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Historias de Salamanca. Mesonero Romanos, crónica de la desolación bélica

El cronista, hijo de salmantino, describió el destrozo que dejó en la ciudad la Guerra de la Independencia visitándola con su padre

Salamanca

El 30 de abril de 1882 muere el gran cronista de Madrid Ramón de Mesonero Romanos.

Don Ramón era hijo de Matías Mesonero, salmantino, que falleció en 1820 cuando aún estaban calientes los rescoldos de los lugares de España sacudidos por la Guerra de la Independencia, por su cañones y cañonazos, y entre ellos, Salamanca.

En la extensa e intensa obra de don Ramón de Mesonero Romanos, a los salmantinos tiene que interesar sus “Memorias de un setentón”, libro donde relata su viaje de Madrid a Salamanca acompañando a su padre.

La Guerra de la Independencia había finalizado recientemente y eran muy visibles sus estragos en Salamanca. La pluma magistral de don Ramón registra aquel recorrido entre ruinas junto a su padre “bañado en lágrimas el rostro y con la voz ahogada por la más profunda pena”: “Aquí era el magnífico monasterio de San Vicente, aquí el de San Cayetano, allá los de San Agustín, la Merced, la Penitencia y San Francisco” –relataba el padre—refiriéndose a edificios machacados, primero por los cañones y después, alguno de ellos, por la explosión de un polvorín.

Eran algunos de los que dieron forma al que se conoció como Barrio de los Caídos. Pero sólo algunos, porque el padre seguía relatando entre sus ruinas: “estos fueron los espléndidos colegios mayores de Cuenca, Oviedo, Trilingüe y Militar del Rey. Edificios que formaban parte de la Salamanca Universitaria clásica cuyas ruinas estarían hoy emplazadas entre el Palacio de Congresos y la Facultad de Ciencias.

Pero, sigue haciendo inventario don Matías del destrozo y tomando nota su hijo, Mesonero Romanos: “aquí estaba el Hospicio, la Casa Galera y por aquí cruzaban las calles Larga, de los Ángeles, de Santa Ana, de la Esgrima, de la Sierpe y otras que habían desaparecido del todo…” Principalmente por la explosión del polvorín, pero cuando este reventó llovía sobre mojado. Otra pólvora había hecho su trabajo.

Algunas de aquellas calles desaparecidas resucitaron y fueron el enclave principal del “Barrio Chino”, mientras los edificios citados fueron la cantera de donde salieron las piedras de las casas que se construyeron en la zona, pero ya sin la brillantez de aquellos edificios clásicos. Todo lo contrario, eran casas modestas si no miserables.

En un momento del relato concluye don Ramón Mesonero Romanos que “La verdad es que esta antiquísima y monumental ciudad había sucumbido casi en su mitad, como si un inmenso terremoto semejante al de Lisboa a mediados del siglo pasado –se refiere a 1755—la hubiese querido borrar del mapa”.

Fuera de Salamanca, a donde va el padre por huir del panorama, lo que se encuentra no es mejor. Pisaron terrenos donde tuvo lugar la Batalla de los Arapiles “modestas heredades (dice) casi yermas, si bien sembradas de huesos y esqueletos de hombres y caballos, de balería de todos los calibres y de infinitos restos de equipo militar”.

Esto es parte de aquel relato tomado por don Ramón Mesonero Romanos de su visita a Salamanca junto a su padre, salmantino, recién finalizada la Guerra de la Independencia.

El padre falleció en 1820 y don Ramón 62 años después. Era, pues, un niño cuando la hizo, pero está claro qué huella dejó en su memoria infantil para recordarla vivamente muchas décadas después.

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