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Feria de Abril

Una oreja para Aguado que pudieron ser más de no fallar con la espada

Lama de Góngora también destacó en la faena a su primero y Javier Jiménez se llevó el peor lote

Pablo Aguado pasea la oreja que cortó al sexto de la tarde / @maestranzapages

Sevilla

El diestro sevillano Pablo Aguado cortó la única oreja de la tarde en el segundo festejo de Feria celebrado este miércoles en la Real Maestranza, aunque de no fallar con los aceros en sus dos toros el premio hubiera sido mayor. El también sevillano Lama de Góngora logró una notable actuación ante su primer oponente, mientras que el espartinero Javier Jiménez pechó con un lote inservible.

  • FICHA DEL FESTEJO

El triunfo de Aguado llegó en el toro que cerró plaza, ejemplar de Torrestrella que embistió con enorme calidad en la muleta. Fue, a la postre, el toro que menos se empleó en el caballo y eso le permitió llegar con fuelle al último tercio. Pablo brindó la faena a Curro Romero, presente en una barrera del 1, y conectó con el público desde los doblones iniciales hasta los remates finales, mediando templadas series por ambos pitones. El pinchazo previo a la estocada un punto trasera definitiva dejó el premio en la oreja señalada. Pudo haber más en su primero, otro buen toro que fue a más ante la firmeza y el templo del sevillano, aunque en esta ocasión los dos pinchazos previos al espadazo final dejaron la cosa en una fuerte ovación.

También fue ovacionado en su primero Lama de Góngora, que de salida le enjaretó algunos lances buenos a la verónica para después templarse en varias series de muletazos, aunque el de Torrestrella, que se empleó bravo en el caballo, terminó yendo a menos. Dos pinchazos precedieron a la estocada desprendida final. El quinto, un toro más grandón que siempre dio la impresión de que le costaba mover los 580 kilos que dio en báscula, dio escasas opciones aunque el también torero sevillano insistió en vano. A este sí lo despachó de una gran estocada.

El lote malo de la tarde se lo llevó el diestro de Espartinas Javier Jiménez. Su primero, un toraco de 590 kilos, fue tan noble como soso, y el cuarto de la tarde, que prometía al arrancarse con cierta alegría en el caballo, cambió radicalmente tras el primer par de banderillas, doliéndose con exceso y quedando finalmente muy reservón. En ambos casos, mató de sendas estocadas con un pinchazo previo.

 
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