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Lo que pudo ser un robo en Cuenca y que acabó en un pozo

Recuperamos los documentos que narran detalladamente un suceso ocurrido en 1887 sobre la supuesta sustracción de dinero a un vecino de la localidad conquense de Valera de Abajo

Recuperamos la historia de un robo bastante curioso, no exento de engaño, en la mejor tradición picaresca española. / Youtube

Recuperamos la historia de un robo bastante curioso, no exento de engaño, en la mejor tradición picaresca española.

Cuenca

En el espacio Así dicen los documentos, que coordina Almudena Serrano, directora del Archivo Histórico Provincial de Cuenca, y que se emite cada jueves en Hoy por Hoy Cuenca, esta vez hablamos de algo que ha estado y está presente en la historia: el robo y el engaño. En concreto rescatamos la historia de un robo que tuvo lugar en Valera de Abajo, a finales del siglo XIX, en concreto, en el año 1887.

Lo que pudo ser un robo en Valera y que acabó en un pozo

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Vamos a contar un robo bastante curioso, no exento de engaño, en la mejor tradición picaresca española, surgida a finales de la Edad Media y que tanto desarrollo adquirió allá por los siglos de la Edad Moderna, hechos que fueron muy bien relatados por nuestros literatos en obras célebres como El Lazarillo de Tormes, La Vida del Buscón llamado don Pablos, Las peripecias de Guzmán de Alfarache o en algunas de las novelas de Cervantes. Pero no sólo hubo pícaros caracterizados en la literatura. No podemos ni debemos olvidarnos de los avaros y menos en el caso que aquí nos ocupa. El protagonista tuvo un poco de ambos.

Los hechos que vamos a contar sucedieron en Valera de Abajo, en el año 1887 y están descritos en el Sumario por robo de 5.000 reales que denunció Eusebio Rubio Moya, vecino de este pueblo. Y así fue como lo declaró el tal Eusebio:

Manifiesta que el viernes por la noche, al abrir la puerta de la casa, penetraron dos hombres desconocidos y armados, robándole 5 mil reales que dice tenía, y arrojándolo después al pozo, atado y liado en un cobertor.

Esta es la primera noticia que tenemos de los supuestos hechos que contó el afectado. Con esta denuncia de Eusebio, el juez municipal dio comienzo a las averiguaciones del caso, de modo que se instruyeron diligencias sobre robo y atentado contra la persona de Eusebio Rubio Moya, que según declaró éste, ocurrió el 7 de enero del año 1887. En el auto del juez municipal constó la siguiente información sobre lo sucedido aquella noche:

Habiendo llegado a noticia de este juzgado municipal del hecho de hallarse en el pozo de su casa el vecino de este pueblo Eusebio Rubio Moya, soltero, de 29 años, según es público, sin pérdida de tiempo, me constituí acompañado de la Guardia Civil de este puesto y secretario del Juzgado en el lugar del suceso.

Allá fueron y una vez que llegaron a la vivienda encontraron la casa repleta de gentes que acudieron en su auxilio, y ya habían extraído del pozo al Eusebio, disponiendo que lo colocaran en una banca que había inmediata y próxima a la lumbre, sin embargo que ya procuraron calentarlo antes como lo hicieron y que inmediatamente compareciese el facultativo titular y lo reconociese.

Una vez que rescataron al vecino del pozo y le procuraron el calor necesario, la justicia municipal continuó con la averiguación de los hechos:

Seguidamente y después de despejar la casa, se practicó un escrupuloso reconocimiento en toda ella, encontrando en un cuarto de la cocina dos ladrillos levantados y un barranco y dos arcas abiertas, y en desorden los pocos efectos que contenían, hallando en una de ellas 4 monedas de 5 céntimos de peseta.

Después se reconoció la cueva y se encontró un asiento y una rafa y en el pozo un cobertor encarnado. En el bolsillo del pantalón tenía, además, el Eusebio 15 pesetas y 20 céntimos en el chaleco.

Viendo que, efectivamente, la casa tenía señales de que alguien hubiese entrado y llevado dinero del tal Eusebio, la justicia determinó lo siguiente:

Considerando que este hecho constituye un delito grave y que procede la formación de diligencias preventivas, póngase en conocimiento del señor juez de instrucción del partido y del señor fiscal de la Audiencia de lo criminal de Cuenca.

Una de las cosas que había que hacer era que el médico examinase a Eusebio, puesto que, según había declarado, había estado varios días metido en el pozo. De modo que se designó al facultativo Estanislao Muelas para que procediera a su examen, que declaró que el día 10 de enero, a las 10 de la mañana, constituido el Juzgado en la casa del vecino de este pueblo, Eusebio Rubio, el cual fue extraído del pozo de dicha casa por varios vecinos momentos antes, creyó conveniente el Juzgado citar al médico cirujano para que lo reconociese y manifestase su estado, sin embargo de que manifestó el ofendido o agredido no tenía lesión alguna.

Y después que compareció el expresado facultativo e hizo un examen detenido y minucioso en todo su cuerpo, y bajo juramento que prestó en forma legal, dijo que, efectivamente, el Eusebio Rubio no tenía lesión alguna, quejándose sólo de cierto adormecimiento en las extremidades inferiores, que no determinaba alteración funcional.

Se notó depresión en el pecho y algún descenso de temperatura, que desaparecieron a las pocas horas, rodeando al citado Rubio de las condiciones que su estado requería.

Viendo que Eusebio se encontraba bien, una vez que le arrimaron a la lumbre para que se calentara y que no había lesiones, desde el Juzgado municipal de Valera de Abajo se procedió a dar conocimiento a la Audiencia de lo Criminal de Cuenca y al Juez de Instrucción del Partido.

El mismo día que fue examinado por el médico, se tomó declaración precisa a Eusebio Rubio, una vez que se constituyó el Juzgado municipal en su casa, y manifestando que se encontraba en disposición de prestar declaración, pasó a relatar el suceso que dio motivo a estas diligencias:

Serían las 10’30 de la noche del viernes, siete del corriente, cuando antes de llegar a la puerta de mi casa percibí dos bultos en los portones de mi convecino, Camilo Chumillas, sin moverse.

Llegué a mi puerta, la abrí y, entonces, me dieron un empujón y caí en medio del portal, penetrando dos hombres, y uno me amartilló un trabuco y el otro se agarró a mí y me quitó una pistola de dos cañones que tenía entre la faja.

Pasamos todos a la cocina y antes me hicieron cerrar la puerta. Y la cerré. Eché un romero en la lumbre y se comieron un poco pan que tenía, me preguntaron si tenía cueva y les dije que sí.

Por lo que leemos, no parece que los atracadores fueran violentos ni tratasen mal a Eusebio, que, como declaró el médico, no tenía lesiones en su cuerpo, a pesar de haber sido dos personas las que, según contó él, entraron en su casa. Continuemos con el relato de los hechos de mano de Eusebio:

Me mandaron descalzar y me quité unas alpargatas que tenía puestas. Me dijeron si tenía cuerdas y cogieron un vencejo y una cabradera de una abarca que me hicieron cortar con una navaja de nácar que tenía en el bolsillo, y nos dirijimos a la cueva, yo en medio de los dos.

Y estando abajo me ataron las manos atrás y los pies también, me pusieron la cabeza sobre un asiento que bajaron y una rafa debajo, y me pusieron una faca o cuchillo en el cuello para degollarme, y me pegaron un manotazo en la cara y dijeron: los cuartos o la vida.

Y como, naturalmente, Eusebio apreciaba su vida, prefirió entregar el dinero.

Y, viéndome en este estado, les pedí por Dios que me dejaran, que yo les daría los cuartos que tenía.

Según cuenta el afectado, parece que actuó con buen criterio ante la disyuntiva en la que le pusieron los atracadores, el dinero o la vida.

Pero veamos cómo continuó el episodio, que tan bien y con tanto detalle relató el vecino de Valera de Abajo: Me desataron los pies y subimos, y les señalé en el cuarto de la cocina los ladrillos donde tenía enterrados 4 mil reales, y otros 47 ó 48 mil duros que tenía en un arca para llevarlos a Albaladejo a pagar unos cerdos, que debía esta cantidad, estaba toda en moneda de plata, y la cantidad que había enterrado, la mayor parte, plata, una moneda de oro de 4 duros y otra de 5, y dos billetes del Banco de España, de 25 pesetas, y otras dos de 50 pesetas.

Desde luego, dinero tenía, porque aquello era una fortuna en la España de finales del siglo XIX, en que la miseria abundaba por tantos lugares. Pero regresemos a la casa en la que vivía Eusebio y veamos qué pasó después de que les enseñó dónde guardaba los cuartos: Después, lo llevaron al corral y lo pusieron en el brocal del pozo, y le volvieron a atar los pies, le echaron un cobertor por encima y no sabe si le empujaron o lo cogieron de los brazos, y lo echaron en el pozo, sin poder decir una palabra más hasta esta fecha, y que durante los dos días que ha estado en el pozo y tres noches no ha hecho más que llorar y dar voces, reclamando auxilio.

Que es cuanto tiene que decir y en lo que se afirma y ratifica. Manifestando que los sujetos que cometieron el hecho eran forasteros porque le eran completamente desconocidos en el carácter y en su trage, y no recuerda haberlos visto otra vez, y no sabiendo firmar, lo hace el juez.

Bien, pues una vez que se instruyeron estas diligencias y se tomó declaración a Eusebio, lo que quedaba era indagar sobre quiénes pudieron haber sido los autores del robo de aquella cantidad de dinero, pero, lamentablemente, los días iban pasando y nada se supo de aquellos dos forasteros que con nocturnidad, le robaron y echaron al pozo, según contó el vecino.

Así las cosas, no se remitieron las diligencias al Juzgado de Instrucción número 1 de Cuenca debido a que se esperó algún tiempo por si se podían descubrir los autores del hecho.

Y ahora viene lo más interesante de este suceso y que nos lleva a la solución final del caso del robo a Eusebio: Se sospecha por la opinión general, Guardia Civil y por todos, que el presunto autor del robo lo sea él mismo, considerándolo como una cosa supuesta.

Cuando todos recelaban del relato y se maliciaban que fuera él mismo, lógicamente, sus motivos debían de tener. Esto lo hizo constar el juez municipal en el Sumario, pero, además, y ante esta desconfianza, se determinó que había que examinar el pozo donde había dicho que estuvo dos días y tres noches.

En la diligencia de reconocimiento del pozo, se personó el juez municipal de Valera de Abajo, acompañado del Secretario. Se constituyó el Juzgado, nuevamente, en la casa de Eusebio Rubio, y otros vecinos que acudieron, con objeto de practicar el reconocimiento del pozo, resultando que el pozo tenía un metro de diámetro: No tiene agua más que en el fondo y en su mitad, como unos 20 centímetros, y la otra mitad sin agua, debido al desnivel del suelo, sin tener comunicación alguna con cueva ni con ningún otro sitio, según se ha observado por el reconocimiento practicado.

La única conclusión que parece lógica es que el tal Eusebio, según contó él mismo, tenía el dinero que dijo que le habían robado, en un arca para llevarlos a Albaladejo a pagar unos cerdos, que debía esta cantidad. De modo que podemos concluir que lo que se atisba que su deseo inmediato era no pagar los cerdos que había comprado y que debía, y que para eludir el pago de ese dinero, lo único que se le ocurrió fue inventarse que le habían atacado unos hombres que lo que querían era el dinero que tenía, y que, sospechosamente, él no conocía absolutamente de nada pero ellos sí sabían quién tenía aquella fortuna en su casa.

Y si todos coincidían en que parecía un relato inventado es porque alguna otra vez dio motivo para eso.

Claro que, si acostumbraba a no pagar fingiendo que se lo habían robado, no era de extrañar que tuviese amasada aquella cantidad de dinero. Aunque lo que no sabemos es dónde lo escondió para evitar que en el examen de la casa apareciese.

 
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