‘No hay palabras’
Cuando pasan cosas como ésta no hay palabras, ni explicación, ni consuelo. Cuando pasan cosas como ésta una se queda muda, noqueada, absolutamente perpleja y horrorizada ante el horror más grande
Firma Rosario Pérez, "No hay palabras"
03:48
Compartir
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
Algeciras
Cuando pasan cosas como ésta no hay palabras, ni explicación, ni consuelo. Cuando pasan cosas como ésta una se queda muda, noqueada, absolutamente perpleja y horrorizada ante el horror más grande. Cuando pasan cosas como ésta muchos perdemos la poca fe que nos queda, y recordamos, otra vez, que la maldad habita entre nosotros, agazapada en cualquier parte, a veces demasiado cerca, disfrazada de personas normales.
Muchos ya imaginábamos que el pequeño Gabriel, el niño desaparecido el 27 de febrero en una zona tan idílica, tan aparentemente tranquila, como el Cabo de Gata, ya estaba muerto. Eran ya demasiados días, demasiado pocas las esperanzas… Pero la noticia del hallazgo de su cuerpo sin vida en el maletero del coche de la novia de su padre fue ayer un mazazo, un puñetazo en el estómago de todos los que almorzábamos viendo el telediario, asqueados al comprobar, una vez más, que el infierno existe, y que está aquí, en la Tierra, a dos pasos de todos y cada uno de nosotros.
Porque todos podríamos ser Gabriel, y todos podríamos ser sus padres, su familia, sus amigos. Porque todos podríamos ser también todas esas otras víctimas, niños y no tan niños, que ya forman parte de nuestra memoria colectiva, y cuyos nombres nos recuerdan cada día nuestro fracaso como sociedad y nuestra vergüenza como especie: los hermanos Ruth y José, la pequeña Asunta, Marta, Diana, la pareja asesinada en el pantano de Susqueda, Marc y Paula… Una lista interminable no sólo de nombres, sino de vidas absurdamente truncadas, de sueños rotos, de familias destrozadas.
La sonrisa de Gabriel permanecerá grabada en la retina de todos los que le quisieron, y de todos los que, de una u otra forma, durante todos estos días le estuvimos buscando, pero nuestro luto, desde ayer, no es sólo por él… Nuestro luto es también por todos nosotros, porque la desgracia de esa familia nos recuerda que las películas de miedo existen fuera del cine, y que no nos queda otra que acostumbrarnos a vivir así, expuestos, desnudos y vulnerables.
Y cabreados, además… Muy cabreados. Porque cada nueva tragedia nos recuerda, también, que no hay castigo suficiente para quien tiene la sangre fría de perpetrar la mayor de las maldades: la que se comete contra alguien que no tiene posibilidad alguna de defenderse. En cualquier caso, lo que sí tenemos claro la inmensa mayoría de los que aspiramos a vivir en paz es que 10 años no son suficientes, ni 15, ni 20, para pagar el daño cometido. Que lo de la reducción de penas por buena conducta, o por arrepentimiento, o por lo que sea, no cabe, o no debería caber, en estos casos; no cuando el que está en el boquete no tiene la posibilidad de que a él también le reduzcan la pena y le devuelvan su vida.
Por eso, también, se nos revuelven las tripas.
Porque sabemos que, hoy por hoy, quitar una vida, aquí, en este país, sale demasiado barato… y sabemos que los malos lo saben. Porque somos conscientes de que, si saliera un poco más caro, si la alternativa fuera pudrirse en una cárcel para los restos, más de uno, y más de dos, a lo mejor se lo pensarían… Y porque, en el fondo, necesitamos creer en la Justicia; necesitamos creer a los que nos gobiernan cuando nos dicen que “sobre los asesinos caerá todo el peso de la ley”, aunque esa expresión nos parezca, en demasiadas ocasiones, una frase hecha, un consuelo para tontos… Tal vez por eso, en días como el de ayer, como el de hoy, creer en una “Justicia” tan injusta, y que da tantas segundas oportunidades a los verdugos, se nos hace un poquito cuesta arriba