Aquí nunca hay nada
La Firma de Borja Barba
Palencia
Leía días atrás en la prensa provincial a Rafael Martínez, quien fuera responsable del Servicio de Cultura de la Diputación Provincial hasta su reciente jubilación, una reflexión que tal vez ha pasado más desapercibida de lo que debiera. Haciendo balance de su trayectoria profesional en la gestión cultural provincial, Martínez ponía el dedo en la llaga al afirmar que la cultura y el patrimonio tienen valor intrínseco per se, con independencia de su potencial económico o turístico.
Las palabras de Rafa recuperaron de mi memoria aquella anécdota, quizá apócrifa, acerca de Winston Churchill y la gestión cultural en periodo de guerra. Cuentan que en los peores momentos de la II Guerra Mundial, con la Luftwaffe bombardeando lo más profundo del orgullo inglés, los asesores económicos del primer ministro británico propusieron suprimir la partida presupuestaria destinada a cultura para invertirla de inmediato en la compra de armamento y en la mejora de medios de la RAF. La propuesta se encontró con la negativa tajante de Churchill. ¿Quitarle el presupuesto a la cultura? Entonces…, ¿para qué combatimos?
No me gusta hablar del patrimonio cultural como si éste ya no fuera a existir mañana por cuestión del signo de los tiempos. O, peor aún, como si fuese un concepto propio de las élites, indetectable para el pueblo y que exigiera levita, monóculo, meñique alzado y gesto afectado para su disfrute. Y, como Martínez, quiero creer que el catálogo de manifestaciones culturales de nuestra provincia, que abarca un amplísimo abanico de registros tanto materiales como inmateriales, tiene sentido más allá del dinero y el tráfico turístico que mueva. Y quiero creer que seguiríamos admirando San Martín de Frómista aunque no recibiese visitas. Que se seguirían cuidando los mosaicos de La Olmeda y de La Tejada aunque no hubiesen salido en National Geographic junto a la Villa del Casale y la Cueva de Catullo. Pero romper con esa ortodoxia que liga en una emulsión eterna las ideas de recurso turístico y de bien cultural exige un manejo minucioso de la siempre tensa convivencia presupuestaria entre las áreas de turismo y de cultura.
Puede que el problema haya calado ya demasiado profundo. Que ya haya fraguado esa derrotista idea de que “aquí no hay nada”. Y de que algo merece la atención solo si viene alguien de fuera a abrirnos los ojos a los indígenas, mientras nos explica de forma condescendiente, y en voz muy alta, que la verdadera cultura, la que de verdad merece la pena, es aquella que ya tiene su propio hashtag en Instagram y que no se graba en nuestra memoria, sino en la de nuestro teléfono móvil.