De lobos y humanos

Palencia

Noto en ella una mirada limpia de recelos. Confiada y segura. Los años de correrías por pueblos remotos y las horas de charla con sus habitantes me han procurado una experiencia en el trato que funciona como una llave maestra para acceder a lo más profundo de las personas. Podría ser en Resoba. O en Vidrieros. O en Lores. Y ella podría ser Carmen. O Aurora. O Rosa. Los nombres son lo de menos. Sus ojos azules como el gélido cielo del amanecer se humedecen cuando me cuenta que desde Navidad ha perdido cuatro potros y dos terneras. Y que los seguros pagan tarde y escaso, muy escaso. Me cuenta incluso que, para peritar las pérdidas, tiene que encargarse de sacar fotografías a sus reses degolladas por el afilado colmillo del lobo… y que ella no tiene valor para eso, pese a que enseguida la identifico como una de esas personas tan fuertes que no se ven en la necesidad pudorosa de tener que esconderse para llorar.

Si ya de por sí uno debe de ser prudente cuando pretende entablar conversación con un desconocido, la precaución debe extremarse cuando uno se dirige a un ganadero y pone sobre las tablas el nombre del lobo. Sin embargo, me gusta escuchar, y valorar, lo que la gente que vive en relación íntima con la vida salvaje tiene que decir sobre el asunto. Quiero huir como sea de esa posverdad imperante en estos días, en la que una opinión vale más que los hechos reales. Reniego de esa receta que lo mismo funciona para aupar a Donald Trump que para crear una corriente de opinión a favor, o en contra, de la exclusión del lobo ibérico del listado de especies protegidas. Necesito aislarme de esa agotadora batalla dialéctica alimentada pantagruélicamente por intereses políticos, porque me siento a merced de la noche embravecida e incapaz de llegar al chozo para pasar esa noche a salvo.

Ni el lobo es, ni mucho menos, culpable de todos los males que asolan al escenario rural, ni la caza controlada y regulada del mismo debería de suponer un menoscabo preocupante en su población ni en el desarrollo de la especie. Que no creo que nadie caiga en la ingenuidad de pensar que, al hablar de caza regulada, estamos hablando de cepos, de envenenamientos de carroña, de chorcos loberos y de anacronismos por el estilo.

Cuesta ver la muerte de un ser vivo como la solución a un conflicto y tampoco creo que el reparto de contados precintos de lobo sea una panacea para la ganadería de alta montaña, que debería buscar el equilibrio de la convivencia simbiótica con el medio. Pero quizá convendría valorar que, en determinados entornos, quien está en franco peligro de extinción no es el lobo. Es Carmen. Es Aurora. Es Rosa. Es el ser humano.