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Vivir más y mejor

La Firma de Doroteo González

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Palencia

Cada uno tenemos nuestras cosas. Pueden parecer obsesiones o rarezas, o quizás costumbres. Por ejemplo, a mí me encanta forrar libros. Desde siempre. Quizás es una forma de pensar y entender parte del mundo que me rodea mientras me dedico a ello. Forro libros además porque para mí ese acto tiene un valor añadido: me relaja. No me paso forrando libros a todas horas, aunque sí debería de ocuparme por vivir más relajado. Y no los revisto con cualquier cosa, no. Me doto de un buen papel de estraza del de toda la vida que compro en una de las pocas papelerías que aún quedan, y me afano por hacer un buen trabajo o al menos que haga sentirme satisfecho. Además he llegado al convencimiento de que este ejercicio de protección lo hago tanto por mi propio bienestar como por respeto al objeto que protejo.

Amo a los libros, y, por extensión, aprecio librerías y bibliotecas tanto como admiro y elogio a libreros y a bibliotecarios. Será por eso que hace unas semanas me puse loco de contento cuando leí que un estudio de la Universidad de Yale concluye que los lectores de libros pueden alargar su vida, que la dedicación de tres horas y media de lectura a la semana durante doce años se traduce en unos dos años más de vida. Así que hice mis cuentas y después me dispuse a hacer planes.

Pensé que leer, si no se hace por trabajo, es todo un lujo, un actividad apasionada y excitante que permite salir de ti mismo para poder conocerte mucho mejor. Que leer no es un pasatiempo o tan sólo un hábito cultural respetable, es también una droga saludable que la sociedad no censura. Leer a quienes han dejado su huella a través del conocimiento, la filosofía o la aventura, la historia o los conflictos, o a quienes a través de la belleza de las palabras escritas hablaron del amor sin necesidad de explicarlo.

La lectura es el arte de construir una memoria personal a través de los relatos ajenos. Mucha gente llegó a la luna con Julio Verne antes de que lo hicieran los americanos, o transitaron por la revolución francesa con la visión privilegiada que tuvo Robespierre y María Antonieta.

Quien permanezca ensimismado en sus propias experiencias empequeñece sus fronteras, liquida poco a poco su capacidad de razonar y desaprovecha la única oportunidad que la vida nos da para conocernos a nosotros mismos.

Yo como lector me manifiesto agradecido a quienes escribiendo conceden una vida tan larga a los demás que no puede reconocerse toda de golpe. Será por eso que aspiro a vivir lo suficiente como para recordar lo que me han contado. Ahora sé que no es por ninguna clase de superación por lo que hay leer, simplemente es para vivir más.

 
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