‘La belleza salvará al mundo’
El Teatro Real de Madrid, en plena celebración del bicentenario de su apertura, recupera una de las producciones más monumentales del repertorio operístico: “Aida”, de Giuseppe Verdi
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Firma Gloria Sánchez-Grande, "La belleza salvará al mundo"
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Madrid
El Teatro Real de Madrid, en plena celebración del bicentenario de su apertura, recupera una de las producciones más monumentales del repertorio operístico: “Aida”, de Giuseppe Verdi, estrenada por primera vez en el Teatro de la Ópera de El Cairo en 1871. El librero narra el violento enfrentamiento entre dos pueblos, Etiopía y Egipto, con el eje de un amor fatal: el de Radamés, jefe militar de los egipcios, y Aida, una esclava etíope.
Hacía veinte años que esta ópera no se representaba en el Teatro Real de Madrid a causa de su grandiosidad. Tuve la enorme suerte de poder asistir al primer ensayo general y entrever lo que será esta nueva “Aída” y el espectáculo resulta inconmensurable. El director de escena, Hugo de Ana, transporta al espectador a las arenas de Egipto, a sus pirámides y a sus templos, mediante un fascinante sistema de proyecciones.
Y al trabajo de escenografía, se une la música de Verdi, dirigida en esta ocasión por la batuta del maestro Nicola Luisotti. Precisamente, la semana pasada le preguntaban a Luisotti qué aportaba “Aída” al universo de la ópera. El director italiano respondía con otra pregunta: ¿qué aporta el “David” de Miguel Ángel o “La noche estrellada” de Van Gogh? Y terminaba con una cita de Dostoyevski: “La belleza salvará al mundo”.
La música de Verdi nos ha salvado y nos salva, aún hoy; aún en nuestros tiempos. Uno firma un armisticio cada vez que escucha “Oh, patria mía, cuánto me cuestas” bajo la partitura de Verdi. O el portentoso “Gloria a Egipto”, uno de los pasajes corales más colosales de la época. Porque “Aída” es precisamente eso: un prodigioso vaivén entre lo grandioso y lo íntimo.
Y hablando sobre Egipto, y ya acabo, la semana pasada se publicaba la noticia de que se habían descubierto los tatuajes figurativos más antiguos de la Historia en dos momias egipcias. Gracias a un análisis con luz infrarroja, los investigadores revelaron que lo que la momia llevaba tatuado en el brazo era… un toro.