La epidemia
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León
La violencia crece en las aulas como una epidemia, y lejos de vislumbrarse el pico , todo apunta a que este virus irá más en los años venideros. Y no hablo de Francia o Estados Unidos donde el paisaje es tan irreal que parece de ficción. Hablo de aquí, del solar patrio y del ahora.
Hace pocos días , un menor de 14 años ha apuñalado a dos compañeros de clase y a tres profesores en un instituto de Jerez y poco antes , otro alumno, de 12 años, agredió con un cuchillo a una compañera suya.
Los datos más recientes hablan de casi 2000 casos de violencia física y acoso sufridas por los profesores en el años 2022. Pero esta cifra es sólo la punta del iceberg y todos sabemos que la mayoría de los casos no son denunciados ni afloran a los púlpitos de los medios. Algunas Administraciones , como la catalana, confiesan que ni siquiera tienen un registro de los casos. No hay mejor manera de negar la realidad que desconocerla.
Las consecuencias de esta violencia escolar son devastadoras. En primer lugar, claro, para los propios docentes que se convierten en objeto de una ira ciega y brutal, que los lanza a la esquina oscura de la ansiedad, la depresión y las bajas laborales. Y, sobre todo, para la propia escuela que se convierte en un lugar inseguro, donde se impone la ley de la fuerza, se desacredita por la vía de los hechos al maestro, y se le arrebata el principio de autoridad sin el cual es imposible el magisterio.
No entro aquí en las causas porque necesitaría una tesis doctoral, pero urge que la administración y la sociedad, empezando por la familia, comiencen a plantear soluciones a esta ruina porque el precio de no hacerlo es muy alto. Tanto como convertir nuestras aulas en un páramo moral , sin normas, al albur del violento y su retórica de los puños. Y no podemos pagarlo.
