‘Más papista que el Papa’
Esto me lleva a preguntarme si este sentimiento de no pertenencia conduce al español, en una primera fase, al individualismo que hoy padecemos para desembocar al final en esa división eterna y ya histórica que tan familiar nos es.
Firma Emy Luna, 'Más papista que el Papa'
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Entre todos los adjetivos con que nos autocalificamos los españoles, hay uno que no figura con toda seguridad, es el de orgullosos de pertenecer a nuestra nación.
Es absolutamente llamativo observar las manifestaciones públicas que ciudadanos de otras nacionalidades hacen frente a su bandera o con su himno nacional de fondo. El español lo admira con condescendencia, pero no lo comparte.
Muchas personas públicas alardean de su hartazgo por ser españoles, manifiestan su descontento, su decepción, recurriendo a la postura que tanto nos ha caracterizado de que "todo lo de fuera es mejor". El español lleva a cuestas un compendio de quejas con las que vive su día a día sin ver el lado bueno del asunto. Esta postura, absurda en la mayoría de los casos, y negativa los más, nos lleva a mirar fuera de nuestro país, comparándonos de continuo con naciones que nada tienen que ver con nuestro devenir histórico, ni nuestra idiosincrasia.
Este espíritu de no pertenencia a nuestra nación se traslada además a nuestras ciudades y pueblos. Nadie está contento con el lugar donde le ha tocado nacer o vivir y parece obligatorio buscar los fallos a sus calles y sus gentes. Esto me lleva a preguntarme si este sentimiento de no pertenencia conduce al español, en una primera fase, al individualismo que hoy padecemos para desembocar al final en esa división eterna y ya histórica que tan familiar nos es. En vez de buscar lo que nos une, especialistas en el arte de la discrepancia, el español busca lo que nos separa de nuestros conciudadanos, logrando teñir nuestra propia vida de un divisionismo recalcitrante y hereditario.
O nos gustan las series o no las soportamos. O estamos a favor de los refugiados, o queremos que el mundo se llene de fronteras. O adoramos tele 5 o tenemos condenada esa cadena de por vida. O practicamos el turismo rural solo o nos declaramos urbanitas empedernidos. El término medio, la mesura, todo aquello que lleva a la alternancia y a la mezcla, al "¿por qué no?" no está entre nuestras posturas. Y lo peor de todo es que ponemos tal pasión en la defensa de nuestras preferencias que las hacemos de manera involuntaria hereditarias.
Familias enteras del Barcelona o del Madrid, de Podemos o del PP, con Sánchez y contra Sánchez, a favor del Brexit y contra él, partidarios de la independencia de Cataluña y enemigos de ella. Sin pensar que lo que enriquece es la diversidad, hacemos de ella obstáculo y construimos con ella muros intraspasables. Esta postura suena arcaica, casposa y pasada de moda.
Y ahora, desde las elecciones de EEUU, lo mas sorprendente es ver cómo los españoles nos desgañitamos defendiendo a Trump o condenándolo, situándonos en un bando o en otro, como si se nos fuera la vida en ello. Al menos hay algo en lo que, seguro que todos estaremos de acuerdo y es que los españoles no tenemos solución. Más papistas que el Papa.