Hallado muerto en su domicilio
La Firma de Borja Barba
Hallado muerto en su domicilio
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Palencia
Cuento entre mis buenos amigos, de los que se enumeran con nombres y apellidos, a varios dedicados a esto del columnismo y la opinión. Antonio Agredano, Enrique Ballester y Galder Reguera alumbran con su pluma y su labia las páginas y los espacios radiofónicos de varios medios de la competencia. Y a los tres les envidio, además de sus dotes para contar la vida, una extraordinaria fuente de inspiración en común: todos ellos tienen hijos. No sé si de manera voluntaria o no, pero sus criaturas se han convertido en un manantial inagotable de anécdotas y reflexiones. Cuando no tienen nada que contar, observan a sus hijos durante un rato, dejan actuar las conexiones cerebrales, se sientan ante el teclado y… ¡tachán!, la columna sale sola.
Sus herederos son hoy motivo de inspiración, mientras juguetean y descubren el mundo desde las laderas del sagrado monte Helicón. Y serán su sustento y apoyo cuando a Antonio, a Enrique y a Galder se les eche encima lo más despiadado y cruel que se le puede echar encima a un hombre: el paso del tiempo. Serán la tierna mano que les acaricie y la cálida sonrisa que les reconforte cuando la memoria se difumine. Y eso es algo que servidor, sin descendencia directa, teme aún más que la ausencia de musas.
Les cuento esto porque la pasada semana la Policía Local de Palencia halló muerto en su domicilio a un hombre de 76 años. Fue un vecino del fallecido, quizá su mayor allegado, el que alertó de que algo no iba bien en el piso de al lado. Una ausencia prolongada en el ascensor, la televisión encendida desde hace días o quién sabe si incluso cosas peores. Y tengo la sensación de que es una noticia que abre con relativa frecuencia el apartado de sucesos en nuestra ciudad. Metan en Google las palabras clave ‘encuentran-muerto-domicilio-Palencia’ y sabrán de lo que les hablo. Quizá sea otra de las nefastas y silenciosas consecuencias del modelo socioeconómico al que la provincia se ha visto empujada. Una población envejecida e hijos en edad laboral que tienen que marchar fuera en búsqueda de trabajo son circunstancias que ayudan a despejar la incógnita en la ecuación.
No todas las cosas se rompen haciendo ruido y en un instante fatal, como un jarrón estampándose contra el suelo. Algunas se van rompiendo poco a poco y en un estruendoso silencio. En una soledad siniestra y abisal. En obligada camaradería con el sufrimiento y la tristeza, como si formaran parte de la filmografía de Michael Haneke. La historia de la vida se escribe, con excesiva frecuencia, con renglones torcidos.