El acusado de matar al vicario de San Isidoro está "totalmente" arrepentido
José Eugenio Alcarazo reconoce haber matado al cura ante el jurado. El fiscal le pide 20 años de cárcel y la acusación la prisión permanente
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(Europapress)
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Sevilla
José Eugenio Alcarazo, el acusado de matar al vicario de San Isidoro de nueve puñaladas, está totalmente arrepentido de haberlo asesinado. El sacerdote era el tío de su mujer. "Nadie es dueño de la vida de nadie y yo menos", ha dicho ante el jurado. Minutos antes su abogada había pedido perdón en su nombre.
El individuo no recuerda nada. Sólo la cara de la víctima. La Fiscalía solicita 20 años de cárcel por asesinato, aunque le aplica la atenuante de enajenación mental. La familia del vicario pide la prisión permanente revisable, es la primera vez que se solicita en Sevilla.
Alcarazo no recuerda haber comprado dos cuchillos en Triana unas horas antes de cometer el asesinato. No recuerda haberle dicho a su esposa que el cura se estaba desangrando en el portal y no recuerda su detención. Sólo mucha policía a su alrededor. Tampoco es consciente de lo que le contó a los agentes, según ha declarado ante el Tribunal del Jurado.
El hombre se ha presentado en la Sala con una muleta, para tratar de mostrar su minusvalía física. Y ha explicado que cuando abandonó el hospital de Bormujos, donde había estado por un intento de suicidio, fue a casa de su mujer para tratar de retomar su relación . Ella le dijo que no había nada que hacer y en ese momento, según ha contado, ocurrió como si le hubieran dado "un mazazo en la cabeza". Se fue sin saber ni a donde iba. Fue a matarlo.
Los hechos ocurrieron en julio de 2015. Según ha manifestado él no tenía ninguna relación con el fallecido, al que ha descrito como una persona que enseñalaba a los hijos de su esposa "a no respetarla" y a "rebelarse contra ella". Nada más ha querido responder sobre su supuesta tormentosa relación con esos hijos.
La Policía lo detuvo conduciendo su coche, en Triana. Llevaba dos cuchillos. Uno de ellos con ADN del cura. Según los forenses, el procesado sufría un trastorno de adaptación. Conocía lo que había hecho pero tenía afectada su capacidad para querer.