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¿Qué han dicho escritores, poetas y artistas sobre la Semana Santa de Cuenca?

¿Qué han dicho de nosotros, de nuestra Semana Santa, poetas y escritores? La hemeroteca nazarena es tan amplia como variada y rica en conceptos y vocablos

Escritores y poetas en la Semana Santa de Cuenca en los últimos cien años

Escritores y poetas en la Semana Santa de Cuenca en los últimos cien años

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Cuenca

La fraseología nazarena nos habla del paisaje de la ciudad en simbiosis con el fervor, el respeto y la calidad de la imaginería. En Hoy por Hoy Cuenca hemos citado algunos ejemplos en una edición especial del espacio ‘Páginas de mi Desván’ que nos ha preparado José Vicente Ávila.

JOSÉ VICENTE ÁVILA. Es obligado citar al escritor Andrés González Blanco, nacido accidentalmente en Cuenca en 1886, que aquí vivió su infancia, conocido como el “poeta de la provincia”, y como tal reconocido por Octavio Paz en su “Cuatrivium”. Este año se cumple el Centenario de su muerte en octubre de 1924. Su relato en la novela “Amor de provincia”, que sitúa en Episcópolis, o sea Cuenca, publicada en 1908, es una pieza impagable ante la falta de datos más sucintos de finales del siglo Diecinueve de lo que era la Semana Santa de Cuenca.

José Vicente Ávila en el estudio de SER Cuenca. / Cadena SER

Fue Florencio Martínez quien rescató la figura olvidada de González Blanco para la Cuenca cultural y nazarena, amén de un posterior libro de Ángel Luis Mota y Carmen Utanda, abundando en ello. A modo autobiográfico, el escritor conquense-asturiano, fallecido con 38 años, dedicaba un amplio capítulo a la anual celebración nazarena de Cuenca que extractamos en estos párrafos:

“El día de Viernes Santo era acaso el más rico en emociones. Mamá nos llamaba a las cinco; nos despertábamos refunfuñando y medio en sueños; nos lavábamos en la galería, que daba a la parte de atrás de la casa, oteando incesantemente una parte de la población llamada “las cocheras”, al final de la cuesta que desde los mercados va a la iglesia pontificia del Salvador, por donde sabíamos que asomaba la procesión “de las seis”. Era una procesión singular, escribe González Blanco. El joven escritor aporta datos reveladores de la procesión de la madrugada de Episcópolis versus Cuenca:

“De la iglesia de San Esteban (que estaba en la bajada de Santa Lucía), de corte románico y un aire desmantelado que le daba gran prestigio histórico, salía un Jesús caído, con la Verónica enjugándole las lágrimas sangrientas y un Cirineo ayudándole a soportar el peso de la Cruz. Esta procesión a medias, formada sólo de devotas y presbíteros, iba callada por la calle Estrecha, turbando con sus pisadas el profundo silencio matinal”.

“Al encuentro de esta procesión pacata y fría, en la cual no se oía sino el susurro sibilante de los rezos, tan en consonancia con el pasmoso silencio de las calles desiertas, avanzaba saliendo de la parroquia de San Pedro, otra procesión estruendosa, formada por una comitiva irreverente, voceadora y bestial. Eran nazarenos revestidos con ropas lúgubres, que llevaban en andas una Dolorosa compungida y romántica…”

“Ambas procesiones, se encontraban en la Plaza Mayor, junto a la Catedral, y González Blanco relataba que “era éste el momento culminante de la extraña fiesta, más profana que religiosa”. “Ya unidas las dos partes del cuerpo procesional, los tunicados, con enormes trompetas, hacían retemblar los ecos de la calle, soltando al rostro del divino Jesús resoplidos gigantescos que parecían deshacerse en flatos de rabia. Fingiendo ser soldados pretorianos, que hacían irrisión del Salvador, tomaban tan en serio su papel, que parecían efectivamente proponerse hacer befa y escarnio del Hijo de Dios”.

Sorprendía al crítico literario Florencio Martínez Ruiz, que el texto de González Blanco no se haya utilizado como propaganda entre visitantes y viajeros, “pues transfunde intimidad auténtica, y sus recuerdos vividos y hondos están equilibrados por su tirón autográfico”.

Ocurre otro tanto con el libro “En España con García Lorca” del embajador chileno Carlos Morla Lynch, que en once impagables páginas, con el ladillo “23, 24 y 25 de marzo, Semana Santa en Cuenca (en tres jornadas), relata esos tres días del Miércoles al Viernes Santo en la ciudad enclavada en la Sierra a plomo sobre el río Júcar”. Martínez Ruiz publicaba en Abc una página con el título “García Lorca en la Semana Santa de Cuenca”, apuntando que “hay un poeta deslumbrado por la liturgia católica y este es Federico García Lorca”.

“Cuenca es, en este aspecto, un filón inexplorado que guarda muchas sorpresas, a poco que los investigadores achiquen sus tiros sobre la influencia que la Semana Santa de la ibérica ciudad ejerció en la lírica lorquiana de oros y cuchillos, de silencios y fervores. Federico estuvo en Cuenca en 1932, junto al diplomático chileno Carlos Morla Lynch y el ensayista Martínez Nadal, en una demorada visita de tres días”.

La crónica de Morla Lynch es la historia de unas almas más o menos perdidas que buscan en Cuenca su “karma” personal, una salida a la angustia. “Las páginas de Morla son de lo más expresivo que se ha escrito sobre Cuenca en sus fechas pasionales”, apuntaba Florencio: “Muy de noche ya, entre pinares sombríos, se divisan luminarias, abajo y arriba. Hemos llegado a Cuenca en los instantes en que desciende de alturas umbrosas la procesión del Miércoles Santo, llamada también del Silencio. Pasa lejana entre cánticos que se esfuman y un gran zumbido de abejas... que son plegarias”.

Federico, Rafael y Carlos se encaminan hacia la ciudad alta: “Nos lanzamos en busca de la procesión y, subiendo por viejas escalinatas de piedra y penetrando en callejas tortuosas, desembocamos en la Plaza Mayor, en la que se hallan estacionados diversos “pasos” que pronto habrán de ponerse en marcha. El escenario es incomparable y lleno de misterio”.

El relato del chileno Carlos Morla adquiere una tremenda dimensión. “Las andas, rutilantes de luces. Hasta aquí inmóviles, adquieren vida, vacilan un instante, titubean, se estremecen, vibran y, por fin, se ponen en marcha lentamente. Federico, Rafael y yo, cada cual con un cirio en la mano y la boina en la otra, nos incorporamos al cortejo detrás del “paso” de la Virgen de la Amargura, que, entre fanales iluminados y llena de majestad en su amplio vestido de terciopelo negro recamado de plata, dirige su mirada dolorosa, invadida de lágrimas, al cielo…

Descansan del largo ajetreo del Jueves Santo en Palomera y la visión nocturna de la procesión de Paz y Caridad. Es Viernes Santo. El embajador chileno comienza así el relato: “Amanece. De la calle asciende un clamor extraño: lamentos y alaridos; trompetazos de Juicio Final. Esta bullanga es lúgubre, torturadora, apocalíptica, trágica. Simboliza en esa forma demoníaca la desolación de la muerte de Cristo en la Cruz. Y diríase que el drama acaba de ocurrir”. Me asomo al balcón. En la madrugada que apenas se inicia, advierto la presencia de enmascarados de aspectos diabólicos que gesticulan al tiempo que lanzan gemidos espeluznantes. Magnífico..., pero pagano”.

El escritor y delineante Alfredo Pallardó Ruiz, a la sazón director de “La Voz de Cuenca”, publicó en “La Libertad” de Madrid, el 13 de abril de 1924, el texto titulado “Cuenca, ciudad de la Semana Santa”, que comenzaba así: “La de Cuenca no presenta, no puede presentar la riqueza ornamental que caracteriza las de Sevilla y Murcia, tan justamente ponderadas; pero, sin embargo, es de una gran belleza única, de una suprema belleza religiosa. En estos días desaparecen las contiendas políticas, que fueron todo el año, aun con el Directorio, el manjar predilecto en las tertulias…”

“Todos los conquenses pertenecen a alguna Hermandad, y los más furibundos republicanos, consecuentes con su ideología, son los primeros –salvo raras excepciones– en incorporarse a la compacta fila de los cofrades, enarbolando como antorcha de progreso la blanca llama que encierra la tulipa del Nazareno”. Pallardó concluía con esta reflexión: “La ciudad de Cuenca puede ostentar con orgullo la gloria de su devoción, que en estos días lo llena todo. ¡Ciudad de la Semana Santa, que guardas como ninguna tu heroica leyenda de monjes y guerreros…!”

Miguel de Unamuno en su “Cuenca borbotón de los entresijos de la tierra Ibérica”, ciudad que visitó en 1931 escribe: “Los días de Pasión -procesiones callejeras en que entre encucuruchados penitentes de mascarada chispea la cara lacrimosa de la Virgen Madre- y los de Resurrección, la historia de siempre y que siempre, como el caudal de los ríos vuelve por las mismas hoces de siempre”.

Miguel de Unamuno. / UIG / GETTY

El escritor cubano Alejo Carpentier, viajero por Cuenca en 1935, que repetiría visitas en la década de los setenta, se asombra en su artículo “En la ciudad de las Casas Colgadas”, publicado en la revista Carteles de La Habana y en el libro “Bajo el signo de Cibeles”, no sólo queda extasiado de la belleza de Cuenca, sino que se asombra cuando pasa “a la interesante iglesia de San Antón, consagrada a la Virgen de la Luz, Patrona de la ciudad”.

“En ella he visto Vírgenes erguidas sobre pedestales de cabezas cortadas. Cuadros formados por combinaciones de papeles de colores, reconstituyendo escenas de la Pasión. Y, sobre todo, una Cena fabulosa, con personajes de tamaño real, tallada de una sola pieza en el tronco de una encina gigantesca. Sobre la mesa, ante Cristo, el Iscariote y los apóstoles; el autor de la escultura ha colocado mendrugos de pan, cincelados en madera negra, que el visitante puede desplazar a voluntad….

Hace casi un siglo que Luis Martínez Kleiser escribía en la prensa nacional que de todo el vivir provinciano de la ciudad de Cuenca, destaca vigorosamente como algo genérico y privado que tiene matiz y fisonomía propia, su Semana Mayor. Y añadía: “Constituye la nota característica de nuestras procesiones la absorción total de la vida y las preocupaciones del vecindario, que durante esos días no habla y no quiere enterarse de otra cosa que de las procesiones…”

El poeta y escritor Federico Muelas, de quien se va a cumplir el Cincuentenario de su muerte, fue el articulista más prolijo de nuestra Semana Santa, con una decena de pregones y numerosos textos en la prensa nacional y local. Su pregón de 1950, con distintos poemas, fue la fuente inspiradora para escritores y pregoneros, En el Centenario del Huerto de San Esteban, es obligada su Oración a los hortelanos de las riberas del Júcar y el Huécar:

La Santa oliva del Huerto

cierne luz de luna llena,

y flor de harina de luna

la faz de Cristo blanquea

Sois vosotros, hortelanos,

orfebres de la ribera.

Apenas diez apellidos,

veinte familias apenas.

Tres siglos las mismas sangres,

tres siglos la misma tierra,

terrón que la vida erige

Y que la muerte disgrega.

Que Cuenca os prestó y que un día,

muertos, devolvéis a Cuenca.

Trescientos años su oliva

más blanca, Señor, te ofrendan;

retablo de tu oración,

altar vivo en plata vieja.

Cada hoja un peldaño leve

para que el Ángel descienda.

Quisieran que no los vieres,

que de luna los creyeran.

Van en silencio. Caminan,

como si la calle fuera

regazo de sus cultivos,

tierra mollar de sus huertas…

¡Déjate llevar por ellos!

¡Ellos, del Júcar y el Huécar!

Federico Muelas con su hijo Mario. / Revista 'Cuenca'.

César González Ruano dejó su sello: “Lo que más me impresiona de la Semana Santa en Cuenca es la expresiva participación de su paisaje y de su entraña urbana con el espectáculo y la predisposición natural de sus gentes a lo patético”. “Yo que sólo he visto una Semana Santa en Cuenca, no la he confundido jamás con otras. Aquí esa grandiosa y solemne celebración religiosa tiene un tono y un tino inconfundibles”.

Camilo José Cela, que vino a Cuenca en la Semana Santa de 1949, junto a César González Ruano, Eugenio Montes y Federico Muelas, dejó en su “Cuenca de Pasión” una gran pieza literaria: “Esta Cuenca de hoy –Cuenca invernal, Cuenca litúrgica, Cuenca blanca y morada— cobra las duras, las amorosas sonrisas que atenazan los termómetros, agarrotan el gallito de hierro de las veletas y dibujan largas letanías espirituales por las concretas lindes de las hoces. (…) Cuenca –¿la habíamos llamado abstracta y gentil?-- busca su salvación en el pez procesional que se muerde la cola, arriba y abajo, subiendo y bajando la ruta conocida… “

Francisco Umbral, que me dijo en una entrevista que “Cuenca es una ciudad provinciana, que es más del cielo que de la tierra”, escribía en La Vanguardia el 7 de abril de 1974, sobre el éxodo vacacional de los días santos. Lo hacía desde Ibiza: “He sacado la capucha de penitente, que la tenía en el armario con naftalina, me la he puesto y me he sentado con ella a escribir artículos a la máquina. “Una vez que, efectivamente pude pasar la Semana Santa junto al mar, me salió un trabajo muy bonito sobre la Semana Santa de Cuenca. Nunca he escrito un artículo con más fervor”.

Raúl del Pozo, José Vicente Avila, Meliano Peraile y Francisco Umbral. / Racionero

El escritor y abogado portugués José Figueroa D’Oliveira escribía en 1951 “Viernes Santo: la procesión en la sombra”: “La ciudad entera sigue sin desmayo por el camino de la ermita de Nuestra Señora de las Angustias. Ahí termina la Semana Santa de Cuenca. Y ahí comienza, a mi modo de ver, la razón fundamental de estas conmemoraciones que en Cuenca tienen cuantos inéditos encantos se quieran hallar. Desde la serena majestuosidad de sus imágenes al ambiente medieval que rodea a las procesiones…”

La escritora Acacia Uceta manifestaba que “la Semana Santa de Cuenca es síntesis de la ciudad misma, no ha sido descuido o ligereza sino la expresión de un convencimiento. Cuenca, que es una ciudad remansada en sí misma, contenida y casi asfixiada en su grandeza, soberbia en su plenitud y humilde en su trato, desborda todas esas esencias acumuladas durante el año en su Semana Mayor. Si tuviera que elegir una sola palabra para definir la Semana Santa conquense yo escogería ésta: Heroica”.

Acacia Uceta. / José Luis Pinós

Carlos de la Rica expresa todos sus sentimientos: “La ciudad se resquebraja en cada esquina o portalón, y desde ese cuello o garganta, sale su miserere, su chillido o aullido de dolor. O rompe su orgasmo de clarines la turbamulta incontenida, acaudillada por el desorden ordenado, la disciplina anárquica que es estallido del fondo ancestral de sus entrañas, modeladas por el capricho y el cuchillo de las aguas y el viento”…

Citas de escritores conquenses por el mundo: Raúl del Pozo, en la contraportada de “El Mundo” un Jueves Santo: “Apogeo de las procesiones de Semana Santa, cuando se intenta conquistar el cielo con los pies descalzos y a latigazos… Pienso con pavor en la procesión de Las Turbas en el Viernes Santo de Cuenca, la cantiga de piedra, la ciudad levítica, en el amanecer de resoli con clarines y carracas desafinadas, la gente burlándose del tambaleante nazareno…”

Raúl Torres, nazareno de la escritura afirma: “Sé que el recuerdo es vida. Sé que todos los conquenses vivimos dos semanas santas; la del pasado arropada por el abrigo cálido de la nostalgia, cribada por el cedazo del tiempo, y la cotidiana, año a año con renovada ilusión, en esta Cuenca, Jerusalén Ibérica por unos días de intenso ambiente, de intensa espiritualidad”.

Y cómo no, Enrique Domínguez Millán, impenitente pregonero con cuatro piezas literarias, en palabras que estremecen: “Cuenca está encarnada en carne nazarena, que es carne de tortura, de sufrimiento y de martirio. Y comprenderéis entonces que ninguna ciudad como esta puede servir de escenario a la tortura de Cristo.”

Enrique Domínguez Millán en 1980. / José Luis Pinós

Florencio Martínez Ruiz no podía faltar en la cita literaria nazarena: “A los conquenses la Semana Santa nos determina y nos identifica en lo más profundo de nuestra intimidad”, y con el lenguaje de las piedras Florencio proclama que “esta es tierra de revelaciones. Y la Semana Santa es la demostración, más la prueba explícita, de la palingenesia (nacimiento, existencia, muerte y reencarnación), de la total integración de Cuenca en los misterios. Los conquenses somos y estamos”.

Del poeta y nazareno José Luis Lucas Aledón recogemos unas frases escritas en 1987, que aluden curiosamente al cartel de este 2024 de José María Albareda: “Con las manos suplicantes las Vírgenes de Cuenca lloran”. Sobre las manos de la Soledad de San Agustín decía: “Cae una lágrima fresca y dolorida. Y esa golondrina, la de sus Manos, lleva, paso a paso, su cadencia de vuelo al Hijo Jesús, el que curva a curva, hacia el Calvario arriba Cuenca.

Aterida con el frío de la mañana, aires serranos, por las nieves del nevero, el de los serrijones; patria de los pinos, busca calentar su cuerpo, tan harto de sufrimiento y soledades, en el ascuarril tibio que los herreros y rejeros de la ciudad han dejado en sus fraguas… Sus Manos se escapan sorprendidas como truchas asustadas. ¿Escucha el escarnio? No. Porque el paroxismo no se lo deja oír (…) “Las Manos de la Virgen acurrucada bajo su palio son ruiseñores tempranos, que cantan tristezas y alegrías…”.

José Luis Lucas Aledón en su pregón de 1980. / José Luis Pinós

Julia Sarro, escritora: “Cualquier época del año es buena para visitar Cuenca. Pero, aquel que pretenda llegar hasta los adentros de la ciudad debe ir en los días de la Pasión; por las callejas que se entrecruzan y se derraman por las barranqueras, Cuenca vive esa Semana diferente y significativa.” Julia Sarro descubre que su esposo, el guitarrista Segundo Pastor, le confesó viendo la procesión Camino del Calvario: “Yo he participado en las Turbas del Viernes Santo, en la que suenan trompetas desafinadas y tambores precediendo a la imagen del Salvador”.

Terminamos con Fernando Zóbel en el Año a él dedicado por el Centenario de su nacimiento y los 40 años de su muerte. El pintor filipino tuvo oportunidad de vivir de primera mano la manifestación religiosa y social más importante de la ciudad de Cuenca: su Semana Santa. Fue en 1964 cuando Zóbel contempló por primera vez las procesiones conquenses recorriendo las calles del Casco Antiguo. El Domingo de Ramos, un 22 de marzo de paraguas, ramos y olivos, y niños vestidos a la usanza hebrea, Fernando Zóbel descubría la sencillez del primer desfile procesional…

Zóbel dibujó en su libreta aquellos niños ataviados con ropas hebreas y pequeños nazarenos vestidos de blanca túnica y rojo capuz; palmas amarillas y ramas de la verde oliva. Algunos de sus apuntes nazarenos los publicó en el libro “Cuenca. Sketchbook of a Spanish Hill Town” (Cuenca. Cuaderno de bocetos de un pueblo de montaña español). Junto a los dibujos, la pertinente explicación.

Fernando Zóbel de nazareno con Jesús con la Caña. / Rafael Pérez-Madero

En el texto del libro explica: “Las celebraciones de la Semana Santa de Cuenca son famosas en toda Castilla. Día tras día, interminables procesiones con imágenes talladas suben en dirección a la Catedral, seguidas por bandas que tocan música lúgubre. Participa toda la ciudad, incluso los niños y niñas...”

Rafael Pérez-Madero, su secretario, apuntó a Fernando Zóbel como hermano de Jesús con la Caña, vestido de túnica y capuz de terciopelo granate. La sensación que vivió el pintor observando con curiosidad desde dentro de la procesión lo que veía a través de los ojos del capuz y escuchar los sonidos: las gentes agolpadas en las aceras, unos persignándose, otros mirando las imágenes con respeto y admiración y sentir con extraña emoción el golpear de las horquillas.

En otro dibujo, con un nazareno de rojo y blanco y un niño con la banda de la Cruzada Eucarística, apunta Zóbel que “casi todos los varones en Cuenca pertenecen al menos a una de las comunidades religiosas, hermandades o fraternidades cuyas funciones sean de carácter caritativo y naturaleza vagamente social (gran comida una vez al año).”

Y añade: “Cada fraternidad tiene sus propios colores distintivos, y los miembros más jóvenes y fuertes pujan y pagan por el privilegio de ayudar a transportar las pesadas imágenes de la Pasión sobre sus hombros, cuesta arriba y cuesta abajo, durante las procesiones”.

En homenaje a Zóbel, la Junta de Cofradías y el Museo de Arte Abstracto propiciaron el cartel de la Semana Santa de 2016, por cierto el más solicitado a nivel internacional.

 
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