Sociedad

Vitoria sigue adorando a Cécile McLorin y Pat Metheny

Ha sido una forma inteligente de acabar un festival que ha cumplido 40 años

Cecile McLorin / VINCENT WEST (REUTERS)

Pat Metheny y el público del Festival de Jazz de Vitoria siguen viviendo un idilio que dura ya cerca de 30 años. Su guitarra y el contrabajo de Ron Carter han abierto la última velada, que ha concluido con una soberbia actuación de la cantante también estadounidense Cécile McLorin Salvant que ha vuelto a conquistar este escenario por segunda vez.

Metheny estuvo aquí hace solo 4 años. En aquella ocasión hizo un concierto memorable con su Unity Band, produciendo uno de los sonidos más contemporáneos que se recuerdan en este escenario. Esta noche no tocaba eso, esta noche tocaba volver a las esencias con otro gran músico algo mayor que él, como es Ron Carter.

Hoy, solo con guitarra y contrabajo, tocaba una propuesta más intimista y reposada, que los dos instrumentistas han sabido desarrollar brillantemente. Carter es un músico que proviene de la factoría Miles Davis y que ha desarrollado gran parte de su carrera con el sello Blue Note.

Sin embargo, juntos han traído al recinto un aroma que ha recordado sobre todo al sonido del sello ECM, que marcó la evolución de esta música durante al menos las dos últimas décadas del siglo XX, y al que Metheny estuvo unido durante la primera parte de su carrera.

A lo largo de toda la semana, Mendizorroza ha registrado una entrada impresionante, lo cual demuestra lo acertado de la programación del festival en esta 40 edición que ha concluido hoy y que ha alternado el jazz con otros estilos relativamente próximos.

En principio lo más sorprendente del programa ha sido el orden de los dos conciertos de esta noche, ya que aunque solo fuera por jerarquía, parecía más lógico que Metheny y Carter hubieran tocado al final.

No ha sido una mala decisión, porque Cécile McLorin y su grupo, un trío clásico de piano contrabajo y batería, han aportado una alegría muy de agradecer un sábado a la noche.

Alegría pero también emoción. La cantante de Florida, una mujer de 28 años, aparte de su voz que ha sonado con la limpieza con la que suenan aquí las cosas, tiene la sensibilidad para convertir una melodía en algo importante, al menos durante un instante de tiempo. Y lo ha hecho sonando a jazz: swing, big-band, blues como mucho, nada más.

Lo ha hecho además desde una actitud humilde en el escenario, sin demandar nada del público, y sin embargo ofreciendo mucho. Ella y su banda, que se ha manejado con soltura, con brillo en algunos momentos. Cécile ha ofrecido todo lo que tiene y ha dado la impresión de que lo hacía desde el corazón.

Ha sido una forma inteligente de acabar un festival que ha cumplido 40 años y que sigue manteniendo suficiente vitalidad para proponer música interesante casi siempre, aunque no sea estrictamente de género. El jazz siempre ha necesitado de mentes abiertas.

 
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