La verja

León

Tengo por cierto desde hace muchos años que una playa es la metáfora más perfecta de la felicidad, el juguete ideal, y el bálsamo más contrastado para las llagas del alma. Por eso, ahora que llevo más de dos años sin ver una, los ojos huérfanos de esa belleza infinita, no veo el momento de sentir las olas jugando entre mis pies, los ojos cerrados para sostener el prodigio.

El tráfago cotidiano te engulle como un caníbal insaciable y se hace preciso detenerse, respirar, dejar que la vista se pierda en el horizonte para recolocar los chacras, coger aire y esponjarse las meninges con el aire húmedo del mar. Pero, me da cierta vergüenza , este lloriqueo pequeño burgués de quien lo tiene todo o casi, este muro de las lamentaciones de quien vive en el lado cómodo de la geografía y del reparto.

Sobre todo, cuando uno enciende el plasma y ve la ignominia de los 23 inmigrantes muertos en la verja de Melilla, apaleados por la policía marroquí, cientos de cuerpos arrojados unos sobre otros, como una montaña de ganado despreciable, durante horas, bajo un sol infame, sin recibir ninguna atención médica, muriendo por la horrendas heridas sufridas. Y el horror se hace náusea cuando mi presidente del gobierno elogia esa tarea infame de carcelero psicópata del tirano marroquí. Las imágenes de la violencia empleada son tan brutales que merecerían el repudio de todo el mundo, pero los muertos son negros y pobres , y vienen a robarnos el trabajo y violar a nuestras mujeres, ya se sabe. No habrá ninguna investigación: el sátrapa alauita ya ha enterrado los cuerpos. Ahora ya sabemos a que se refieren cuando hablan de un socio fiable.

Será inevitable recordarlos cuando el agua borre mis pasos sobre la arena. La memoria es siempre el tesoro de los dignos.