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Sin gol no hay Suárez

El delantero uruguayo culmina su semana grande. Dos goles al City y uno al Granada le convierten, al fin, en decisivo.

Barcelona's Luis Suarez celebrates after scoring a goal against Granada during their Spanish first division soccer match at Nuevo Los Carmenes stadium in Granada, February 28, 2015. REUTERS/Pepe Marin (SPAIN - Tags: SPORT SOCCER) / STRINGER/SPAIN (Reuters)

Barcelona's Luis Suarez celebrates after scoring a goal against Granada during their Spanish first division soccer match at Nuevo Los Carmenes stadium in Granada, February 28, 2015. REUTERS/Pepe Marin (SPAIN - Tags: SPORT SOCCER)

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“Me preocupé, erraba goles que un delantero no puede fallar”

La ansiedad le pudo a Luis Suárez. Vino a Barcelona a luchar por los títulos, y lo hacía. A sentirse futbolista tras la sanción, y cumplido el castigo lo logró. Llegó al Camp Nou a demostrar que era un currante, y la gente lo vislumbró así enseguida. Quería el uruguayo conectar con Messi, y el argentino lo adoptó como compañero y como amigo. Entonces, ¿por qué la ansiedad? Ah, los goles. El pequeño gran detalle que sirve para juzgar a cualquier delantero centro, y más si su precio es de 81 millones de euros.

A Luis Suárez se le reconoció, ya desde su debut en el Bernabéu, por su capacidad para asistir, por su brío al presionar, por cómo generaba espacios. Pero faltaban goles, sin ellos no hay paraíso. Con el paso del tiempo, el delantero sabía que le iban a examinar por cuántas veces besó tres veces su mano derecha, esa señal con la que celebra enviar el cuero a la red. Hasta hace unos partidos, la estadística apesadumbraba al uruguayo, falto de goles pero con un exceso de errores garrafales en su mochila.

Me preocupé, erraba goles que un delantero no puede fallar. Luis Suárez le daba vueltas a lo suyo. Y ese fue su gran problema. Pensar. Si algo le ha costado recuperar, es el no cavilar. El actuar sin pausa. El ser el más rápido en disparar. Y con eso han llegado los goles. El mejor Suárez es el que no piensa, el que simplemente remata. Sus goles llegan al primer toque, sin dar opción de reacción al portero.

No pensar, actuar. Eso le ha llevado a abandonar sus dudas. Dos goles al City, uno en Granada. Semana grande. Empieza a ser decisivo. Empieza a ser Luis Suárez. Suma 10 goles. ¿Suficientes? Para nada. Al uruguayo se le exigen muchas más dianas. Tantas como para justificar 81 millones.

Pero se atisban ya cosas que dan algo de razón a aquellos que defendimos el suyo como el mejor fichaje del fútbol europeo durante el pasado verano. Luis Suárez ya decide partidos. Ya resaltan menos sus asistencias, y más sus goles. Ya no contamos sus quilómetros, sí sus tantos. Suárez ya se enfada cuando le cambian, y con razón. Ah, y no es un detalle, ya aparecen las campañas que buscan ensuciar de nuevo su imagen, paridas en Inglaterra tras sus dos goles al City y convenientemente adoptadas en ciertos sectores de Madrid.

Estamos ya en el escenario en el que imaginábamos a Suárez. El reto para el uruguayo es mantenerse en él. Está muy bien correr, robar y asistir. Pero se le exige gol. Este es el único camino para evitar que todos nos pongamos a pensar. Es el único modo de evitar que nos volvamos a preocupar… porque erraba goles que un delantero no podía fallar.

 
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