Pienso, luego estorbo (Algo más que un recuerdo a Forges)
La Firma de Doroteo González
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Palencia
La generación espontánea es una teoría que sostiene que las cosas se originan simplemente de la nada y sin ninguna explicación aparente. Sin embargo, afortunadamente, también utilizamos la expresión “no será por generación espontánea” para remarcar con énfasis la incredulidad que nos produce cierta acumulación de acontecimientos como mero fruto de la casualidad. Y así, aunque pareciera que nos hubiera costado asumirlo, la corrupción en la política, el dispendio económico en el fútbol o la precariedad laboral –por poner sólo tres ejemplos- no son producto de ninguna extraña conjunción astral sino obra de las decisiones del género humano.
Algo así debe estar ocurriendo con toda esta amalgama de sucesos que están haciendo trepidar lo que tanto ha costado ganar como es la libertad de expresión. No me parece ocioso recordar que la libertad de expresión es un derecho fundamental consagrado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y que suele verse reflejado en las constituciones de los sistemas democráticos. En fin, por si alguien ha especulado alguna vez que expresarse libremente es fruto de una moda de los tiempos modernos, tenga en cuenta que para llegar hasta aquí ha habido mucha historia, implicación y sacrificio para que cualquiera de nosotros disfrute de la posibilidad de opinar como crea conveniente.
No obstante, están soplando muy malos vientos en cuanto a libertad de expresión se refiere. Quizás notemos su clamorosa manifestación ahora que se acumulan casos y casos envueltos en polémica, como con podía ser de otra manera, pero que ni mucho menos se están produciendo por generación espontánea, sino que obedecen a cierto cálculo moralista de un sistema diseñado con una clara intencionalidad ideológica.
La censura artística, los secuestros literarios, las condenas a titiriteros, músicos y tuiteros, amén de todo un rosario amenazante de delitos de enaltecimiento del terrorismo, injurias a la corona o atentados a las creencias religiosas, han ido dibujando un panorama social lúgubre y sombrío que poco podíamos imaginar para esta primera parte del siglo XXI. Estamos en la antesala de una fase fuera de control: pensamos en perseguir las ideas intolerantes y hemos creado la posibilidad de considerar como un delito la expresión de una opinión.
Es posible que la libertad de expresión tenga límites pero hay que distinguir muy bien lo que es mal gusto de lo que es delito. Quizás por eso sea el momento oportuno para hacer pedagogía y promover activamente un debate profundo sobre la libertad de expresión. Porque la alternativa a ello es algo indeseable: inhibirse para no correr riesgos, callar para no molestar.