Repican las campanas en lo alto
La Firma de Borja Barba
"Repican las campanas en lo alto", la Firma de Borja Barba
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Palencia
¿Qué sentido tiene esforzarse por mantener vivas las tradiciones, o incluso por recuperar aquellas que se han ido perdiendo en el tiempo? Formulada así, quizá la pregunta les resulte algo ambigua. Hay que entender, y asumir, que si una costumbre terminó desapareciendo quizá es porque perdió cualquier aplicación práctica que pudiese tener. No tiene el mismo significado una costumbre recuperada en el presente, cuando tal vez se haya desvinculado definitivamente, o tempora o mores, de la utilidad social que la definió. Los tiempos cambian y el presente de hoy, como cantaba Dylan, será el pasado de mañana.
Las costumbres y tradiciones son un reflejo de nuestra historia. Una manera de extrapolar un conocimiento colectivo más allá de las páginas de un libro o del voluble e inestable relato oral. La práctica combate el olvido y riega periódicamente los recuerdos para que estos no se marchiten. Porque tratar de defender una identidad cultural propia sin esmerarse en el cuidado de la tradición sería como pretender recoger fruto de árboles que nunca llegaron a ser plantados. Decía Tolkien, a la postre creador de un mundo imposible poblado por elfos, enanos y orcos, que no se debían de menospreciar las tradiciones llegadas de antaño, porque no era infrecuente que los más viejos del lugar guardasen secretos en lo más profundo de su memoria que los sabios de otro tiempo necesitarían saber.
Este pasado domingo, la Asociación Cultural de Campaneros Villaltanos acogió en Villota del Páramo un encuentro de campaneros llegados desde localidades de Zamora, Burgos, Valladolid, La Rioja o Navarra. Fue con motivo de la bendición de las nuevas campanas instaladas en la iglesia parroquial villaltana por parte del Obispo de Palencia, Monseñor Mikel Garciandía. La Asociación, constituida en el año 2017, busca perpetuar la tradición del toque manual de campanas, una manifestación sociocultural de gran arraigo en buena parte de la España rural que recibió un empuje definitivo hace poco más de un año, cuando fue declarada por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Y persigue su propósito de la mejor manera que conozco: desoyendo las voces críticas, que en un entorno rural son como el pitido del despertador cada mañana, y marcando con firmeza el tránsito del verbo a la acción.
Un pueblo sin tradición es un pueblo sin porvenir. Un pueblo condenado al olvido y a la insignificancia. Porque nadie puede vivir sin recordar. Y Caperucita siempre sería la mala del cuento si solo escuchásemos al Lobo.