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El corazón de Randy Owens siempre fue murciano

Pedro Serrano, comentarista de Radio Murcia Cadena SER los jueves en el 'Sanedrín de Basket' entrevistó al mítico jugador del CB Murcia antes de fallecer y ha editado esta 'obra de arte'

Foto: youtube.com

Murcia

Mucho se ha hablado (y algo se ha escrito) sobre el nacimiento del Club Baloncesto Murcia, hoy bajo la denominación de su actual propietario y principal soporte económico, la UCAM. Ya sabemos que hubo una chispa en varias cabezas, un impulso provocado por el sueño olímpico, por la plata de Los Ángeles’84, pero también por el deseo de colocar a Murcia en el pujante mapa del baloncesto profesional. También sabemos que esa chispa inicial logró saltar de las cabezas al papel y del papel a la realidad gracias al impulso de su primer propietario, una empresa familiar de Churra llamada Zumos Juver. Ahora bien: si esa chispa transformada en club pudo sobrevivir, y si pudo multiplicar la ilusión y el entusiasmo de los que la pusieron en práctica y de quienes se acercaron a ella con curiosidad, y si después pudo crecer, fue en buena medida gracias a un alero norteamericano que llegó a Murcia como un astronauta a la superficie lunar: Randy Owens.

Randy Owens fue el profeta del baloncesto murciano, la primera estrella, el primer referente cercano, el primer jugador profesional que pisó Murcia. Llegó a un club recién nacido, y a una ciudad que se quería despojar del blanco y negro deportivo y entrar en la era de la televisión en color; aterrizó en una pequeña capital de provincia en la que las primeras niñas y niños nacidos en democracia ya habían hecho la Primera Comunión, y donde la juventud tenía un interés creciente por ver cosas nuevas. El baloncesto estaba entre ellas.

Randy, impresionado por Murcia, por la pasión desmedida de la gente, por el proyecto, por los planes algo alocados de llegar a la élite en un corto plazo de tiempo, se dejó envolver y cogió la bandera. Se comprometió y la hizo suya por encima de sus preocupaciones personales, de su hipotético futuro en el baloncesto español, de prejuicios y prevenciones. Llevó a su máxima y más positiva expresión el concepto de “jugador profesional”, que es el que hace su trabajo en los partidos y en los entrenamientos, sí, pero también mucho más.

Randy se integró rápido y bien, disfrutó como un niño con zapatos nuevos, se dejó agasajar y devolvió con gratitud todo lo que la ciudad le dio. Lo hizo mientras pudo, saboreando y disfrutando al máximo cada momento de aquellos días y meses históricos, en los que los niños lo rodeaban y lo tocaban con admiración, y en los que hubo curas que cambiaron el horario de la misa para permitir a sus parroquianos que lo vieran jugar, y en los que el centro territorial de TVE en Murcia consideró oportuno retransmitir un partido de baloncesto de Tercera División (ojo, Tercera División) por la expectación que se había creado; aquellos días de moda estrafalaria y de música chillona, de blusas con hombreras, de gradas repletas envueltas en el humo de los cigarros. Randy hizo lo que pudo mientras pudo, porque llegó el día en el que la palabra ‘profesional’ enseñó su cara menos amable.

Randy Owens se marchó en 1988 con la maleta llena de recuerdos y de amigos. No volvió, pero dejó aquí su corazón y siguió en la distancia a su equipo, porque, sí, después jugó en muchos más lugares y países, pero su equipo siempre fue el CB Murcia, y su tierra, la nuestra.

En 2010, cuando llevé a la práctica un proyecto madurado mucho tiempo atrás, una recopilación de la historia del Club Baloncesto Murcia a través del testimonio de algunos de sus protagonistas, pregunté a todo el mundo por Randy Owens. Muchos recuerdos, sí, pero ninguna pista de su paradero. Tardé seis meses en dar con él, una auténtica odisea de llamadas y de mails en varios idiomas y dirigidos a varios países. Se convirtió en una auténtica obsesión. Tenía que encontrarlo. Al final di con él y mereció la pena. Sentí en su voz todo el amor que tuvo por Murcia y que aún conservaba. Lo recordaba todo y todo lo llevaba a su boca con una ternura imposible de disimular. Me sorprendió que sabía detalles de la vida del club posteriores a su marcha y que lo veía por internet siempre que podía (excepto cuando el equipo bajó a LEB, porque le era imposible). Incluso me hizo una confesión: “Me encantaría haber jugado en el Palacio de los Deportes”.

Como periodista, pero también como amante del baloncesto y como aficionado fiel y viejo del CB Murcia, guardo el recuerdo de la conversación con Randy Owens como uno de los mejores momentos de mi vida profesional, entendiendo ‘profesional’, de nuevo, como algo más que desempeñar un trabajo.

Ya entonces pensé que Randy Owens merecía regresar a Murcia, que merecía sentir una vez más el aplauso de su gente en la pista de su equipo, y comerse unas gambas al ajillo en la Plaza de las Flores, y volver pisar las playas murcianas y saludar a todos sus amigos. Sin embargo, ese homenaje nunca llegó y Randy murió prematuramente en 2015, a la edad de 56 años, víctima del cáncer. Eso sí, al menos en sus últimos años de vida ya había retomado el contacto en la distancia con muchas personas.

Sin embargo, llegados a este punto y en la que, por logros, puede ser la mejor temporada del club en sus 33 años de historia, tenemos una nueva oportunidad para reconocer la labor del profeta del baloncesto murciano, aunque sea a título póstumo, y, al mismo tiempo, apelar a aquellos aficionados que se engancharon a este deporte en los 80 y que, por circunstancias, luego se alejaron de él. Creo que ya toca retirar el dorsal de Randy Owens y reconocer con orgullo la historia de este club. Igual que el corazón de Alfonso X el Sabio reposa en la Catedral de Murcia, el corazón de Randy Owens debe vivir colgado del techo del Palacio de los Deportes, y desde lo alto, recordar a quienes vistan esta camiseta que tienen que defenderla con orgullo y disfrutar de cada partido como si fuera el último.

 
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