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FERNANDO GONZÁLEZ DEL VALLE

El viaje de un médico

Fernando del Valle: 'El viaje de un médico'

Fernando del Valle: 'El viaje de un médico'

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Alcázar de San Juan

Regresaba en tren desde el norte de España. Estaba aislado en mis propios pensamientos, acunado por un leve y silencioso traqueteo y rodeado de personas que defendían sus ensimismamientos con auriculares. Empecé a trabajar, imitando a otros compañeros de viaje, intentando aprovechar el tiempo, porque el hombre moderno debe utilizar siempre el tiempo en algo. Ahora no viajamos, nos desplazamos y si puede ser en silencio y mirando una pantalla.

Pero en los primeros 100 kilómetros el convoy se detuvo. Había huelga de maquinistas y todos los ocupantes del tren fuimos trasvasados con ciertas protestas iniciales a autobuses. Pasamos de ocupar asientos elegidos por un ordenador a buscar cada uno el lugar que mejor le parecía. Yo busqué acomodo en la penúltima fila, recordando las excursiones de niño en la que los últimos asientos eran sinónimos de cantar, de reír y de armar jaleo. Otra vida en los que el viaje en sí siempre merecía la pena, independientemente de cual fuera el destino del mismo.

Comencé a oír primero y a escuchar después la conversación de tres viajeros de la última fila. Eran dos jóvenes médicos residentes que estaban haciendo su especialidad en una ciudad del sur y que le contaban a un tercero como era su vida de médicos. Al principio pensé que me perseguía la maldición de muchos colegas que siempre están oyendo preguntas de Medicina vayan donde vayan y en los lugares más intempestivos y menos apropiados, como los ataques del criado chino del inspector Closeau… pero al final me enganche a la conversación y fui escuchando arduas y minuciosas explicaciones de los dos jóvenes médicos al tercer interlocutor de cómo era nuestra profesión: qué difícil era acumular sobresalientes durante el Bachillerato, qué nervios se pasaban antes de la Selectividad y después para intentar conseguir una buenísima nota y entrar en la Facultad, cómo había que luchar año tras año entonces, el contacto con los primeros cadáveres, cómo muchas asignaturas se convertían en largos caminos cuesta arriba por la arrogancia de algunos catedráticos o el envejecimiento de los planes de estudios. Después de nuevo la ansiedad y la incertidumbre del examen MIR y si conseguías plaza las noches en vela de las guardias, la carga burocrática del médico con su vista anclada en un ordenador permanentemente y el peso inmediato de la asistencia sanitaria y de la incertidumbre de no saber si has hecho el diagnóstico correcto.

Después de 300 kilómetros de detallistas explicaciones de dos ilusionados “mires” al asombrado pasajero que desconocía la dureza del viaje de un médico a través de su formación, me decidí y les hable. A los integrantes del coloquio no les cogió de sorpresa mi intervención. Debe ser que habían captado mis movimientos de cabeza para dirigir de forma adecuada mis orejas hacia atrás durante todo el viaje. Ratifiqué todo lo que habían dicho y les transmití mi desencanto de que la parte más negativa de la profesión se repetía promoción tras promoción. Coincidimos en que el actual sistema MIR era uno de los pilares de la Sanidad Pública Española, que funcionaba bien y que no se debía cambiar como se había propuesto por el gobierno dos años atrás. Les dije que lo más importante para ser un buen médico era no perder con los años la ilusión que ahora tenían. Que nunca debían de caer en la trampa de intentar entender el lenguaje de la mayoría de los gestores sanitarios que padecen el síndrome de Matrix, que solo ven filas de números en caída libre y no caras de personas. Que es más importante mirar a los ojos de los enfermos que introducir datos mirando la pantalla de un computador. Que debían rebelarse contra la burocracia siempre que desmereciera la atención de los enfermos y que su rebeldía redundaría en mejorar la sanidad actual y la que recibirán ellos mismos en su vejez

El viaje que parecía que iba a ser interminable se hizo cortísimo, porque las buenas conversaciones con otros viajeros siempre sustituyen perfectamente a los trenes de alta velocidad contemplando monitores de ordenador. Llegué a casa con la sensación del que había entregado un testigo a otros compañeros que están empezando su particular carrera médica, a sabiendas de que cada vez es más difícil llegar a la meta de nuestra profesión porque también para muchos gestores sanitarios importan más los destinos que los viajes.

 
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