Opinión

Palencia de romería

La Firma de Borja Barba

Palencia de romería

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Palencia

En la vida de todo hombre existen tres fechas que jamás se olvidan. A saber: la fecha de su nacimiento, la fecha del nacimiento de su primogénito -las de los hijos posteriores ya penderán del fino hilo de la memoria-, y la fecha de la fiesta de su pueblo. Porque, con independencia de su religiosidad, uno tiene que tener bien presente cualquier mínima excusa para festejar y, lo que es más importante aún, para no tener que trabajar, que al fin y al cabo es a lo que todos aspiramos en esta vida sumisa.

Apagados ya los ecos de San Antolín, aún centellean las brasas de las celebraciones festivas agendadas durante la pasada semana. Confiándosela larga a mi memoria, Frómista, Torremormojón, Aguilar de Campoo, Cisneros, Paredes de Nava, Baltanás, Magaz, Carrión de los Condes, Ampudia y Saldaña (espero no dejarme a nadie) han celebrado el pasado día 8 la Natividad de la Virgen María en sus respectivas advocaciones. Las imágenes marianas del Valle, de Carejas, de Villaverde, de Revilla o del Campanil han trazado un mapa del fervor religioso palentino con el que recorrer la provincia de norte a sur apoyándose en las andas de las Patronas. Sin acabar septiembre, las romerías del Rabanillo, en Tabanera de Valdavia, o del Brezo, en Villafría de la Peña, completarán este particular álbum del celo ardiente por la devoción virginal.

Miren, creo que a estas alturas no es necesario que aclare que no soy una persona particularmente creyente ni, desde luego, practicante de diaria religiosidad. Sin embargo, sí que soy un ferviente defensor de las tradiciones y un firme custodio del vínculo emocional que se genera entre las personas y aquellos lugares que sienten como propios. Un vínculo cuyos eslabones pueden tener forma de paisaje, de gastronomía típica, de canciones y leyendas, de identidad histórica o, sí, también, de manifestaciones religiosas.

Participo con asiduidad, como respetuoso espectador, de muchas de las romerías que jalonan nuestra geografía. Y lo hago porque me sobrecoge la pasión con los que la más devotos honran a sus imágenes. Porque admiro, pese a no compartirla, su íntima e inquebrantable conexión con la Fe. Y porque me basta con saber lo que ese fervor religioso significa para las personas a las que quiero o admiro.

Dejó escrito Vicent van Gogh que cuando sentía necesidad de religión, salía de noche para pintar las estrellas. Y me gusta entender la religiosidad de esta manera tan personal. Tan libre de dogmatismos. Casi más como un ejercicio de espiritualidad y de refugio interior. Porque cada uno encuentra su particular cobijo espiritual donde mejor recibido se siente. Ya sea en una talla de una advocación mariana vestida con lujosos mantos, en un colgante de cuentas de colores o en la noche estrellada de Arlés.

 
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