El desconocido Jaime Serra pintó Cuenca y la mostró en París en 1937
Rescatamos de los archivos, de las hemerotecas y de la memoria colectiva la figura de un artista barcelonés que se refugió y se inspiró en la ciudad de las hoces
Cuenca
Esta semana, en Páginas de mi Desván, el espacio que coordina José Vicente Ávila y que se emite cada martes en Hoy por Hoy Cuenca, recupera la figura de Jaime Serra, un artista bohemio que desde su Cataluña natal se vino a vivir y morir a Cuenca, la ciudad paisajística que le hizo “divino cautivo de sus pinceles”, frase que recogemos de otro grande del Arte conquense como lo fue Pedro Mercedes.
El desconocido Jaime Serra pintó Cuenca y la mostró en París en 1937
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Diversos autores y críticos de arte, y conquenses de pro que le conocieron llegaron siempre a la misma conclusión: Jaime Serra es uno de los primeros pintores que se afincaron en Cuenca antes de que la ciudad fuese “refugio de artistas” a partir de la creación del Museo de Arte Abstracto Español en los años 60. Sin embargo, es uno de los más desconocidos e incluso casi olvidado, pese a que fue uno de los participantes en el Salón Español de la Exposición de París de 1937.
El pintor catalán Jaime Serra Aleu fue un artista pionero en eso de venir a Cuenca. Lo hizo cuando contaba unos 27 años y aquí se quedó, incluso malviviendo, pese a la calidad artística que atesoraba. Su porte de pintor bohemio, incluso extravagante, en aquella Cuenca de pocos recursos, llamaba más la atención, como bien nos ha contado Luis Cañas, memoria viviente que bien le recuerda y lo describe en su libro El coleccionista de recuerdos donde le dedica un amplio espacio para reivindicar su figura, en aquellos tiempos un tanto denostada por la chiquillería, que veía al artista como “algo estrafalario”, en palabras de Cañas, o como bien añade, lo que ahora llamamos friki.
“La Cuenca de ahora, la Cuenca cultural”, puntualiza Luis Cañas, “le debe una reparación a aquel artista que durante tantos años convivió entre nosotros, hasta su muerte, porque le aprisionaron las bellezas de sus hoces, no queriéndose ir a otro lugar donde tal vez hubiese sido mejor comprendido y admirado”. Y se pregunta Cañas, “¿por qué no tiene Serra una calle o una placa en alguno de los puntos de las hoces, por ejemplo en el Juego Bolos que tanto dibujó? ¡La de dibujos que habrá por casas particulares de Cuenca de este gran artista, algunos por el módico precio de un desayuno! En aquellos tiempos no se le valoró y los chiquillos de aquella década de los cuarenta debemos pedir perdón por nuestro comportamiento con aquel artista de andar pausado, un sombrero, unos lápices in péctore y una carpeta bajo el brazo”, recuerda Cañas.
Jaime Serra Aleu nació en Barcelona en 1892, hijo de Enrique y Ana, y tuvo tres hermanos: Enrique, Víctor y Enriqueta. Según parece, tras su período formativo en su Barcelona natal, Jaime consiguió una beca para perfeccionar su dibujo en Roma y desde la ciudad eterna regresó a la ciudad condal para emprender su vida.
Jaime Serra llega a Cuenca
Todos los datos apuntan al año 1915 y que lo hizo desde Madrid en el tren, cuando contaba con 23 años y unas ganas tremendas de pintar y dibujar, pues pintores reconocidos ya habían estado trabajando en Cuenca, entre ellos Aureliano de Beruete. Pocos meses después de establecerse llegó a nuestra ciudad, en junio de 1916, el famoso pintor catalán Santiago Rusiñol, que no sólo estuvo aquí unas semanas pintando, sino que incluso realizó la primera Exposición de Pintura en Cuenca y en aquella muestra Serra también expuso cuatro tablitas al óleo con paisajes de la “Hoz de Villalba de la Sierra”, “Campos de Villalba”, “Parte alta de Cuenca” y “Puerta de Valencia” y una serie de dibujos sobre personajes de la ciudad, y fue quien leyó unas cuartillas en el homenaje que se le rindió a Rusiñol.
Ese mismo año, Serra pintó un cuadro de las Casas Colgadas, un pequeño óleo en tabla, que como bien recoge Pedro Miguel Ibáñez en el libro Las Casas Colgadas y el Museo de Arte Abstracto Español, fue subastado hace pocos años en “Subastas Imperio de Madrid”. Ibáñez incluye en este documentado libro la foto del cuadro de las Casas Colgadas, como de colección particular. Apunta Pedro Miguel sobre Serra que “llegado apenas un año antes, su visión de Cuenca es aún externa y desapasionada, sin que afloren todavía los sentimientos de ese espíritu neurasténico que le hará famoso en la ciudad durante decenios”.
Era frecuente organizar certámenes de pintura, dibujo e incluso escultura, sobre todo en ferias, pues había jóvenes artistas que empezaban a descollar, que luego serían famosos. En el caso de Serra, que en los primeros años de su estancia en Cuenca viajó a Madrid y Barcelona, cabe destacar su participación en la importante Exposició d'Art de 1920 en Barcelona, con dos obras tituladas “Retrat (pastell)” y “Primaveral”, catalogadas con los números 647 y 648, lo que habla de la cantidad de obras expuestas de pintura, dibujo y escultura, lo que le valió un gran reconocimiento.
En Cuenca, Serra solía participar en todos los certámenes que se celebraban, destacando sobre todo su presencia, junto a los grandes artistas locales y provinciales del momento, en la Exposición Conquense de 1921 celebrada en el Ateneo de Madrid, colgando dos cuadros en la sección de pintura junto a obras de Aureliano de Beruete (dos de ellas están en el Museo del Prado), Buendía, Virgilio Vera, Francés Agramunt o Salvador y Carreras. Los cuadros de Serra se titulaban “Serranía de Cuenca” y “Calle de los Fidalgos”, título por cierto muy curioso. Como curioso es el reportaje o crítica que Elisa Ruiz publicaba en La Voz de Cuenca del 2 de octubre de 1923, bajo el título “Con verlo basta… pero no es suficiente”, del que recogemos algunos párrafos que retratan a tan singular y peculiar artista catalán:
“Recientemente pasó una temporada entre nosotros el conocido pintor Sr. Vázquez Díaz, y a su visita debemos un descubrimiento: el de que en Cuenca existe un señor que en pintura es un verdadero maestro: Jaime Serra.
Jaime Serra, conocidísimo en Cuenca durante ocho años, que ha gozado, sin la excepción de un solo día, la más completa fama de caballero absurdo, se ha convertido por arte de unos labios autorizados, en una cosa realmente seria.
Consulté al notable paisajista D. Antonio Castaños sobre el alcance que debiera concederse a una afirmación tan inesperada como rotunda. Y este paisajista, rara avis, que une a los primores de su arte, el acompañamiento de una modestia imponderable, me habló del siguiente modo:
El amigo Serra oculta, a la mirada de los curiosos que comentaron tantas veces entre risas sus ribetes de neurastenia aguda, una obra de arte verdaderamente admirable. Tiene a medio terminar un cuadro que titula El ritmo del hogar, que a mi juicio guarda para su autor un triunfo tan completo como merecido”.
En su crónica de Arte, Elisa Ruiz describe su visita al Estudio que Serra tenía en el barrio de Tiradores, digno de una novela, pues resalta que “en el más sórdido caserón de los Tiradores guarda su obra este moderno Pigmalión”.
Primero busca al paisajista Castaños que se encontraba pintando con su caballete “un delicioso paisaje en la orilla del Huécar, en el lugar escogido por las lavanderas”, junto a la Puerta de Valencia. Sobre el lienzo aparecen las mocitas que lavan en el río y a lo lejos la mole de la iglesia de las monjitas y el caserío.
Llegados Castaños y Elisa a la puerta del estudio de Serra, tras una penosa ascensión a Tiradores, relata la escritora en su crónica de arte: “Ante la puerta que debía franquearme la entrada, vacilé un momento, y el caso no era para menos. El caserón medio derruido que se ofrecía a mi estupor parecía más bien el fruto de una fantástica pesadilla.
Al fin, con paso vacilante y amparados por el instinto más poderoso, el de la conservación, fuimos elevándonos sobre los carcomidos escalones envueltos en sombras.
Una vieja horrible, desdentada, luciendo unos cuantos mechones grises entre el harapo que ceñía su frente que era un surco, nos alumbró con un candil al tiempo que nos recomendaba cuantas precauciones fueran de lugar. Mi compañero Castaños me dijo, “al fin hemos llegado”, señalando un agujero cubierto de tablas.
Allí estaba El ritmo del hogar, la obra de toda una vida consagrada al estudio del arte; la obra que para vergüenza de cuantos en Cuenca acaparan el precioso don de la sabiduría enciclopédica, tuvo que venir de otras tierras a descubrirnos un señor entendido en eso. ¡Menos mal!
Describe Elisa Ruiz la obra pictórica que contempla en el estudio de Tiradores: “En El ritmo del hogar, de composición admirable, una anciana se deja morir dulcemente con la radiosa tranquilidad del deber cumplido, mientras a su lado un niño hermoso sonríe; y en el oro de sus cabellos rizados y en la seda finísima de su carne transparente, el sublime poema divinamente misterioso de la vida, llena su sonrisa de inefables sentimientos.
Y junto a las dos figuras prodigiosas, un conjunto de detalles simbólicos cautivan la atención, y es tan sincera la emoción que produce este lienzo, que los elogios ceden su puesto a un silencio lleno de admiración. Y estrecho la mano de Jaime Serra, conmovida, sin reparar en que me dice con voz temblorosa:
“¿Le agrada? ¡No sé cuándo podré terminarlo…! ¡Esto es mi vida, toda mi vida plasmada…! ¡Si yo pudiera seguir viviendo..!
Elisa Ruiz lanzaba la idea de proteger a este pintor catalán, feliz en su refugio de Cuenca, pese a sus carencias económicas, para quien se pedía un empleo en la Escuela de Artes y Oficios, pues se trataba de un artista que había estado pensionado en Roma, y allí, en la Ciudad Eterna, junto a los grandes maestros, formó un estilo propio. En Cuenca, pese a ser un pintor solitario, contaba con la amistad de los jóvenes artistas locales y los que iban llegando.
Lam y Serra
Recoge Alfonso de la Torre en La Poética de Cuenca que Wifredo Lam llegó en una primera ocasión acompañado de Jaime Serra, e incluso se cita que en el verano de 1925 Lam y Serra (“el amigo retratista catalán”), compartieron un pequeño local en el centro de la ciudad y que ambos se reunían en tertulias en el hotel Iberia o en la librería Escobar, junto a artistas e intelectuales locales como Compans, Marco Pérez, Faustino Culebras o Eduardo de la Rica (que firmaba sus dibujos como Diderot de la Rica). César González-Ruano recordaba en sus Memorias que en las posteriores tertulias del Café Colón sobrevolaba el recuerdo del pintor cubano Wilfredo Lam y su amigo el retratista Serra Aleu, un "catalán fantástico" que durante 20 años llevó en Cuenca "una bohemia desgarrada, ¡Ya hace falta valor para hacer bohemia en Cuenca!", concluía Ruano. Pues bien, fruto de aquella actividad cultural se celebró en mayo de 1927 una Exposición de Arte con motivo de las Bodas de Plata de Alfonso XIII. Participaron los artistas más aventajados, y sobre la obra de Serra se podía leer en la prensa local:
“De no conocerse su obra, ha pasado en esta Exposición a ser una verdadera revelación. Afronta todos los géneros: el óleo, el lápiz, la pluma, y en todos ellos pone la maestría de un dibujo fácil e irreprochable y un dominio de la paleta. Es desconcertante el señor Serra Aleu: persigue una modalidad descriptiva, de simbolismos, que llamaríamos wagneriano si del divino arte se tratara.
Acaso, si empleara estas facultades y esta extensa cultura pictórica en las obras de género, culminaría su nombre. Y acaso Serra está sacrificando el presente al futuro, a lo Greco. De todos modos es muy bella y original su sala”. En otra exposición, en la feria de 1927, se escribía sobre Serra que “es el artista de siempre; su dibujo es inconfundible. Presenta varias obras, todas ellas admirables”.
París 1937
Quizá uno de los datos más relevantes de la biografía de Jaime Serra Aleu, muy poco conocido, es el de su presencia como expositor de una obra en la Exposición Internacional de París de 1937, en el Pabellón de la República Española, en la que resaltaba, entre grandes obras antibélicas, el Guernica de Picasso.
Este dato lo recogió la doctora en Historia del Arte en la UCLM, Angelina Serrano de la Cruz Peinado, en el trabajo titulado Aproximación al estudio de artistas regionales durante la guerra civil española, en el número 15 de la revista Añil del verano de 1998, que constaba nada menos que de 92 páginas. Escribía Angelina Serrano en ese año de 1998 sobre los expositores de Castilla-La Mancha en la referida Exposición Internacional de París de 1937, tras citar entre otros a Julián Lozano, Gregorio Prieto o Santos Alcalde:
“Poco se sabe de otro expositor, Jaime Serra, artista afincado en Cuenca, de origen barcelonés, donde realizó la obra “Evocación de la España Grande”, obra presentada a esta Exposición parisina”. Cita la doctora en Arte el dato de que “este artista ligado al surrealismo expresionista residía en Cuenca en 1922 y que en los años siguientes formó parte del grupo que revitalizó la adormecida vida cultural de la ciudad, junto a Wifredo Lam, Diderot de la Rica, y Ricardo Pérez Compans”.
Curiosamente, la obra titulada “Evocación de la España Grande”, de Serra, fue publicada diez años antes en la portada del semanario gráfico literario Ilustración Castellana, que editaban en Cuenca los hermanos Velasco. La reproducción que aportamos no es muy buena, pero al menos sirve como documento. Como también deben servir, como reflexión final, las palabras de Serra, que recoge Luis Cañas en su libro El coleccionista de recuerdos: “Yo de aquí no me voy. No me importa el alejamiento de mis familiares y amigos. Los conquenses serán mi familia, aunque no me comprendan; aunque tenga alguna vez que aguantar a algunos niños impertinentes”. Incluso en 1947, dos años antes de su muerte, se publicó en la prensa local que podía haber fallecido debido al desprendimiento de las rocas en la Hoz del Huécar en la subida a San Pablo, pues solía colocar su caballete para pintar en esa zona. Por suerte, ese día estaba en el Recreo Peral.
Con su presencia en la calle, dibujando y haciendo retratos, se hablaba de Serra como un “señor mayor” con largo abrigo, paraguas a modo de bastón y un sombrero de fieltro, que no se quitaba ni en invierno ni en verano. Y es que en aquellos años una persona de 60 años parecía mayor y este pintor catalán murió con 67 años. El periódico Ofensiva, en su edición del 16 de enero de 1949, se hacía eco de la muerte de Jaime Serra, con estas líneas: “En la madrugada del sábado falleció en esta ciudad el conocido pintor don Jaime Serra Aleu, a consecuencia de una rápida enfermedad que le obligó a hospitalizarse hace muy pocos días. El entierro se verificó ayer, a las cuatro de la tarde, con asistencia de pocos conocidos, dado que era muy reducido el número de personas que se habían enterado del desenlace. Esto es de lamentar, porque de los 67 años de existencia que contaba el señor Serra Aleu, casi la mitad los había vivido en Cuenca, cuyo panorama y tipos raciales representó de manera personal en multitud de obras. El arte conquense ha sufrido, por lo tanto, una pérdida irreparable, que con el decurso de los años se hará cada vez más patente”.
Poco después, la familia de Serra se trasladó a Cuenca para llevarse la obra que guardaba en su casa de la calla General Santa Coloma, y años después, según cuenta Luis Cañas, se realizó una Exposición en París que tuvo un gran éxito.