Opinión

El Hospital Psiquiátrico Penitenciario de Sevilla

La firma de opinión del catedrático de Derecho Penal de la Universidad de Castilla-La Mancha, Nicolás García Rivas

Nicolas Garcia Rivas

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Albacete

Ayer fue un día dedicado a la investigación, pero una investigación muy especial. Con el Grupo que dirijo en la Universidad de Castilla-La Mancha visitamos el Hospital Psiquiátrico Penitenciario de Sevilla, en el marco de un proyecto que desarrollamos sobre salud mental en prisión. Fue un día memorable.

En una mañana soleada, entre invernal y primaveral, te vas adentrando en un complejo penitenciario que no lo parece, con edificios de escasa altura y mucho jardín entre uno y otro. La seguridad se siente, pero no física sino emocionalmente: sabes que te adentras en uno de los depósitos sociales más desconocidos y problemáticos: el de aquellos que no sólo han delinquido y por ello han perdido la libertad sino que lo hicieron en un estado mental tan alterado que la justicia decidió que cumplieran su condena en forma de medida de seguridad de internamiento en un entorno psiquiátrico. Los aficionados al cine pensarán quizá en Shutter Island, donde Scorsese nos relataba un horror físico y casi extrahumano. Nada que ver.

Acompañados con muy amable entusiasmo por la subdirectora jurista de la institución, Inmaculada Giráldez, visitamos los distintos departamentos de la institución y convivimos durante tres horas con los internos. Ella nos explicó con todo detalle cada rincón del Hospital, nos mostró con cuánta humanidad se trata a los enfermos -que lo son por encima de su carácter delincuencial- y nos explicó muchas cosas que quizá la gran mayoría de la sociedad desconoce y debería conocer: que entre los internos hay asesinos -claro- pero que la mayoría están allí por delitos mucho menos graves; que para ella y el resto de los funcionarios y funcionarias el camino hacia la reinserción pasa necesariamente por el tratamiento de la enfermedad, por supuesto, pero también por la inserción del delincuente enfermo en un espacio social (familiar o no) que le permita desarrollarse con cierta normalidad, recuperar el aliento -perdido tras 4, 8 o 15 años de encierro-.

También corroboró algo que nuestro Grupo de Investigación ha colocado como hipótesis: en un Estado autonómico que delega en las 17 Comunidades la competencia sobre sanidad, el mejor modo de tratar a esta clase de delincuentes enfermos mentales es su inserción en las instituciones sanitarias de cada región y no en una estructura tan enrejada como el Ministerio del Interior, al que pertenece la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias.

Nos acompañó en nuestra visita Xabier Etxebarría, profesor de Derecho penal y que fue Director de Ejecución penal del Gobierno Vasco durante algunos años, que nos habló de otro modo de resolver este grave conflicto social entre la seguridad y la recuperación de enfermos delincuentes. Allí se apostó y se apuesta por una solución que pone en primer lugar el tratamiento de enfermos en un entorno sanitario y mucho menos por su tratamiento como un recluso especial.

Será muy difícil olvidar aquellos rostros desencajados, pero también el grado de humanidad con el que Inmaculada y los funcionarios de la institución intentan proteger a sus reclusos de las amenazas de fuera, incluidas las institucionales.

 
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