Opinión

Una tarde con Miguel

La Firma de Borja Barba

Una tarde con Miguel

Una tarde con Miguel

03:22

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Palencia

El jueves estuve pasando la tarde con Miguel. Y en este caso, y porque la ocasión lo merece, el nombre es real, no es ficticio. Miguel tiene, como él mismo apostilla, la “edad de Cristo” y es una de esas personas que tiene la suerte de poder dedicarse en cuerpo y alma a lo que más les gusta. Yo, que tengo pesadillas con eso tan terrible que le ocurría a Bruce Willis en “El Sexto Sentido” de estar muerto y seguir teniendo que ir a trabajar, envidio profundamente a quienes han conseguido hacer buena esa máxima que dice que quien elige un trabajo que le guste, no tendrá que trabajar ni un día de su vida.

Miguel es un hombre de campo, de los que predice el tiempo solo con lanzar un vistazo al horizonte. Recela de una ciudad que crece de manera despiadada y dando la espalda a sus propios habitantes, obligándoles a convertirse en meros supervivientes en un mundo hostil. Una ciudad que para Miguel es extraña e inhóspita. Una ciudad en la que el propio Miguel sería objeto de chanza burlesca, más bien motivada por ese innato temor urbanita a quedar como un absoluto ignorante frente a un hombre de pueblo, sencillo y rudimentario.

Aunque le cuesta arrancar, Miguel es hablador. Pero no es un charlatán. Su lluvia de palabras es de las que calan hondo y ayudan a germinar ideas. Frente a la ignorancia deliberada que se vierte a diario en estercoleros morales como las redes sociales, un rato de charla con Miguel es esperanzador.

En nuestra conversación, y ya de vuelta para casa porque el sol comienza a recostarse, intento hacerle ver que su labor no es solo importante para sostener una parte importante de la economía rural. También es clave en la pelea por la soberanía alimentaria. O en el mantenimiento de nuestro entorno natural. O en la fijación de población lejos de las grandes urbes. Me mira con los ojos bien abiertos porque me imagino que no está acostumbrado a que alguien le haga ver el incalculable valor de su trabajo.

Lo que no les he contado hasta ahora es que además de la compañía de Miguel, la tarde del jueves disfruté también de la compañía de Lassie, Trotsky, Gris, Canela, Perla y cerca de seiscientas ovejas churras. Porque Miguel, no se lo he dicho hasta ahora, es pastor de ovino. Miguel, con su juventud y sus ganas, representa a esa resistencia que trata de hacer frente a una actividad herida de muerte por causas tan variopintas como la despoblación y la ausencia de relevo generacional, los crecientes requisitos administrativos o la reducción drástica de los márgenes de beneficio.

La provincia de Palencia ha visto reducida su cabaña de ovino a la mitad en apenas cincuenta años. Hoy apenas doscientas mil ovejas salpican nuestros paisajes, frente a las cerca de medio millón que daban vida a nuestros pueblos a mediados del siglo XX. Cambia nuestro paisaje y cambia nuestra cultura mientras, poco a poco, se pierde nuestra esencia.

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