'Los gritos del 8 de marzo'
Manual de Micromachismos con Marisol Palacios, profesora de Psicología Social de la Onubense
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Cadena Ser
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Huelva
Los gritos del 8 de marzo
Hace ya una semana de la Huelga del 8 de marzo, el 8 de marzo más feminista que he vivido. Desde que se convocó he encontrado innumerables motivos para secundarla, algunos muy obvios, pero otros no tanto. Y me refiero a aquellos que no se ven, a esos micromachismos cotidianos que perpetúan y fortalecen el estatus quo en el que –aun- nos encontramos hombres y mujeres.
El 8 de marzo las calles de muchas ciudades se inundaron de mujeres, de guerreras, de luchadoras, de niñas, de ancianas, de mujeres jóvenes y otras de mediana edad. Todas a una. Sonreían emocionadas, algunas lloraban. Gritaban, coreaban rimas. Estaba claro que ese alzamiento de la voz iba dirigido a reivindicar la brecha salarial, el techo de cristal y la precarización del trabajo de las mujeres. Pero quizás no estaba tan claro que, más allá del ámbito laboral, las mujeres gritamos ese día para que no se nos juzgue a nosotras cuando denunciamos una agresión sexual ("¡hermana, yo te creo!"); para que nuestros "oros" o "platas" olímpicos tengan su espacio en los medios de comunicación; para que se acabe el miedo a caminar sola por la calle; para que nuestros nombres también salgan en los libros de Historia.
Gritamos pidiendo corresponsabilidad, porque la carga mental (y física) que soportamos en las familias es bastante superior a la que cargan nuestros iguales varones, bien sean nuestras parejas en relación al cuidado de los hijos, bien sean nuestros hermanos en el cuidado de los más mayores.
Coreamos juntas reivindicando la propiedad privada de nuestros cuerpos, porque desde niñas se nos ha tratado como si otras personas tuvieran derechos sobre él, por encima de nuestro propio deseo o voluntad. ¿Quién no conoce al tío, abuelo, primo, padre... que bromea tocando el culo de la niña, o hace comentarios sobre su cuerpo? Y después, ya de adultas, ¿cuántas mujeres no han sufrido ningún tipo de abuso de este tipo? "Si nos tocan a una, nos tocan a todas", se oía. "No es NO".
Gritamos para que el trabajo que realizamos sea reconocido en la misma medida y forma en el que se le reconoce a los varones: las estrellas Michelín se las dan a ellos, aunque nosotras seamos las cocineras por excelencia; los estilistas reconocidos son ellos, aunque la mayoría de peluqueras y maquilladoras seamos nosotras; quien nos da lecciones de limpieza es un investigador o un señor Don Limpio, aunque seamos nosotras las que hagamos este tipo de trabajo en la mayor parte de las casas. Y así un largo etcétera.
Ese día tuvimos que aguantar las buenas intenciones de quienes nos felicitaban por 'nuestro día' con flores, tartas y bombones virtuales. Seguramente hubieran preferido que celebrásemos ese día con una sonrisa encantadora y una carcajada ante cualquiera de los cotidianos chistes machistas que tenemos que oír y leer. Pero resulta que a algunas no nos salía esa sonrisa, o le replicábamos que no había nada por lo que felicitarnos, que era un día de lucha y reivindicación; y rápidamente las buenas intenciones se transformaban en mala cara y en comentarios machistas, de los cotidianos de toda la vida. El sexismo benévolo se transformaba en hostil porque, al fin y al cabo, la base es la misma: sexismo.
Llegamos hasta allí teniendo que haber oído y leído que la manifestación (y la huelga) no servían para nada, que estábamos perdiendo el tiempo, o haciéndole el juego a determinados partidos políticos que nos pueden manejar como quieran porque (las mujeres) somos así de tontas y manejables, claro. También hubo quien sugirió que hiciéramos huelga a la japonesa. Pero... ¿no es eso lo que hacemos a diario, precisamente?
Estábamos muchas, muchísimas... pero no todas. Faltaban más de mil mujeres que el machismo ha matado en los últimos quince años en nuestro país. Y por ellas también gritamos y seguiremos gritando. BASTA YA. SI NOSOTRAS PARAMOS, SE PARA EL MUNDO.