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Historia

El Palau de Valeriola, Las Provincias y la lotería

En La València Olvidada Francisco Pérez Puche repasa la historia de este palacio y recuerda cuando fue sede del periódico y los titulares se apuntaban en una pizarra en la fachada

En La València Olvidada Francisco Pérez Puche repasa la historia de este palacio y recuerda cuando fue sede del periódico y los titulares se apuntaban en una pizarra en la fachada

En La València Olvidada Francisco Pérez Puche repasa la historia de este palacio y recuerda cuando fue sede del periódico y los titulares se apuntaban en una pizarra en la fachada

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València

Volvemos al Palau de Valeriola. Estuvimos hace sólo unas semanas porque abría sus puertas el Centro de Arte Hortensia Herrero y ahora lo que vamos a hacer es recordar la historia de este viejo caserón valenciano, que está lleno de historias interesantes. Para empezar, os propongo que nos traslademos, casi dos mil años atrás, a la Valencia de época romana.

En estos momentos hay mucho en juego. Apuestas, quiero decir. Estamos en el circo, dos cuadrigas están dando la última vuelta al circuito, aceleran, una de ellas derrapa, uno de los caballos cae el suelo con estrépito, el auriga rueda por tierra… Mientras el otro carruaje, como una flecha, entra en la meta entre las aclamaciones del público. Máximus Valentinus, el favorito de los aficionados locales, acaba de ganar la carrera del día contra el corredor visitante, Valerium Saguntinum, que se retira magullado hacia el sanitarium…

Con la misma afición que con el fútbol o la pelota valenciana, los habitantes de esta ciudad disfrutaban de los deportes y además cruzaban apuestas. En el circo, cuyos restos, varios gruesos muros, se pueden ver en los sótanos del palacio que ha sido excavado y restaurado. El circo romano de Valencia, que estaba fuera de las murallas de la Valencia del siglo I; una importante construcción que iba desde la actual calle de la Paz a la de Nápoles y Sicilia, pasando por aquí bajo.

La historia entera de la ciudad está aquí mismo. Aquí podemos ver el callejón de los Judíos, el resto más notable que queda en la ciudad del gueto que encerraba a la judería valenciana. Aquí ha aparecido un patio islámico, con una fuente que se ha recuperado y es visitable. Y también un horno medieval, un horno de cocer pan y quién sabe si de pastelillos y arroz al horno. Además, los visitantes de la cosa podrán ver numerosas vasijas, lamparillas y restos de cerámica, de distintas épocas, que cuentan la historia de la familia Valeriola, comerciantes muy ricos que se asentaron en la ciudad en el siglo XV, y levantaron este caserón a finales del XVII. Aquí vivieron, aquí murieron y aquí dejaron hasta un fantasma…

El fantasma del palacio

Estoy seguro de que aquí hay un fantasma. El de don Jerónimo Valeriola, como mínimo. Porque este caballero, promotor de la construcción que vemos fue asesinado una noche, en el año 1606, mientras dormía. La historia es conocida: detuvieron a Cristóbal Valeriola, hijo de la víctima, y a Luis de Sosa, amigo y compañero de correrías nocturnas, como sospechosos. A este último le dieron un tormento singular: atarlo durante un buen rato al difunto, que estaba ya en lamentable estado. El resultado, aunque los pobres no confesaron, es que los condenaron y los ejecutaron en pocos días. El hijo, antes de morir, proclamó una vez más su inocencia y quedó en el aire una incógnita

Una incógnitat, eso sí, que se resolvió trece años más tarde, en 1620, cuando un rival del padre muerto, Miguel de Pertusa, confesó que había sido el que había enviado a un par de sicarios para que despacharan a don Jerónimo.

La de los Valeriola, ya digo, es una novela negra que convendría aprovechar, un dramón. Después los Valeriola unieron sus destinos a otras familias y la casa quedó en mano del conde Almodóvar que es el que, en 1893, alquiló el edificio a un impresor, Federico Domenech, dueño de uns editorial donde se editaba el periódico Las Provincias, propiedad de Teodoro Llorente.

Teodoro Llorente y sus tertulias con Santiago Rusiñol o Blasco Ibáñez

En ese periódico vengo escribiendo desde 1967, fecha que me dio la oportunidad de ver esta casa hacia 1970, cuando todavía había instalaciones de imprenta. Cuando yo la visite aún había pesebres en las caballerizas, todavía pude ver los pupitres a dos vertientes de los redactores y a los caballeros medievales de San Juan del Hospital rodeados de máquinas Minerva y botes de tinta. Y es que el periódico funcionó aquí durante la primera mitad del siglo XX, hasta que se trasladó a la Alameda, pero esto fue centro de correo y distribución y taller de imprenta menor.

La historia de la imprenta Domenech en esta casa, es apasionante. De aquí han salido libros de gran importancia y los periódicos con las noticias más relevantes del siglo, desde la aviación a la radio, desde la guerra de Cuba a la Exposición Regional. Todo el antiguo salón del palacio, era la redacción del periódico; y en ese balconcito del entresuelo, cerca de la esquina, estaba el despacho de Teodoro Llorente. Y hay descripciones de muchos periodistas y testigos, del paso por la redacción de personajes como Santiago Rusiñol o Vicente Blasco Ibáñez. Porque hay que tener en cuenta que el director, todos los miércoles, reunía en su despacho a una tertulia de poetas, músicos e intelectuales, que trataban de los asuntos del momento, las novedades literarias y los asuntos de la política.

Aquí tuvieron su casa tres generaciones de la familia Domenech, y aquí trabajaron muchos periodistas y escritores valencianos. Después, cuando estalló la guerra civil, el periódico fue incautado y se convirtió en Fragua Social, diario de los anarquistas, mientras en la imprenta se editaba la Gaceta de la República, dado que el Gobierno, en noviembre de 1936, se había trasladado a Valencia.

Titulares en la pizarra de la fachada

Pero, aunque hay muchas, la razón principal por la que hoy hemos venido aquí es que el diario tenía colgado en la fachada, junto a la puerta principal, un pizarrón donde un aprendiz, subido a una escalera de mano, escribía los titulares de los últimos telegramas. Por eso, más de una vez, la circulación quedaba cortada en la calle del Mar, de tanta gente que se arremolinaba para leer, en la pizarra, lo que estaba pasando en el mundo, fuera la guerra de Cuba, los resultados de las elecciones o la cogida de un torero.

El pizarrón, cada 22 de diciembre –y por eso hemos venido aquí—daba el número del sorteo de la Lotería de Navidad premiado con el Gordo. Y con letras mucho más gordas si se había vendido en Valencia.

TEXTO: FRANCISCO PÉREZ PUCHE

 
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