Opinión

No mires arriba

La firma de opinión del catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la UCLM, Jorge Laborda

Jorge Laborda

No mires arriba

03:42

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Albacete

La semana que está a punto de terminar comenzó con la, para mí, sorprendente noticia de que el Ministerio de Energía Estadounidense y el FBI afirman ahora ¾aunque no lo hacen categóricamente¾ que la pandemia de coronavirus que aún vivimos se produjo por una fuga del virus de las instalaciones de máxima seguridad para la investigación en virología, de Wuhan, China. Al parecer la seguridad era máxima, pero no por ello suficiente.

El informe estadounidense indica que la fuga fue accidental y que el virus no había sido generado artificialmente con fines bélicos o terroristas. Simplemente, un virus que probablemente estaba siendo crecido en células humanas y adaptándose a ellas, investigado quizá con las mejores intenciones, para generar fármacos eficaces contra él, o mejores vacunas, se escapó por negligencia humana. Una vez más, no parece haber sido solo la mala suerte, sino la acción o el error humano, a los que tal vez haya que añadir una dosis de temeridad y excesivo optimismo al suponer que se puede controlar todo en el tiempo, los que podrían haber causado la catástrofe. Esta, por el momento, lleva en su cuenta casi siete millones de muertos y miles de millones de personas física o psicológicamente afectadas.

Sin embargo, en mi opinión, lo más grave de esta noticia es lo que revela respecto a la dificultad de poder defender la verdad más probable, aunque se trate, como en este caso, de una verdad científica. Desde los primeros momentos, algunos científicos nos atrevimos a sugerir que el análisis molecular del genoma del virus apuntaba a que su origen era difícilmente explicable solo en términos naturales, sin que eso quisiera decir que fuera artificial. La ausencia del famoso animal intermediario para la transmisión al ser humano también apuntaba a ello. Esta posibilidad, basada solo en la ciencia y no en consideraciones políticas de ningún tipo, fue apartada, acallada, e incluso ridiculizada en algunos foros. Sin embargo, los datos estaban allí, entre ellos el dato, para mí espeluznante, de que el virus, nada más aparecer, “hablaba” ya el dialecto genético del ser humano, y no “hablaba” el del murciélago, aparentemente el animal al que originalmente infectaba. Y es que sí, cada especie “habla” también un dialecto genético particular al cual los virus acaban por adaptarse para infectar mejor y aumentar sus probabilidades de sobrevivir. Esta adaptación a una especie, huelga decirlo, no ocurre de la noche a la mañana y en la Naturaleza es muy improbable que suceda en poco tiempo. Algunos científicos cifraron en cuarenta años el tiempo mínimo necesario para logarla, pero este tiempo es sensiblemente menor en un laboratorio. No obstante, y esa es la belleza y tragedia al mismo tiempo de la ciencia, la estimación de lo más probable o improbable nunca supone demostración de nada. Seguimos sin saber a ciencia cierta.

La verdad está ahí fuera y quizá finalmente acabe entrando en nuestras cabezas, pero eso será cuando los intereses de los más poderosos del momento permitan que así sea. No pensemos por ello que vivimos dentro de una conspiración orquestada desde algún oscuro poder centralizado. Es mucho peor que eso. Vivimos en un mundo sin demasiado orden ni concierto en el que las verdades y las mentiras fluctúan al son de diversos intereses contrapuestos. Ni las verdades científicas se libran de esta situación, tan preocupante. Una vez más, como en la película, no mires arriba.

 
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