Opinión

Un respeto al paisaje cultural

La Firma de Borja Barba

Un respeto al paisaje cultural. La Firma de Borja Barba

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Palencia

Somos el suelo que pisamos, la población en la que habitamos y el entorno natural en el que nos desarrollamos. No se entendería lo que somos, y por qué somos lo que somos, si no fuera apoyándonos en la interacción con nuestro lugar en el mundo. Como un pez dando vueltas en una pecera carcelaria, cuya existencia no se comprende sin esas absurdas piedrecitas de colores que descansan en el fondo ni sin esas bochornosas plantas de plástico que tratan de hacer creer lo que no es.

Ocurre del mismo modo a la inversa. La naturaleza responde a la convivencia con el ser humano, a su conjunto de costumbres, quehaceres y necesidades, dando lugar a lo que se ha dado en llamar paisaje cultural. Una simbiosis entre la especie humana y el entorno ambiental que, en nuestra provincia, ofrece como resultado la cicatriz del Canal de Castilla surcando la Tierra de Campos, las bocaminas y los viejos lavaderos de antracita de la Sierra del Brezo o los pintorescos corrales de adobe que salpican Páramos y Valles. La UNESCO define ese paisaje cultural de una manera mucho más concisa, aunque quizá más prosaica, como aquellas ‘obras conjuntas del hombre y de la naturaleza’.

Es un terror legítimo el que surge de la amenaza de perder lo que amamos. Y por eso voy a confesar aquí, a micro abierto, mi profundo temor a perder el paisaje que me ha hecho ser quien soy.

La provincia de Palencia, ‘sola, fané y descangayada’ como el tango popularizado por Carlos Gardel, parece haberse convertido en el escenario idóneo para esta especie de hiperdesarrollismo de las llamadas energías limpias que nos ha tocado vivir. Suelo rústico barato, muy barato, y sin población que altere el orden, me aventuro a pensar.

Sea como fuere, a lo largo y ancho del territorio provincial se elevan hasta 560 aerogeneradores, distribuidos en un total de 46 parques eólicos y cerca de mil hectáreas han sustituido el centeno y la avena por placas fotovoltaicas. La última, la mastodóntica planta ‘Velilla’, ubicada en Villalba. No les voy a dar datos de producción de kilovatios, porque ni los entiendo ni pretendo aburrirles, pero háganse a la idea del volumen de producción energética y enfréntelo en la balanza a los 160.000 habitantes de la provincia.

No se trata de levantar barricadas frente a las renovables y su inevitable avance. Pero sí quizá de alzar la voz cuando los inconvenientes generados por esas instalaciones, generalmente de tipo ambiental, los soportan en su mayoría las regiones menos favorecidas del país.

Han pensado que somos dóciles y de fácil conformar. Quiero creer que no es así.

 
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