Opinión

Antes que ellos fuimos emigrantes nosotros

La Firma de Javier Gómez Caloca en hoy por Hoy Palencia

Antes que ellos fuimos emigrantes nosotros, La Firma de Javier Gómez Caloca en hoy por Hoy Palencia

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Palencia

Buenos días que hoy les doy desde la Argentina, desde Buenos Aires, hasta donde nos ha traído una boda. Les voy a contar una historia familiar pero que a muchos les sonará. Una historia de emigración, en un país de emigrantes como ha sido, es y será, el nuestro.

Hemos venido a la boda de Lali, cuarta generación de los Gómez que a principios del siglo veinte abandonaron Piedrasluengas en busca de oportunidades, como tantos otros, hacia un país con el mismo idioma, y con redes familiares y de amigos ya instaladas lo que hacía más fácil la dura integración.

Benito Gómez Lamadrid, padre de mi tío Gonzalo, abuelo de mi primo José María y bisabuelo de Lali y Leo allá por 1.903 cogió su maleta de madera en Piedrasluengas, subió al “vapor” en Santander y, más de un mes después llegó a Buenos Aires para reencontrarse con Manuela Terán, su novia lebaniega, que había emprendido el mismo camino antes.

Tras la llegada a Puerto Madero, pasó unos días en el

Hotel de Inmigrantes, por donde pasaban todos los españoles y en el que los preparaban para el acceso al trabajo y se les acercaba a la cultura argentina. De allí, como todos, tuvo como primer alojamiento un “conventillo”, lo que nosotros conocemos como pensiones de habitaciones con baño compartido.

Mi tío abuelo emprendió este largo viaje en busca de una vida mejor, para formar una familia que en la Palencia pobre y rural de entonces no se podía, para desarrollar un proyecto vital en un país que por aquellos años era la séptima potencia mundial.

Vamos, lo mismo que buscan los inmigrantes que llegan a nuestras costas en cayucos, pateras o, como hace la mayoría, entran en avión por Barajas u otros aeropuertos españoles.

Lo que ellos son, lo fuimos nosotros y volveremos a serlo así que conviene no olvidar ni abrazar teorías medievales de pureza de la raza ni de robo de puestos de trabajo que nosotros no queremos ocupar. Tampoco los 111 argentinos que viven en Palencia han venido a quitarnos nada, sólo buscan oportunidades. Son lo que fuimos…y seremos.

Mi padre vino, en 1998, a Argentina con el único propósito de encontrar a nuestros parientes, nuestra familia de aquí, de la que conocíamos su existencia. José María, nuestro primo, y Carolina su esposa, años antes había llamado a la puerta de una prima en Madrid, pero, como bien se sabe, en todo colectivo humano hay un porcentaje de estupidez y toparon con el correspondiente a los Gómez. Fueron mal recibidos y habían casi abandonado su idea de buscar a su familia española.

A pesar de lo enorme que es Buenos Aires, de pasar por Rosario, después tres semanas de mucho buscar y un poco de fortuna, mi padre lo consiguió. Desde entonces la familia es más grande, nosotros nos preocupamos por lo que pasa acá y ellos, que nos visitan casi todos los años, se interesan por lo que sucede en España.

Este es un ejemplo de la emigración económica, huyendo del hambre y en busca de fortuna, que salió de Palencia en los primeros años del siglo veinte. Se fueron para poder vivir mejor, al menos esa era su intención.

Cien años después Argentina aún es el país que acoge más “palentinos por el mundo”. El año pasado, último

dato oficial, en Argentina vivían 1.901 palentinos, el 22% del total de nuestra emigración exterior.

La edad de estos palentinos, la mayoría por encima de los 70 años, incluso la desaparición de sus lazos familiares, la pérdida de valor de sus pensiones asoladas por inflaciones por encima del 100% no favorece su regreso. Si tienen a alguien aquí, en Argentina, vengan a reencontrarse, como hizo mi padre, ganarán una familia.

Aprovecho la ocasión para recomendarles que vean la película “Argentina, 1985”. Acá juzgaron y condenaron a los Dictadores dos años después, allá casi 50 años desde la muerte del dictador la derecha que ha gobernado el país y aspira a volver a hacerlo, ni lo condena ni quiere que se aplique una mínima memoria democrática como si golpistas y demócratas, los que fusilaban y los que yacen por las cunetas fueran lo mismo.

 
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