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Alfredo Galán Sotillo, el ‘asesino de la baraja

Acabó en 2003 con la vida de seis personas a las que escogía al azar y asesinaba a sangre fría

Crónica en negro 1x8: Alfredo Galán Sotillo, el ‘asesino de la baraja'.

Crónica en negro 1x8: Alfredo Galán Sotillo, el ‘asesino de la baraja'.

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Valdemoro

Se cumplen 20 años de la detención del conocido como ‘asesino de la baraja’ que acabó con la vida de seis personas. Alfredo Galán Sotillo nació en Puerto Llano, Ciudad Real, tenía 25 años y mantuvo en jaque a la Policía durante varios meses con sus asesinatos, que tenían una carta de la baraja como seña de identidad del autor de las muertes.

Galán nació en el seno de una familia humilde, un joven alegre y divertido, al que le marcó la muerte de su madre al dar a luz a su hermana, lo que le convirtió en un estudiante algo rebelde. Ya de adulto se convirtió en soldado profesional y se fue a Bosnia en una misión con el Ejército. Ese paso “le marcó profundamente”, según cuenta profesor de Criminología en la URJC, Jefe de Policía Local de Valdemoro y autor de la serie de artículos ‘Mala mente’, Alberto Albacete.

De hecho, de allí se trajo un arma de un calibre específico, con la que mataba a sus victimas y finalmente esa fue una de las pistas que siguieron los investigadores en los crimines que cometió.

Galán dejaba como marca de identidad en sus asesinatos una carta de la baraja, de ahí que se le apode como el ‘asesino de la baraja’. Al principio este hecho despistó a los agentes que creyeron que se podría tratar de un juego de roll llevado a extremos perversos, sin embargo, más tarde comprobaron que no era así.

Las víctimas

Las víctimas las elegía al azar, “pasas por aquí y te ha tocado” dice Albacete, quien recuerda que la primera víctima fue un joven que esperaba al autobús cerca del pueblo de Barajas. Le dio un tiro en la nuca. Lo cierto es que sus víctimas no tenían un perfil concreto. Esa primera vez ya dejó en el lugar de los hechos una carta.

Doce horas después, en el bar Rojas de Alcalá, dispara a un menor y a su madre. Ésta última no falleció a pesar de recibir varios tiros. Pero aquí no dejo ninguna carta, algo que despistó más a los agentes, dice Albacete.

Al día siguiente, en Tres Cantos, a sangre fría, volvía a matar. En este caso eligió a una joven pareja ecuatoriana, aunque sólo pudo asesinar al chico, ya que se le encasquilló la pistola y no consiguió matar a la mujer, que salió huyendo. Aquí dejó junto al cuerpo sin vida, un dos de copas, “dicen que es el símbolo de los amantes en cartomancia”.

Después mató a un conserje en presencia de sus hijos y así siguió hasta llegar a la sexta víctima. La última fue en Arganda del Rey. En este caso se fijó en dos personas de origen rumano, aunque una de ellas consiguió huir. Aquí dejó el 3 y 4 de copas. En varios de sus asesinatos algunas de sus potenciales víctimas consiguieron huir, lo que permitió a la Policía comenzar a trazar un retrato del asesino, del que tenían claro ya que era militar y había estado en Bosnia por el arma que utilizaba.

Sin embargo, fue Galán el que finalmente se entregó a los agentes, confesando sus crímenes. En principio había dudas, ya que las investigaciones apuntaban a varios sospechosos, pero un dato confirmó que era él. Por la prensa se conocían muchos detalles de cómo actuaba, pero algo que sólo él y los agentes sabían es que las cartas que dejaba tenían un punto azul en el reverso. Fue definitivo para identificarle. En estos momentos cumple su condena de 142 años y 3 meses en el centro penitenciario de Herrera de la Mancha.

 
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