Puertas al campo
Este tipo de gestión ambiental dista mucho del espíritu del Convenio de Berna que pretendía conservar la vida silvestre y el medio natural en Europa
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Toledo
Toledo. Hablar de la caza genera posturas encontradas. Hoy compartimos unas reflexiones sobre los “cerramientos cinegéticos”. En 1989, el Gobierno de Felipe González presentó una ley para aplicar el Convenio de Berna en España. El primer texto que salió del Congreso indicaba que "los cercados y vallados cinegéticos deberán construirse de forma tal que no impidan la circulación de la fauna silvestre". Pero a su vuelta del Senado se produjo un cambio que ha tenido consecuencias hasta hoy, se añadió al final de la frase las palabras “no cinegéticas”. Por lo tanto, los cerramientos si pueden impedir el paso de aquellas especies de caza mayor como son el ciervo, jabalí o corzo. Este pequeño cambio de texto se ha arrastrado hasta los actuales reglamentos que son competencia de las Comunidades Autónomas. Podemos decir que este tipo de gestión ambiental dista mucho del espíritu del Convenio de Berna que pretendía conservar la vida silvestre y el medio natural en Europa.
En nuestra Comunidad se ha dictado un reglamento que regula los cerramientos cinegéticos donde se indica que éstos deben tener una superficie mínima de 1000 hectáreas, mientras que en otras Comunidades ésta es de 2000 hectáreas. Investigadores españoles han demostrado que el área de campeo de un ciervo macho varía según zonas de estudio entre 600 y 1100 hectáreas. Por otro lado, sabemos que, en los Montes de Toledo, el área de campeo de un jabalí en invierno es en promedio de 2400 hectáreas. Es decir, este tamaño mínimo del cerramiento en nuestra región parece un poco ajustado. Esto se agrava, si las frecuentes sequías estivales favorecen los movimientos en busca de agua y pastos. No estamos hablando de reses sino de animales silvestres en libertad o semilibertad por los cerramientos. Esto complica lo que el mismo reglamento pretende, “la conservación de los hábitats,” pues sabemos que en estas condiciones se incrementa el ramoneo de árboles, la prevalencia de parásitos y patógenos y el grado de consanguinidad con el incremento de las densidades poblacionales en terrenos cerrados.
Estos problemas, indicados en el Reglamento, son los que se deben evitar. Lo importante no es la existencia de cerramientos, sino la gestión de las poblaciones. Así la ciencia nos ha demostrado que en las fincas cercadas la proporción de sexos y la pirámide de edades son equilibradas mientras que en las fincas abiertas hay muchas hembras y pocos machos, que además son jóvenes. Es decir, las fincas abiertas no están tampoco exentas de problemas.
Una propuesta sería gestionar estas especies cinegéticas en áreas mayores, como pueden ser los Montes de Toledo en su totalidad. Si se eliminasen los cerramientos cinegéticos, no pondríamos puertas al campo que impiden el paso a las vías pecuarias, ni servidumbres de paso y uso en caminos públicos o cauces de los ríos. Además, esto permitiría algo que se ha perdido en el último lustro, la migración o nomadeo de los ciervos desde Extremadura hacia los Montes de Toledo para realizar la berrea. Este nomadeo sería equiparable al que realizan los ñúes en África, pero en plena península Ibérica. Seguro que atraería a muchos turistas y mantendría las poblaciones silvestres más saludables para llevar a cabo una caza más sostenible en el tiempo.