del infierno" y "Espejismo nº 8", donde jamás antes unas guitarras se compenetraron con más conexión, empatía y técnica que las de Víctor Sánchez y el maestro Lapido.

Volviendo a comparecer en el escenario de forma definitiva Raúl Bernal y José Ignacio Lapido en solitario para atacar "Con la lluvia del atardecer". Cuando se reincorporó el resto de la banda, era el momento de despedirse y, por supuesto, había que hacerlo rindiendo tributo al mejor compositor de rock de este país, derrochando pleitesía ante "El dios de la luz eléctrica". Gloria eterna a Lapido, vuelva como vuelva a cualquier escenario en el futuro y en cualquiera de sus formatos.

 
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